EL SECRETO DEL AMANECER SANTO: LOS EJERCICIOS QUE SAN ALFONSO DE LIGORIO REZABA CADA MAÑANA
- Canal Vida

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Cada amanecer puede ser un encuentro con el Cielo. San Alfonso María de Ligorio dejó seis ejercicios espirituales que transforman la mañana en oración viva, despertando el alma antes que el sol. Un camino simple, místico y poderoso para empezar el día en gracia.

Cada amanecer, cuando el mundo aún no despierta del todo, hay almas que ya están en diálogo con el cielo. Así comenzaba sus días san Alfonso María de Ligorio (1696-1787), doctor de la Iglesia, místico y maestro espiritual.
Para él, cada mañana era una batalla entre la gracia y la distracción, entre la luz y la pereza. Su receta: seis ejercicios espirituales capaces de transformar el corazón y la jornada entera.
ELEVAR EL ALMA ANTES QUE EL SOL
“Cuando despiertes, eleva tu mente a Dios”. Así enseñaba Alfonso. Antes de pensar en los deberes o el café, el santo pedía mirar al cielo con el alma despierta. Era su forma de encender la lámpara interior antes de que el día encendiera las calles. “Cada pensamiento puede ser una oración si nace del amor”, decía.
VIVIR COMO SI FUERA EL ÚLTIMO DÍA
El doctor de la Iglesia exhortaba a agradecer, pedir perdón y decidir vivir como si ese amanecer fuera el último. “Haz todo como si el sol no volviera a salir”, escribía. Este pensamiento, lejos de ser sombrío, llenaba su jornada de intensidad divina. Todo gesto, toda palabra, cobraba un valor eterno.

PACTO CON EL SALVADOR
Proponía un acto secreto entre el alma y Cristo: cada mirada al cielo, cada mano en el pecho, cada crucifijo visto debía ser un acto de amor. No un formalismo, sino una declaración silenciosa que transformaba la rutina en liturgia viva. “Haz de cada gesto un fuego escondido”, enseñaba.
REFUGIO EN EL CORAZÓN DE JESÚS Y MARÍA
Tras cada amanecer, se imaginaba a sí mismo refugiado en el costado abierto de Cristo y bajo el manto de la Virgen. Desde allí pedía protección para su alma. “Si el día trae batallas, que María sea tu escudo”, recomendaba.
MEDIA HORA DE ENCUENTRO CELESTIAL
Antes de cualquier tarea, el santo dedicaba al menos treinta minutos a meditar sobre la Pasión. Para él, el sufrimiento de Jesús era el espejo donde se aprende a amar sin medida. Esa media hora se convertía en la fragua donde el alma se purifica y se fortalece.
TRES AMORES QUE NO FALLAN
Finalmente, pedía custodiar tres devociones: la Pasión, la Eucaristía y la Virgen María. “En esas tres oraciones está la llave del cielo”, aseguraba.
En tiempos de prisa y ruido, estas seis prácticas —simples pero poderosas— siguen siendo una brújula para el alma. San Alfonso no enseñó a comenzar el día: enseñó a consagrarlo. Porque quien entrega su amanecer a Dios, convierte cada día en eternidad.









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