EL SANTO QUE DETUVO A LA MUERTE EN LA PUERTA: SAN ERNESTO DE ZWIEFALTEN
- Canal Vida

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El abad alemán que, según la tradición, se levantó del suelo para terminar una oración interrumpida por la tortura. Un relato entre el fuego, la fe y el misterio de la vida eterna.

Corría el siglo XII, y Europa entera temblaba bajo el eco de las Cruzadas. En el monasterio benedictino de Zwiefalten, en el corazón de Alemania, vivía un hombre de mirada serena y voz suave: san Ernesto, abad y pastor de monjes, amante de la paz. Pero su destino no estaba entre muros de piedra, sino en las arenas ardientes de Tierra Santa, donde la fe y la muerte caminaban de la mano.
Cuando los cruzados marcharon hacia Jerusalén, Ernesto no dudó. A pesar de los ruegos de sus hermanos, tomó la cruz sobre su pecho y partió, no como guerrero, sino como penitente. Decía que su misión no era conquistar, sino reparar con oración lo que otros profanaban con espada.
EN EL DESIERTO DE LOS MARTIRIOS
El viaje fue una procesión de sufrimientos. Según los antiguos cronistas, el abad fue capturado cerca de Damasco por un grupo de infieles que exigieron su renuncia a Cristo. Lo azotaron, lo quemaron con hierro, y lo arrastraron por el suelo. Pero Ernesto no gritó. Solo repetía una frase que los testigos grabaron para siempre: “No temo morir si mi muerte puede abrir los cielos para otros”.
Al final, sus verdugos lo atravesaron con lanzas y lo dejaron tirado, cubierto de polvo y sangre, en medio del camino. Pensaron que todo había terminado. Pero lo imposible estaba por suceder.

EL MILAGRO DE LA RESURRECCIÓN
Cuenta la tradición que, mientras el sol caía sobre el desierto, el cuerpo del abad comenzó a moverse. Los soldados huyeron aterrados al ver cómo, lentamente, se incorporaba. Su rostro estaba pálido, pero sus labios se movían con una serenidad sobrehumana. Terminó la oración que había comenzado antes de morir.
Los monjes de Zwiefalten, que más tarde recuperarían su cuerpo, aseguraron que encontraron en él una paz sobrenatural, como si no hubiera sufrido dolor alguno. Desde entonces, se difundió el relato del “monje que detuvo a la muerte en la puerta”, una historia que atravesó generaciones, inspirando devoción y desconcierto a la vez.

UN HOMBRE ENTRE DOS MUNDOS
Ernesto fue proclamado mártir, pero su figura pronto quedó envuelta en el misterio. Algunos historiadores afirmaron que regresó brevemente a Alemania antes de morir en paz en su monasterio. Otros sostienen que su cuerpo nunca se descompuso, y que su tumba emanaba perfume, como los santos incorruptos del medioevo.
Los peregrinos acudían a Zwiefalten no solo para pedir milagros, sino para contemplar el lugar donde —decían— la muerte había sido vencida por la oración. En la cripta del monasterio, las inscripciones medievales todavía repiten una frase atribuida al abad: “No resucité para mí, sino para que el mundo recuerde que el amor no se entierra”.

EL TESTAMENTO DE UN MÁRTIR
Más allá del relato sobrenatural, san Ernesto dejó un mensaje que atraviesa siglos: la verdadera victoria cristiana no se mide por conquistas, sino por fidelidad en el sufrimiento. Su historia, contada entre monjes y cruzados, muestra que incluso en medio del odio, hay almas que responden con paz.
León XIV citó recientemente su ejemplo en una catequesis sobre los mártires olvidados del Medioevo, afirmando que “cada testigo que ora en medio del dolor, abre una grieta en el infierno”. San Ernesto encarna esa grieta: un resplandor entre el fuego.

LA FE QUE VENCE A LA MUERTE
En tiempos donde la palabra “martirio” parece pertenecer al pasado, la vida de San Ernesto recuerda que la fe no se extingue: resucita. En un mundo que teme al dolor, su figura desafía la lógica del miedo con la fuerza del amor eterno.
Los monjes de Zwiefalten todavía celebran su fiesta cada 7 de noviembre, día en que, según las crónicas, la campana del monasterio sonó sola al amanecer. Dicen que fue el eco de su oración inconclusa… aquella que la muerte no pudo silenciar.
Y quizás, cada vez que una vida se levanta del suelo para volver a rezar, san Ernesto vuelve a resucitar.









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