La Princesa que Fue Sepultada Viva por Dios
- Canal Vida
- 8 jul
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Santa Sunniva huyó de un matrimonio pagano y encontró su destino en una cueva sepultada por un deslizamiento. Su cuerpo fue hallado incorrupto, rodeado de una luz celestial. Hoy, su historia incomoda a los incrédulos y enciende la fe de los silenciosos.

Había una vez una princesa. Pero no una de cuentos de hadas ni de coronas resplandecientes. Era una princesa irlandesa, cristiana, culta y de corazón firme. Se llamaba Sunniva, y su nombre significa "regalo del sol". Pero su destino no fue la luz del trono, sino la oscuridad de una cueva donde encontraría la gloria.
Todo comenzó con una propuesta: matrimonio con un rey pagano. Para muchos, una oportunidad de alianzas y poder. Para Sunniva, una traición a su fe. Y decidió algo que pocas mujeres en la historia osaron hacer: renunciar a su condición real por seguir a Cristo.
"Santa Sunniva expone una verdad incómoda: hay quienes están dispuestos a morir por lo que creen. Y que el martirio, lejos de ser ruina, puede ser victoria."
No lo hizo sola. Junto a ella, un grupo de fieles cristianos también rechazaron el yugo pagano. Huyeron en barcos, guiados por la oración más que por las estrellas, y cruzaron el mar hacia el norte, hasta llegar a una isla noruega llamada Selja.
LA CUEVA DEL MARTIRIO
Allí, en la isla, vivieron en paz durante un tiempo. Pero pronto, los rumores comenzaron a circular: extraños habían llegado, extranjeros, tal vez saqueadores. El conde Håkon, gobernador noruego, mandó soldados a investigar.
Los cristianos, atemorizados por una posible masacre, se refugiaron en las cuevas de la isla. Sunniva, fiel a su fe y a su gente, pidió a Dios una salida. Y la salida llegó en forma de milagro y tragedia: un deslizamiento de rocas selló la entrada de la cueva. Allí, entre piedras y rezos, murieron. Sepultados vivos. Pero no derrotados.

MILAGRO ENTRE ESCOMBROS
Años después, el rey Olav Tryggvason, cristiano recién convertido y decidido a expandir la fe en Noruega, escuchó las historias de luces misteriosas sobre la isla de Selja. Campesinos hablaban de aromas dulces saliendo de las rocas. Voces cantaban sin garganta. Algo había allí.
Ordenó excavar. Y lo que hallaron cambió la historia. El cuerpo de Sunniva estaba intacto. Incorrupto. Reposaba en silencio, con una expresión de paz sobre su rostro. Junto a ella, otros restos de los que habían muerto también estaban inusualmente bien conservados. Y lo más extraño: un resplandor emanaba de la cueva, como si el cielo se hubiese filtrado por las grietas del dolor.

LA REINA DE LOS INVISIBLES
Santa Sunniva fue proclamada patrona de Bergen, una de las ciudades más importantes de Noruega. Pero su historia no fue solo venerada; también fue temida. Porque expone una verdad incómoda: hay quienes están dispuestos a morir por lo que creen. Y que el martirio, lejos de ser ruina, puede ser victoria.
Sus reliquias fueron trasladadas a la catedral de dicha localidad, donde muchos aseguran que su intercesión curó enfermedades, protegió embarazos y devolvió la fe a quienes la habían perdido.

UNA SANTA PARA EL SIGLO XXI
En tiempos donde la mujer es llamada a alzar la voz, Sunniva lo hizo con el silencio de la entrega total. Rechazó el matrimonio forzado. Huyó del poder. Abrazó la fe. Y murió orando.
Su figura resuena hoy en movimientos de espiritualidad femenina que ven en ella una precursora del feminismo cristiano: no el de la confrontación, sino el de la firmeza evangélica. La que se planta y dice: "No me caso con lo que no creo".

CATEDRALES SUMERGIDAS, LUCES CELESTIALES
Selja se convirtió en destino de peregrinación. Las cuevas donde Sunniva fue sepultada se consideran sagradas. Algunos dicen que en las noches de tormenta, se ven luces que danzan sobre la isla. Otros aseguran que el eco de los cantos aún se escucha si uno entra con el corazón limpio.
La isla de la santa es hoy uno de los rincones más misteriosos de Europa. No por lo que se ve, sino por lo que se siente.

UNA CORONA DE PIEDRA Y LUZ
Santa Sunniva no tuvo altar en vida. No tuvo corte. No tuvo aplausos. Pero su cueva se volvió capilla, y su silencio se volvió voz.
Hoy, su nombre resuena en medio del ruido del mundo como una campana enterrada que sigue vibrando bajo la tierra. Porque hay princesas que no necesitan trono para reinar, ni espada para vencer. Basta con que amen hasta el final. Aunque ese final sea una piedra que cae. Y un cielo que se abre.
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