La Misa que Tocó el Cielo
- Canal Vida
- 7 jul
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Actualizado: 8 jul
Un sacerdote escocés celebró la Eucaristía más alta de la historia en el Monte Everest. A 5.200 metros de altura, el cielo descendió sobre la tierra en una misa inolvidable. Lo que ocurrió allí arriba… conmueve hasta al más frío.

En un mundo que muchas veces parece derrumbarse desde lo alto, un sacerdote escocés decidió subir… y llevar consigo a Dios. El 14 de mayo de este año, el padre Ninian Doohan no solo alcanzó los 5.200 metros del Monte Everest: celebró una misa que quedó registrada como la más alta de la historia moderna. No fue un logro deportivo. Fue una hazaña espiritual. Una locura santa. Una conquista del alma.

PROMESA CUMPLIDA
Con una sotana negra como único estandarte y una mochila cargada de reliquias, el sacerdote de 44 años se internó en el Himalaya, partiendo desde Lukla, Nepal, acompañado por porteadores y escaladores. No buscaba fama. No buscaba récords. Su objetivo era uno solo: llevar a Cristo “al lugar más alto de la Tierra”.
Todo comenzó con una promesa. En Navidad de 2023, el padre Doohan bautizó en Edimburgo al guía nepalí Gele Bishokarma. Aquel día, le prometió que lo visitaría en su tierra natal y que llevaría la fe católica “hasta la cima”.
Dos años después, cumplió con creces: el campamento base del Everest se convirtió en altar, y las piedras del monte más temido del planeta vibraron con el eco del “Cuerpo de Cristo”.

APOYO DE LOS FIELES
El viaje fue financiado, en parte, gracias a los cachorros recién nacidos de su perra. Con sentido del humor y espíritu de pobreza, el padre vendió los perritos entre sus feligreses. La colecta se multiplicó y hasta se recaudaron más de 5.000 euros para las misiones jesuitas en Nepal.
DIOS EN LO MÁS ALTO
Pero lo más impactante no fue el frío glacial, el aire enrarecido, los músculos adoloridos o la distancia recorrida. Fue el momento en que el sacerdote, ya en el campamento base, dijo en voz temblorosa: “El cielo ha descendido a la Tierra una vez más en su punto más alto”.
Allí, junto a 20 fieles y con un altar tallado en piedra por un porteador hindú, Doohan levantó la hostia. Y el viento se detuvo.

Aquella Eucaristía fue la primera celebrada en el naciente pontificado del Papa León XIV en esas latitudes. Fue más que un acto litúrgico: fue una señal. Una voz que clama desde la cima del mundo. Una proclamación silenciosa pero poderosa de que, incluso en las alturas más inalcanzables, Dios está presente… y espera.
Entre bendiciones, lágrimas congeladas y una sensación de paz inexplicable, el padre repartió pequeñas reliquias que había cargado desde Europa. Uno de los porteadores, de fe hindú, talló el altar sin saber que también estaba esculpiendo un pedazo de historia cristiana.
Mientras Nepal cuenta apenas con 8.000 católicos, este gesto encendió una luz. Porque la fe no se mide en estadísticas, sino en gestos que sacuden el alma. Porque hay montañas que no se escalan con los pies. Se escalan con la cruz.
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