Renunció al Islam… y lo Quemaron Vivo por Amar a Cristo
- Canal Vida
- 2 jun
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El beato Demetrios de Philadelphia fue quemado vivo en 1567 por volver a Cristo. Su historia, silenciada durante siglos, hoy vuelve a estremecer al mundo. Renunció al Islam... y eligió morir antes que negar su fe.

La escena parece sacada de una película de terror. Un joven con los pies mutilados, bañado en sangre, es arrojado vivo a las llamas mientras un grupo de fanáticos grita para que renuncie a Cristo. Pero no lo hace. No suplica. No traiciona. Solo reza. Su nombre era Demetrios. Y su crimen fue amar a Jesús. Era el siglo XVI, en Asía Menor.
Esta es la historia que muchos no quieren contar. La de un joven que, habiendo conocido la fe cristiana desde niño, cayó en la tentación de renegar de ella por miedo, por presión, por sobrevivir. Pero que luego, al recuperar la luz, renunció al Islam en una región donde hacerlo equivalía a firmar su sentencia de muerte. Lo sabía. Y aún así lo hizo.
EL HIJO DEL SACERDOTE QUE SE CONVIRTIÓ AL ISLAM
Demetrios nació en Philadelphia, una ciudad de la antigua Lidia, hoy Turquía, en el seno de una familia cristiana ortodoxa. Su padre era sacerdote, y desde pequeño el niño recibió formación en las Escrituras y la liturgia. Sin embargo, a los 13 años, por causas que se desconocen, abandonó la fe y se convirtió al Islam.
Algunos historiadores suponen que pudo ser presionado por autoridades musulmanas, o tal vez atraído por promesas de seguridad y privilegios. Lo cierto es que durante 12 años vivió como musulmán. Pero algo dentro de él nunca murió.
A los 25 años, en un momento de lucidez espiritual que podría calificarse de milagroso, Demetrios volvió a la Iglesia. Confesó públicamente su apostasía, pidió perdón, y abrazó de nuevo su fe cristiana. Pero en una región dominada por el Islam, este acto era considerado una traición imperdonable.

EL MARTIRIO QUE EL MUNDO CALLA
Su regreso a Cristo fue una bomba en tierra hostil. Apenas confesó su conversión, Demetrios fue raptado como un criminal. No hubo juicio justo, ni defensa, ni clemencia. Fue presentado ante un tribunal islámico que no pedía explicaciones: querían verlo arrodillado. Querían oírlo negar al Nazareno. Pero Demetrios, con los ojos llenos de luz, respondió con silencio… y fe. No gritó. No rogó. Solo sostuvo con firmeza: “Creo en Cristo. Y no me avergüenzo”.
Entonces desataron el infierno. Le amputaron los pies para que no pudiera huir. Lo golpearon hasta astillarle los huesos. Le deformaron el rostro. Pero ni el dolor ni el miedo lo doblegaron. Al final, lo que no lograron con torturas, lo intentaron con fuego: lo arrojaron vivo a una hoguera encendida en plena plaza pública. Era el año 1567, y el delito de Demetrios fue uno solo: volver a amar a Cristo y decirlo en voz alta.
Pero allí, en medio de las llamas, no hubo odio ni desesperación. Solo oración. Los testigos dicen que sus labios seguían moviéndose, rezando, invocando el nombre de Jesús. Murió envuelto en fuego, pero su testimonio arde aún más que las brasas que consumieron su cuerpo. Y por eso el mundo moderno prefiere callarlo: porque Demetrios desenmascara nuestra cobardía con su valor, y nuestra tibieza con su llama.

UN LUGAR LLAMADO MARTIRIO
Philadelphia no es solo una ciudad de mapas antiguos. Es un testimonio viviente de la fe bajo persecución. En la misma tierra donde san Juan escribió a la Iglesia de Filadelfia en el Apocalipsis (“Has guardado mi palabra y no has negado mi nombre”), siglos más tarde Demetrios repetiría esa fidelidad hasta la muerte.
En ese mismo suelo regado de sangre de santos, hoy se levantan templos humildes y monasterios ortodoxos que recuerdan su sacrificio. La memoria de Demetrios no está inscrita en grandes monumentos, sino en la oración de los fieles perseguidos.

BEATIFICADO PARA QUE NO LO BORREN
Su martirio fue reconocido oficialmente por la Iglesia, y Demetrios fue proclamado beato. Aunque su historia no es muy difundida en Occidente, en las comunidades ortodoxas y católicas del Medio Oriente se lo venera como un verdadero ejemplo de conversión radical.
Su fiesta se conmemora cada 2 de junio, recordando que la libertad religiosa no es una garantía universal, sino un derecho por el que muchos dieron la vida.
CUANDO CAMBIAR DE FE ES CONDENA
Hoy, mientras el mundo celebra la diversidad, aún existen países donde cambiar de religión es castigado con la muerte o el ostracismo social.
En al menos 13 países, la apostasía o conversión del islam al cristianismo puede acarrear prisión, tortura o ejecución.
El testimonio de Demetrios nos recuerda que no todos los conversos tienen un camino fácil. Que hay quienes pierden a su familia, a sus amigos, su trabajo y su hogar por abrazar a Cristo. Que aún hay fogatas encendidas en nombre del odio, y que el fuego sigue siendo el lenguaje del fanatismo.

EL FUEGO NO VENCIÓ
Pero el martirio de Demetrios no terminó en cenizas. Su historia se multiplicó en testimonios similares en Irak, Nigeria, Pakistán, Afganistán y hasta en comunidades clandestinas de Asia.
“Dios me llamó por mi nombre”, dicen muchos conversos. Y cuando uno escucha ese llamado, no hay fuego que lo detenga.
Demetrios nos grita desde la historia que nunca es tarde para volver, pero que hay que estar dispuesto a darlo todo.
ENTREGARSE POR DIOS
En un tiempo donde la fe es ridiculizada y la verdad se negocia, el ejemplo del beato Demetrios incomoda. Porque nos obliga a preguntarnos: ¿Cuánto estoy dispuesto a perder por Cristo? ¿Estoy dispuesto al rechazo, a la soledad, al sacrificio? ¿O mi fe se diluye en tibieza y corrección política?
No todos estamos llamados al martirio de fuego. Pero sí al martirio cotidiano: decir la verdad cuando incomoda, defender la vida cuando la atacan, mantener la fe cuando el mundo se burla.

LO QUE NO SE ATREVEN A CONTAR
Demetrios fue traicionado por todos. Por los que lo habían recibido en el Islam y lo acusaron de apóstata. Por los cristianos “tibios” que, en lugar de defenderlo, se apartaron para no quedar pegados a su fuego. Por los líderes religiosos que callaron. Y por los historiadores que eligieron borrarlo. Su nombre no aparece en libros escolares. Su testimonio no es citado en cátedras de derechos humanos. Porque incomoda. Porque quema.
Fue golpeado, mutilado, torturado… y arrojado vivo a una hoguera. Pero ninguna biografía oficial menciona su martirio. No hay estatuas ni calles con su nombre. Y su beatificación —aunque reconocida por la Iglesia— fue silenciada fuera del ámbito ortodoxo. El mundo no sabe quién fue, porque al mundo no le gusta recordar a los que no se rinden. Prefieren héroes que pactan, no santos que arden. Lo enterraron dos veces: primero con fuego, después con silencio.
Y, sin embargo, su historia resiste como una llama oculta bajo las cenizas. En los rincones más olvidados de la cristiandad, hay jóvenes que toman su nombre. Hay fieles perseguidos que lo invocan en secreto. Porque aún hoy, en al menos 13 países, renunciar al Islam o confesar a Cristo puede costarte la vida. Lo que no se atreven a contar… es que Demetrios no está solo. Y su grito no terminó con él.

TESTIMONIO URGENTE
La vida del beato Demetrios es un testimonio urgente para los jóvenes del mundo moderno. Un llamado a no vivir avergonzados del Evangelio. A entender que la libertad religiosa es frágil, y que nuestros hermanos perseguidos no son un capítulo del pasado, sino del presente.
Que su grito desde la hoguera se convierta en oración:
“Señor, dame la valentía de amarte sin miedo. Aunque me cueste todo.”
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