El Santo que Venció al Demonio en las Calles de París
- Canal Vida
- 16 ago
- 4 Min. de lectura
Entre mitos y crónicas medievales, san Esteban de Hungría no solo fue rey: en París lo recuerdan como el hombre que hizo huir a los demonios y quebró la brujería con una cruz. ¿Héroe piadoso… o exorcista real?

La memoria de san Esteban de Hungría suele presentarse como la del rey sabio, guerrero piadoso y padre de la cristiandad magiar. Canonizado en 1083, es recordado como fundador de la Iglesia en Hungría y como un monarca que, con la espada en una mano y la cruz en la otra, abrió el camino a un pueblo entero hacia la fe.
Pero hay un costado oculto de su vida que pocos conocen y que, en los archivos medievales de Francia, aparece con tintes de misterio, dramatismo y hasta de exorcismo. Relatos antiguos lo ubican en París, no como rey, sino como cazador de demonios.
¿Mito piadoso? ¿Propaganda medieval? ¿O el testimonio real de un hombre que enfrentó, en carne viva, la oscuridad?
PARÍS, SIGLO XI: UNA CIUDAD SITIADA POR LA BRUJERÍA
La capital francesa no siempre fue la romántica ciudad de luces. En el siglo XI, era un hervidero de miedos. Brujas acusadas de pactos, alquimistas oscuros que jugaban con lo prohibido, invocaciones nocturnas en los suburbios, peste, hambre, superstición.
En crónicas atribuidas a monjes benedictinos se habla de noches en que las campanas de Notre Dame tañían solas, de figuras encapuchadas que se deslizaban en los cementerios y de criaturas deformes que los fieles juraban haber visto trepar por los muros de la Île de la Cité. París estaba, según los textos, infectada por espíritus.
Fue en ese escenario donde un peregrino extraño, vestido con humildad pero con la dignidad de un rey, entró en la ciudad: Esteban de Hungría.

EL ENCUENTRO CON LAS SOMBRAS
Se cuenta que san Esteban llegó a París en peregrinación antes de su muerte (1038). Allí, conmovido por el caos espiritual, comenzó a caminar de noche por las calles más oscuras.
Testigos de la época afirman que, al pasar, las sombras huían y que las puertas de las casas malditas crujían como si se partieran por dentro.
Un manuscrito del siglo XII, conservado en la Biblioteca Nacional de Francia, describe una escena espeluznante: “Una bruja, con ojos de azufre, lanzó un maleficio contra él. El rey no alzó la espada, sino la cruz. Y el aire se abrió como desgarrado: el demonio huyó aullando hacia el río Sena”.
No hay certeza histórica. Pero los cronistas insistieron en que Esteban no combatió con violencia, sino con oración.

EL EXORCISTA QUE NO QUERÍA SERLO
En estas leyendas, Esteban aparece como un exorcista involuntario. No buscaba enfrentarse a los demonios, pero su sola presencia los hacía temblar. En una ocasión, según las crónicas, fue llevado ante un joven poseído que gritaba blasfemias y se revolcaba en la catedral de París. El noble colocó su capa sobre el muchacho y rezó el Credo. El niño quedó en silencio, como dormido.
Para algunos, fue sugestión colectiva. Para otros, una clara señal de que aquel monarca no solo había convertido un reino, sino que también había librado una batalla espiritual en el corazón de Europa.
El hecho de que estas historias surgieran siglos después de su muerte abre la duda: ¿se trató de relatos inflados para engrandecer su figura? ¿O realmente caminó por las calles de París como un “limpiador de espíritus”?
Lo cierto es que, en la Edad Media, el límite entre historia y mito era borroso. Los santos no eran solo ejemplos de virtud: eran también héroes de lo imposible, guerreros contra lo invisible. Y París los necesitaba.
La relación entre Hungría y Francia era real. La hija de Esteban, Inés, fue enviada a monasterios franceses, y varias comunidades religiosas de París recibieron apoyo del monarca. Esto hace plausible su paso por la ciudad. Y la memoria popular, siempre ávida de relatos sobrenaturales, pudo haber tejido en torno a su presencia episodios extraordinarios.

¿QUIÉN FUE REALMENTE?
El rey santo: fundó iglesias, organizó la diócesis de Hungría y dedicó su corona a la Virgen María.
El hombre del “sí”: se aferró a la fe en tiempos de guerras sangrientas.
El cazador de demonios: según la tradición, hizo huir a espíritus en París y purificó calles plagadas de brujería.
La pregunta queda abierta: ¿fue un santo piadoso o un verdadero exorcista real?
UN LEGADO QUE AÚN INCOMODA
Hoy, en la fiesta del 16 de agosto, san Esteban es recordado en Hungría como padre de la nación. Pero en París, algunas parroquias antiguas todavía conservan la tradición de rezarle para pedir protección contra el mal. No tanto por sus leyes, ni por su corona, sino por esa fama inquietante de hacer temblar a los demonios con solo pronunciar su nombre.

REY SANTO
El misterio de san Esteban no se resuelve en los archivos. Se juega en el corazón. Porque, al fin y al cabo, más allá de si expulsó demonios en carne viva o si los relatos fueron adornados, la pregunta nos alcanza: ¿Estamos dispuestos a creer que la fe puede iluminar hasta las calles más oscuras?
Y en tiempos donde París y el mundo entero vuelven a ser sitiados por sombras —terror, violencia, odio—, el eco de ese rey santo suena más actual que nunca.
Comentarios