La Muerte que se Vuelve Luz
- Canal Vida
- 12 jun
- 4 Min. de lectura
Mártires olvidados, eremitas santos y pastores de almas: el 12 de junio no solo marcó muertes, sino nacimientos al cielo. Conocé las historias impactantes de quienes entregaron todo por Cristo… y siguen vivos en millones de corazones.

Mártires, beatos y almas heroicas que entregaron su vida por Cristo justo un 12 de junio.
Murieron por Jesús… pero hoy siguen vivos en millones de corazones.
En cada jornada conmemorativa, mientras el mundo sigue su curso y las agendas llenan las horas, en el calendario de los cielos se recuerda a verdaderos gigantes de la fe: santos, beatos y mártires que dejaron este mundo un día como hoy, sellando su paso con un amor que no teme a la muerte.
Canal Vida te presenta un recorrido dramático, inspirador y estremecedor por las vidas de quienes partieron en esta fecha: cada uno con una historia que no debería quedar olvidada. Porque no murieron en vano, lo fallecieron para iluminar.
SAN ONOFRE, EL ERMITAÑO QUE VENCIÓ AL DIABLO EN SOLEDAD
Su figura es extraña, incluso para los católicos. San Onofre fue un ermitaño del desierto de Tebas, Egipto, en el siglo IV. Vivía cubierto solo por su largo cabello y barba, alimentándose de hierbas, miel silvestre y una pequeña fuente que –según los relatos– había brotado milagrosamente para él.
Pero lo que hace inolvidable a este santo no es su aspecto o su dieta. Es su batalla espiritual. Durante 60 años enfrentó tentaciones del demonio, frío, soledad, hambre y visiones demoníacas. Todo en absoluto silencio y entrega.

Su muerte llegó un 12 de junio, cuando un ángel anunció a un monje peregrino que Onofre había sido llamado al Cielo. Su cuerpo, cuentan, no se descompuso. Y su tumba se convirtió en lugar de peregrinación.
Fue declarado santo por aclamación popular, y aún hoy se le reza por pureza, firmeza en la fe y protección contra el maligno. Su vida es un grito silencioso: Dios basta.

SAN JUAN DE SAHAGÚN: EL PREDICADOR QUE DETUVO DUQUES
En pleno siglo XV, en la turbulenta Castilla, un joven sacerdote agustino llamado Juan de Sahagún comenzó a predicar con tanta fuerza que hasta los nobles temblaban. Su voz denunciaba abusos, defendía a los pobres y llamaba al arrepentimiento.
Era tan directa su palabra, que sus enemigos intentaron envenenarlo. Cuando eso no funcionó, apelaron a la violencia.
El 12 de junio de 1479, murió tras una larga agonía provocada por un ataque brutal. Pero no dejó odio. Sus últimas palabras fueron una oración de perdón. Hoy es patrono de Salamanca y de los confesores. Su cuerpo permanece incorrupto.

BEATA MERCEDES MOLINA: LA DAMA QUE ABRAZÓ A LOS MARGINADOS
Nacida en Ecuador, esta mujer bella y rica, Mercedes Molina (1828-1883), lo dejó todo para consagrarse a los más pobres. Fundó una congregación para rescatar niñas abandonadas y mujeres abusadas.
Murió en 1883, dejando una estela de caridad y ejemplo. Fue beatificada por san Juan Pablo II.
Su vida es un testimonio de que la santidad no siempre lleva espada. A veces, lleva ternura.

BEATO LORENZO SALVI, EL APÓSTOL DEL NIÑO JESÚS
Este sacerdote pasionista italiano, Lorenzo Salvi, dedicó su vida a promover la devoción al Niño Dios. En pleno siglo XIX, en medio de guerras y secularización, recordaba al mundo la inocencia perdida.
Murió 1856. Sus escritos aún conmueven, y su tumba es lugar de peregrinación.

MARTIRIO SILENCIOSO, ALMAS EN EL PURGATORIO
No todos los "santos" tienen nombre. Muchos murieron por su fe un 12 de junio sin que la historia los haya anotado. Campesinos asesinados por proteger una imagen. Monjas que murieron en silencio. Niños que eligieron el cielo antes que negar a Cristo.
Para el cristiano, la muerte no es final. Es Pascua. Cada uno de estos santos y beatos es una chispa de luz en medio de un mundo que insiste en apagarla. Son faros. Son voces que gritan con su vida lo que nosotros a veces callamos con la nuestra.
San Onofre desde el desierto. San Juan de Sahagún desde el altar. Mercedes Molina desde la pobreza. Lorenzo Salvi desde la infancia de Jesús. Y tantos más.
Hoy los recordamos, porque morir por amor a Cristo nunca es perder. Es encender.
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