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Quemado Vivo por una Hostia

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 23 minutos
  • 4 Min. de lectura
Un joven sacerdote abrazó el copón con las hostias consagradas cuando una turba lo atacó. Prefirió morir envuelto en llamas antes que permitir una profanación. Su historia es una de las más desgarradoras de la Iglesia moderna.
Cesidio
 El fuego lo envolvía, pero él no soltó el copón. San Cesidio murió abrazando lo que más amaba: el Cuerpo de Cristo.

La escena parece sacada de una película de terror medieval. Pero fue real. Sangre, fuego y fe en el corazón de la China anticristiana del de fines del siglo XIX y principios del XX. El protagonista: un joven fraile italiano que entregó su cuerpo a las llamas para defender una pequeña hostia. Dicen que gritó “¡Viva Cristo Rey!” antes de que el fuego lo consumiera. Su nombre: san Cesidio Giacomantonio.







EL NIÑO QUE HABLABA CON DIOS

Angelo Giacomantonio nació el 30 de agosto de 1873 en Fossa, un humilde pueblo de montaña en Italia. Desde pequeño, algo en él desconcertaba a los demás: hablaba con una naturalidad inquietante sobre Dios, sobre el cielo y el sacrificio.


A los 15 años, ingresó al convento de San Angelo en Ocre y tomó el nombre de Cesidio, en honor a un santo local. Era un joven piadoso, inteligente, con una mirada grave y una devoción inquebrantable.


Mientras otros muchachos soñaban con aventuras, él soñaba con dar su vida. No por gloria. No por fama. Por amor a Cristo.

pEDRO kRISKOVICH
RUMBO AL MARTIRIO

Tras su ordenación como sacerdote franciscano en 1897, Cesidio fue enviado a China. No a una ciudad segura ni a una misión establecida. Fue destinado a Hengzhou, en Hunan, una región donde el cristianismo era odiado, donde los conversos eran golpeados y los misioneros, vigilados.


Pero Cesidio no dudó. Llegó en 1899 y comenzó su labor: enseñaba a los niños el catecismo, bautizaba a escondidas, consolaba a los enfermos. Siempre con una hostia consagrada en su pecho, “para tener a Jesús cerca si venía el martirio”. No tardó en llegar.


Cesidio
En cada lugar, en cada rincón de la ciudad China, Cesidio evangelizaba con una hostia en el pecho, siempre lista para ayudar al necesitado.
EL ESTALLIDO DE LA FURIA

En el año 1900, estalló la Rebelión de los Bóxer, una ola de odio anticristiano que arrasó templos, mató misioneros y masacró comunidades enteras. Los cristianos eran considerados traidores a la patria y servidores del demonio occidental. El fanatismo era total.


El 4 de julio de ese año, la furia cayó sobre la misión de Cesidio. Una turba enfurecida de cientos de hombres irrumpió en la capilla donde él celebraba misa. Gritaban como bestias. Rompían todo. Buscaban sangre. Pero Cesidio no huyó.

CASA BETANIA
“¡NO TOQUEN A JESÚS!”

Mientras los fieles corrían, el joven sacerdote corrió al sagrario. Lo abrió. Tomó el copón con las hostias consagradas y lo abrazó con fuerza. “¡No toquen a Jesús!”, gritó mientras se colocaba entre el altar y los atacantes.


Un golpe lo tiró al suelo. Lo apedrearon. Le rompieron el cráneo. Pero aún respiraba. No soltaba el copón. Como una madre protegiendo a su hijo en medio de un incendio.


Entonces, el horror.


Cesidio
 Herido y sangrando, no soltó el copón. San Cesidio abrazó a Jesús hasta el último aliento, entre piedras, gritos y odio.
EL MARTIRIO MÁS BRUTAL DEL SIGLO

Los bóxers tomaron una sábana, la empaparon en petróleo, envolvieron a Cesidio aún vivo y le prendieron fuego. Algunos testigos dicen que se escuchó un canto antes de que el cuerpo comenzara a crujir: “Tantum ergo sacramentum…”. Otros aseguran que gritó: “¡Perdónalos, Señor!”.


No hay imágenes. Solo relatos que sobreviven entre lágrimas. Un cuerpo envuelto en llamas. Un copón hecho cenizas. Un joven sacerdote convertido en holocausto vivo por amor a la Eucaristía.

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¿POR QUÉ NO HUYO?

El mismo Cesidio lo había dicho en una carta semanas antes:

“Si el fuego me toca, que toque solo mi carne. El Cuerpo de Cristo no debe ser profanado. No fui enviado a salvar mi vida, sino a darla.”

En una época donde muchos callan su fe para evitar polémicas, Cesidio eligió morir abrasado por no dejar que tocaran una hostia. ¿Locura? ¿Fanatismo? ¿O amor puro, hasta el extremo?


Cesidio
“Si el fuego me toca, que toque solo mi carne”. San Cesidio no defendía una idea… defendía a Jesús.
SU CUERPO, SUS HUESOS, SU HISTORIA

Cuando las autoridades locales finalmente ingresaron a la capilla devastada, encontraron el cadáver calcinado, aún encorvado en posición fetal, como abrazando algo. No había copón. No quedaban hostias. Pero su rostro había quedado intacto, según relataron.


Los cristianos de la zona recogieron sus huesos como reliquias. Hoy descansan en una pequeña urna en Italia, y se dice que varias personas fueron sanadas al orar ante ellos.

Mariano Mercado
CANONIZADO CON 119 MÁRTIRES

El 1 de octubre del 2000, san Juan Pablo II canonizó a Cesidio junto a otros 119 mártires de China. Pero entre todos, su historia es la más brutal, la más desgarradora, la más eucarística.


No murió por una idea. No murió por un país. Murió por una hostia.


Su historia nos enfrenta con una pregunta incómoda: ¿cuánto vale para nosotros el Cuerpo de Cristo? ¿Lucharíamos por él? ¿Nos esconderíamos? ¿Lo negaríamos? El mártir de fuego no dejó dudas. Se quedó. Protegió. Cantó. Murió.



UNA HISTORIA PARA NO OLVIDAR

En un mundo que celebra lo superficial, que desecha lo sagrado, que se burla de lo eterno, la figura de Cesidio emerge como una llama viva que denuncia nuestra tibieza y nos invita a despertar.


Tal vez nunca seamos llamados a morir así. Pero sí a vivir así: como si Jesús en la Eucaristía valiera más que la propia vida.



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