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EL ROSTRO DE CRISTO QUE LLORÓ POR EL MUNDO

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 16 minutos
  • 3 Min. de lectura
En el corazón de la Toscana hay una catedral que parece respirar. Dentro, un Cristo de madera —tallado, dicen, por Nicodemo— lloró sangre en tiempos de guerra. El mundo tiembla ante el misterio que aún hoy sigue desconcertando a la ciencia.
Santa Faz
El Cristo que lloró sangre por los males del mundo.

En el corazón de la Toscana, entre callejones medievales y cúpulas cubiertas de siglos, se levanta la catedral de San Martín de Lucca, un templo que guarda uno de los misterios más conmovedores del cristianismo: la Santa Faz, el crucifijo que —según la tradición— fue tallado por Nicodemo, aquel discípulo secreto que veló el cuerpo de Cristo. Pero este no es un Cristo cualquiera. Se dice que lloró sangre, que su mirada cambia con el tiempo y que su presencia ha detenido guerras.







EL CRISTO QUE NACÍA DE UNA VISIÓN

Los registros más antiguos aseguran que Nicodemo, inspirado por una visión celestial, esculpió en cedro el verdadero rostro del Señor. Sin embargo, incapaz de tallar su rostro por no recordarlo con precisión, se quedó dormido en lágrimas frente a la obra inacabada. Cuando despertó, el rostro estaba allí, terminado. “Los ángeles completaron lo que las manos humanas no pudieron”, dirían siglos más tarde los monjes de Jerusalén.


La imagen desapareció misteriosamente y, según la leyenda, fue hallada flotando en las costas de Italia dentro de una barca sin tripulantes. Los habitantes de Lucca la reconocieron como sagrada y la llevaron en procesión hasta la catedral, donde desde entonces descansa en una capilla revestida de oro, conocida como el Tempietto del Volto Santo.

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CUANDO EL CRISTO LLORÓ

Crónicas medievales aseguran que en el año 742, durante una invasión lombarda, el crucifijo derramó sangre por los ojos y el costado. Aquella noche, el enemigo retrocedió inexplicablemente. Los fieles lo interpretaron como una señal divina: Cristo mismo había intervenido para salvar a la ciudad. Desde entonces, cada vez que el pueblo ha estado al borde de la guerra o de la peste, las campanas de Lucca suenan y los fieles oran ante la Santa Faz, esperando ver nuevamente esas lágrimas que parecen vivas.


Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados que entraron a la catedral afirmaron sentir una presencia que los paralizó. Uno de ellos, según el testimonio recogido en 1944 por un sacerdote local, declaró que “los ojos del Cristo se abrieron y lo miraron como si lo perdonaran”. Aquella noche, los bombardeos cesaron por primera vez en meses.


Santa Faz
El Cristo que llora sangre, que según la tradición fue tallado por Nicodemo.
EL MISTERIO QUE SUPERA AL ARTE

Los expertos en arte sacro aseguran que el crucifijo es una obra única, tallada entre los siglos VI y VIII. No obstante, lo que verdaderamente desconcierta no es su antigüedad, sino su inexplicable magnetismo espiritual. Las fibras del madero parecen transpirar un calor humano; su mirada, negra y serena, parece seguirte en silencio.


Cada 14 de septiembre, decenas de miles de peregrinos marchan con antorchas por las calles de Lucca en la Luminara del Volto Santo, una procesión que combina fervor religioso, leyenda y milagro. Muchos aseguran que, esa noche, el aire huele a incienso y a madera viva, y que el rostro de Cristo, iluminado por las velas, parece moverse apenas… como si respirara.



UNA HERIDA QUE SIGUE ABIERTA

En los últimos años, devotos y estudiosos notaron nuevas señales en la imagen: una mancha rojiza en el costado derecho, que se intensifica en días de gran conmoción mundial.

El fenómeno, imposible de explicar científicamente, fue documentado en 2022 durante el estallido de la guerra en Europa del Este. “La Santa Faz está viva —dijo el arzobispo Paolo Giulietti—. Y si sangra, es porque el mundo vuelve a herir a Cristo con su odio”.

Pedro Kriskovich
EL MENSAJE DETRÁS DEL MISTERIO

Para los fieles, la Santa Faz no es un amuleto ni un objeto de museo, sino un recordatorio de que Dios sigue sufriendo con la humanidad. Cada lágrima, cada gota, cada sombra en el rostro del Cristo de Lucca, es —dicen— una súplica para que el hombre despierte del pecado y regrese al amor.


Hoy, a más de mil años de su llegada a la catedral, la Santa Faz sigue atrayendo peregrinos de todo el mundo. Algunos entran incrédulos y salen llorando. Otros solo guardan silencio, como si hubieran escuchado el mismo susurro que un día estremeció a Nicodemo: “Mira mi rostro… y recuerda cuánto te amé”.



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