La Abortista Camino a la Santidad: Dorothy Day, la Mujer que Entregó a su Hijo… y Después se Entregó a Dios
- Canal Vida

- hace 1 hora
- 4 Min. de lectura
Un aborto, una caída devastadora y un fuego interior imposible de apagar: así comenzó el camino inesperado de Dorothy Day hacia el altar. La mujer que destruyó una vida terminó entregando la suya entera a Dios… y hoy podría convertirse en santa.

Hace 40 años que Dorothy Day partió a la Casa del Padre. Murió en 1980, como una anciana pobre rodeada de mendigos, obreros, marginados y locos de la calle. Pero detrás de esa imagen casi evangélica se esconde una verdad incómoda y brutal: Dorothy Day fue abortista.
Interrumpió voluntariamente el embarazo de su hijo por miedo a perder a un hombre. Y desde ese abismo, Dios la fue llevando, paso a paso, camino a la santidad.
Lo dijo sin rodeos el cardenal John O’Connor, arzobispo de Nueva York, cuando impulsó su causa de canonización: la vida de Dorothy puede recordar al mundo “lo grande que es la misericordia de Dios, incluso cuando somos capaces de cometer un acto criminal y abominable como el aborto de un hijo”. Ella misma llamaría a ese aborto “la gran tragedia de su vida”.
DEL AMOR LIBRE AL VACÍO ABSOLUTO
Dorothy nace en 1897 en Brooklyn (Estados Unidos), crece en Chicago y se mueve desde joven en círculos radicales: periodismo izquierdista, bohemia, comunismo, defensa del “amor libre”, control de la natalidad. Es brillante, intensa, apasionada. Se enamora de hombres que consideran la maternidad un estorbo.
Cuando queda embarazada de un escritor mujeriego que se niega a casarse, el miedo la aplasta. El resultado: un aborto ilegal que la deja físicamente enferma y espiritualmente destrozada.
Pierde al hijo. Pierde al hombre. Y casi pierde la vida: se sumerge en la depresión, intenta suicidarse, se siente estéril para siempre. Ese pecado la perseguirá durante décadas, como una sombra oscura que la humilla pero, al mismo tiempo, la empuja a buscar algo más grande que su culpa.

EL MILAGRO DE UN EMBARAZO Y EL COMIENZO DEL CAMINO
En 1926 ocurre lo que ella misma vivirá como un milagro: vuelve a quedar embarazada, esta vez de Forster Batterham, un ateo militante, enemigo de la Iglesia y del matrimonio.
Creía ya no poder concebir, experimenta una “inundación de amor y alegría” con el nacimiento de su hija Tamar Teresa, el cual rompe el hechizo del nihilismo.
La maternidad la empuja hacia Dios. Quiere que su hija tenga lo que ella no tuvo: una fe firme, una casa espiritual. Decide bautizar a la niña en la Iglesia Católica… y eso la obliga a elegir: Dios o su amante. Un día antes de su propio bautismo, se separa de él. Cruza el umbral de la Iglesia como una pecadora perdonada que se sabe rescatada del barro.

DE ABORTISTA A PROFETA DE LA VIDA
Dorothy nunca hizo del aborto una bandera pública, porque temía que su pasado fuera usado para justificar el crimen que tanto lamentaba. Pero su conversión fue radical. Se adhirió sin reservas a la enseñanza de la Iglesia sobre la vida, la sexualidad y la dignidad humana.
Firmó protestas contra la legalización del aborto en Estados Unidos. Escribió sobre la degradación de la mujer usada como objeto sexual. Agradeció a Pablo VI por defender en Humanae vitae la apertura a la vida cuando medio mundo lo atacaba.
Su vida entera se convirtió en una gigantesca reparación: pobreza voluntaria, casas de hospitalidad, largas noches atendiendo borrachos, vagabundos, enfermos sin nombre. The Catholic Worker, el periódico que fundó con Peter Maurin, se vendía a un centavo para que los pobres tuvieran acceso a la verdad. En plena Gran Depresión, su movimiento levantó decenas de casas de acogida: allí los descartados del sistema vivían, morían y eran enterrados como miembros de una familia.

UNA REVOLUCIÓN SIN ARMAS, UN AMOR SIN EXCUSAS
Dorothy Day fue anarquista, pacifista, incómoda para los poderosos y también para muchos dentro de la Iglesia. Se opuso a las guerras, denunció la usura, el capitalismo salvaje, la injusticia estructural. Pero lo hizo siempre de rodillas ante el Sagrario, alimentada por la Biblia, la Doctrina Social de la Iglesia y los santos.
Su revolución no fue de odio, sino de amor en acción: una sopa caliente, una cama compartida, una palabra de consuelo, un editorial incendiario escrito a la luz de una vela. Ella misma decía: “Es tan poco lo que uno puede hacer… vaciar los bolsillos, dar lo que tiene… y escribir”.

¿SANTA ABORTISTA?
Hoy es Sierva de Dios. Su causa de canonización avanza. Benedicto XVI la presentó como modelo de conversión. Francisco la propuso ante el Congreso de Estados Unidos como una de las grandes figuras de la nación. O’Connor soñaba incluso con que pudiera ser patrona de las mujeres que abortaron.
Porque la vida de Dorothy Day grita algo que este siglo no quiere oír: se puede cometer un crimen abominable… y aun así dejarse alcanzar, limpiar y transformar por la misericordia de Dios.
La abortista camino a la santidad no es un escándalo para la fe. Es su prueba más luminosa.









Comentarios