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La Beata que el Diablo Odiaba: Alexandrina da Costa, la Mujer que Venció al Infierno

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 15 minutos
  • 4 Min. de lectura
Setenta años después de su muerte, la historia de Alexandrina da Costa, la beata que el demonio odiaba, sigue estremeciendo al mundo. Revivía la Pasión de Cristo cada viernes y vivió trece años alimentÔndose solo de la Eucaristía. Su fe venció al Infierno.
Beata MarĆ­a da Costa
La beata Da Costa que el maligno odiaba.

Han pasado setenta aƱos desde que Alexandrina MarĆ­a da CostaĀ partió a la Casa del Padre, el 13 de octubre de 1955. Sin embargo, su nombre sigue estremeciendo a creyentes y escĆ©pticos. Fue llamada ā€œla mujer a quien SatanĆ”s odiaba con perfecto odioā€, y la Iglesia la reconoce como una de las mĆ­sticas mĆ”s impresionantes del siglo XX.


Nacida el 30 de marzo de 1904 en Balasar, Portugal, Alexandrina creció entre campos y oraciones, llena de vida, música y alegría. A los catorce años, un episodio brutal marcaría su destino: tres hombres irrumpieron en su casa con la intención de abusar de ella. Para defender su pureza, saltó por una ventana de cuatro metros, cayendo al suelo con heridas graves.


Aquel salto la dejó paralizada para siempre, pero también fue su primer acto de heroísmo espiritual: prefirió perder el movimiento antes que la inocencia. Desde entonces, su cuerpo se volvió una prisión, pero su alma se transformó en un altar. Rezaba sin cesar, ofrecía su dolor y, poco a poco, entendió que su sufrimiento tenía un propósito: unirse a Cristo en la redención del mundo.







LA MUJER QUE REVIVƍA LA PASIƓN DE CRISTO

A partir de 1938 comenzó a vivir un misterio que desconcertó a médicos, sacerdotes y fieles. Cada viernes, durante tres horas, su parÔlisis desaparecía y revivía físicamente la Pasión de Cristo. Su cuerpo inmóvil toda la semana se incorporaba, reproducía los movimientos del Vía Crucis, caía y se levantaba entre gritos y lÔgrimas.


Quienes presenciaban aquel fenómeno aseguraban que JesĆŗs sufrĆ­a otra vez en el cuerpo de una mujer frĆ”gil y luminosa.Ā Alexandrina, con humildad, solo decĆ­a: ā€œSiento los clavos en mis manos y el peso de la cruz sobre mis hombrosā€. En su dolor encontraba amor, y en su inmovilidad, redención.

casa betania
EL INFIERNO LA ODIABA

Si el Cielo la habĆ­a escogido, el Infierno la seƱaló como su enemiga.Ā Desde 1934, Alexandrina sufrió violentos ataques diabólicos. Escuchaba voces, veĆ­a sombras, sentĆ­a empujones. ā€œVengo de tu Cristo —le decĆ­a una voz—, me mandó a llevarte al infiernoā€.


El demonio le prometĆ­a descanso si se suicidaba, le gritaba que su vida no tenĆ­a sentido, que ni Dios ni su confesor creĆ­an en ella. Pero ella respondĆ­a besando su crucifijo: ā€œJesĆŗs mĆ­o, en tus manos me entrego.ā€


Su habitación se convirtió en un campo de batalla espiritual. Algunos vecinos escuchaban los gritos y los golpes. A veces, la oscuridad parecía material. Pero cuando el mal se retiraba, un silencio sobrenatural llenaba el aire, y su rostro, agotado, irradiaba paz.

El padre Mariano Pinho, su director espiritual, escribió: ā€œEl demonio la atacaba con odio indescriptible. Pero nunca logró vencer su serenidad ni su sonrisaā€.



JESƚS EN SU HABITACIƓN

En 1933, Alexandrina logró cumplir su mayor deseo: que un sacerdote celebrara misa en su cuarto. Desde entonces, esa pequeña habitación se volvió un santuario.


Durante una de esas misas, Cristo se le apareció cubierto de sangre.Ā ā€œVi sus manos, sus pies, su costado abierto, la sangre cayendo al suelo. Quise besar sus heridas, y Ɖl me permitió hacerlo.ā€ Desde entonces, su vida se convirtió en un diĆ”logo constante con el SeƱor.


Allí ofreció cada noche sus dolores por los pecadores. En la soledad, comprendió que el sufrimiento era la llave del Cielo y que su misión era abrirlo para quienes lo habían cerrado con el pecado.

Pedro Kriskovich
LA EUCARISTƍA, SU ƚNICO ALIMENTO

El 27 de marzo de 1942 comenzó un milagro que duraría trece años y siete meses. Desde ese día, Alexandrina no comió ni bebió nada mÔs que la Eucaristía.


Los mĆ©dicos la observaron dĆ­a y noche. No perdió peso, ni presión, ni temperatura. VivĆ­a, literalmente, del Cuerpo de Cristo. ā€œJesĆŗs es mi alimento —decĆ­a—. Su Carne y su Sangre me bastan.ā€


Para los incrédulos, fue un desafío; para los creyentes, una confirmación. La ciencia calló. La fe habló.



SU MUERTE Y SU LEGADO ETERNO

El 13 de octubre de 1955, aniversario de la Ćŗltima aparición de FĆ”tima, Alexandrina despertó con una sonrisa. ā€œHoy voy al Cieloā€, dijo a su hermana. Recibió la Comunión y pronunció sus Ćŗltimas palabras: ā€œNo pequen. Los placeres del mundo no valen nada. Recen el Rosario. Comulguen siempreā€.


Murió en paz, mientras el sol iluminaba su rostro. En su tumba pidió grabar una advertencia estremecedora: ā€œSi el polvo de mi cuerpo puede servir para salvarte, pĆ­salo. Pero no ofendas mĆ”s a JesĆŗsā€.


Hoy, peregrinos de todo el mundo visitan su habitación y su tumba en Balasar. Entre los objetos sencillos y el crucifijo que apretó hasta el final, aún se respira una presencia viva, un perfume de cielo y lucha.



UNA VICTORIA CONTRA EL INFIERNO

Alexandrina da Costa no realizó milagros visibles, pero su existencia fue un milagro silencioso de fidelidad y amor. En una época que huye del dolor, ella lo abrazó con ternura. Transformó la agonía en oración, la tentación en victoria y el sufrimiento en alegría.

Setenta aƱos despuĆ©s, sus palabras siguen estremeciendo: ā€œSufre, ama y satisfaceā€.


Tres palabras que derrotaron al demonio. Porque ni el fuego del infierno pudo apagar la luz de una mujer paralizada que aprendió a vencer con un rosario en la mano y una sonrisa en los labios.


La beata que el diablo odiaba… fue la que mĆ”s amó.



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