EL OBRERO DE DIOS: EL SACERDOTE ARGENTINO QUE CONSTRUYÓ UNA CIUDAD SOBRE UN BASURERO
- Canal Vida
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Un cura argentino convirtió un basural de Madagascar en una ciudad viva: 22 barrios, 4.000 casas y miles de niños en la escuela. Pedro Opeka, el “carpintero de Dios” que cumple 50 años de su ordenación, predica una revolución concreta: trabajo, educación y disciplina. Nada de asistencialismo.

En el corazón del océano Índico, a miles de kilómetros de Buenos Aires, se levanta una ciudad donde antes sólo había miseria y basura. Su nombre es Akamasoa, que en lengua malgache significa “los buenos amigos”. Fue fundada hace más de 30 años por un sacerdote argentino de alma rebelde y manos de obrero: Pedro Pablo Opeka, conocido en todo el mundo como “el carpintero de Dios”, “el apóstol de la basura” o incluso “la Madre Teresa con pantalones”.
Nacido en San Martín, hijo de inmigrantes eslovenos, aprendió de su padre albañil a levantar paredes y de su madre creyente a no mirar hacia otro lado frente al dolor ajeno. Pero nadie —ni siquiera él— podía imaginar que su destino lo llevaría a construir una de las obras más conmovedoras del siglo XXI: una ciudad entera para los olvidados de la Tierra.
“NO VI POBREZA… VI MISERIA”
En 1975, recién ordenado sacerdote en la Congregación de la Misión fundada por san Vicente de Paul, fue enviado a Madagascar, una isla africana tan hermosa como devastada. Allí, el 80% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Los niños caminan descalzos sobre el polvo rojo de una tierra donde las lluvias son oro, la comida escasea y la esperanza parece un lujo.
Durante 14 años trabajó en las aldeas del sur hasta que, enfermo y exhausto, fue trasladado a la capital, Antananarivo. Lo que vio allí cambió su vida para siempre. Frente a sus ojos, miles de familias vivían entre los escombros de un basurero a cielo abierto, comiendo sobras, durmiendo sobre plásticos y rodeadas de ratas y humo. “Esa noche —recordaría después— no pude dormir. Le pedí a Dios fuerzas para sacar a esa gente del infierno”.

DE LAS CENIZAS NACIÓ UNA CIUDAD
Al día siguiente, regresó con algo más poderoso que un plan: fe en acción. Reunió a los niños, les dio pan, los hizo jugar y bajo un árbol improvisó la primera escuela. Poco después, fundó Akamasoa, la comunidad que sería su respuesta a la miseria.
“Vivimos en la globalización de la indiferencia. La gente habla, pero no actúa. Ese es el drama del mundo.” (Padre Pedro Opeka)
Comenzaron con un ladrillo. Luego otro. Y otro. “De esta montaña de desechos hicimos un oasis de esperanza”, dice con orgullo. Sin máquinas, sin subsidios, sin promesas políticas: todo se levantó a mano. Hombres, mujeres y jóvenes cargaron piedra sobre piedra. Así nacieron 22 barrios, más de 4.000 viviendas, escuelas, hospitales, talleres y canchas donde hoy viven más de 25.000 personas y se salvaron más de medio millón a lo largo de los años.
El lema del padre Opeka es simple y exigente: “Trabajo, educación y disciplina”. No regala nada. Enseña a ganarlo. “Aquí no hacemos caridad, damos herramientas para recuperar la dignidad”, asegura.

EL EVANGELIO EN ACCIÓN
Los domingos, cuando el sol apenas asoma, hasta 10.000 personas se reúnen para escuchar su misa. No hay templos de mármol ni vitrales. Solo un enorme galpón y miles de voces cantando con alegría. “Esta misa es un milagro”, dice el sacerdote e indica que “nos tomamos tres horas para rezar, cantar y mirarnos a los ojos. Aquí la fe se vive con el cuerpo entero”.
Akamasoa no es solo una ciudad. Es un laboratorio de humanidad. Todos los niños deben ir a la escuela. Todos los adultos trabajan: en carpintería, en ladrilleras, en agricultura, en talleres. “No prestamos asistencia, ayudamos”, repite el presbítero, que se define como “un obrero de la fe”.

LA SUBLEVACIÓN DEL CORAZÓN
Pedro no es un hombre sereno. Es un volcán de energía. Su rostro curtido por el sol africano combina ternura y enojo. “Frente a la miseria, todos tenemos el deber de sublevarnos con las armas del corazón”, escribió en su libro Súblévense. Su mensaje no se dirige solo a los gobiernos, sino a todos nosotros: “La pobreza no se combate con discursos, sino con manos que trabajan”.
Por eso, rechaza el asistencialismo. “Dar sin enseñar a hacer es robar el alma”, dice. Y su fórmula, aunque dura, funciona. En un país donde la corrupción devora las instituciones, Akamasoa se convirtió en un símbolo de orden, respeto y dignidad.

UNA ISLA DE BELLEZA Y DOLOR
Madagascar, la cuarta isla más grande del mundo, parece un paraíso natural: baobabs gigantes, selvas y playas de arena roja. Pero detrás de esa belleza se esconde una tragedia silenciosa. El país, dependiente de la agricultura y la minería, sufre una desigualdad extrema. Las sequías, el analfabetismo y la falta de infraestructura empujan a millones a sobrevivir con menos de un dólar al día.
En medio de esa realidad, el padre Pedro se convirtió en una voz de resistencia espiritual y social. Su ciudad no solo da techo: produce esperanza. De un basural nació una nueva generación que sabe leer, trabajar y soñar.

UN ARGENTINO QUE SIGUE CONSTRUYENDO
Hoy, a sus 77 años, el pastor que cobija a su rebaño de Madagascar sigue al frente de su obra. Vive entre los pobres, come lo mismo que ellos, duerme en una cama sencilla. Pero su figura traspasó fronteras. Fue recibido por presidentes, honrado con la Legión de Honor francesa y propuesto varias veces al Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, sigue siendo el mismo cura que jugaba al fútbol con los niños del basural.
Su paso por la Argentina en estas semanas volvió a encender la admiración y la conciencia. Llegó el 24 de octubre, y su agenda pastoral lo llevará por Buenos Aires, Neuquén, El Palomar y el norte argentino. Celebrará misas, encuentros solidarios y reuniones con organizaciones que siguen su ejemplo. Entre ellas, Akamasoa Argentina, una comunidad inspirada en su modelo, que ya construyó casas, escuelas y una granja.

“LA VERDADERA REVOLUCIÓN ES LA DEL AMOR”
El padre Pedro no duda en hablar con franqueza: “Vivimos en la globalización de la indiferencia. La gente habla, pero no actúa. Ese es el drama del mundo”. Insiste en que la fe sin acción es ruido vacío, por lo que asegura que “no vine a dar limosnas, vine a devolver esperanza”.
Su espiritualidad es práctica, directa y profundamente evangélica. En su obra se respira el espíritu de san Vicente de Paul, fundador de su congregación: “Amar a Dios con el sudor de la frente y el trabajo de las manos”.

UN HÉROE DE CARNE Y FE
La imagen del padre Opeka caminando entre casas de ladrillo, rodeado de niños descalzos que gritan “Tatay Pedro”, se volvió símbolo de una revolución silenciosa. Un cura con alma de albañil que convirtió un infierno en un hogar.“Si Jesús estuviera hoy en la Tierra —dicen los habitantes de Akamasoa—, viviría aquí”.
En sus misas, su voz resuena como un trueno:“¡No esperen milagros del cielo si no mueven las manos en la tierra!”.
Y cuando le preguntan cómo logró sacar a medio millón de personas de la miseria, responde con la humildad de quien se sabe instrumento: “Yo solo levanté el primer ladrillo. El resto lo hizo Dios”.

EL MILAGRO ARGENTINO QUE CAMBIA ÁFRICA
A cuatro décadas de su llegada, Madagascar ya no es solo el país donde los niños rebuscaban comida entre la basura. Es también la tierra donde un argentino, armado de fe y cemento, demostró que la santidad puede tener manos callosas y rostro sudado.
El padre Pedro Opeka sigue allí, levantando casas, escuelas y almas. Su obra ya es más que un proyecto: es un testamento vivo de lo que la fe puede construir cuando se mezcla con trabajo y disciplina.
“La bondad, hermano mío, salvará al mundo”, repite recordando a sus padres. Y en un planeta cansado de discursos, esa frase suena más revolucionaria que nunca.
Un basural convertido en ciudad. Un cura convertido en esperanza y leyenda. Así se resume la vida de Pedro Opeka, el sacerdote que levantó el Reino de Dios sobre la basura del mundo.





