Habló del Fuego Invisible: León XIV y los Siete que Encendieron el Mundo
- Canal Vida
- hace 11 horas
- 4 Min. de lectura
En una homilía que estremeció la plaza de San Pedro, el Papa habló del fuego que no se apaga: la fe. Siete nuevos santos fueron proclamados ante el mundo como testigos del amor que vence al mal, la guerra y la muerte.

El 19 de octubre, el aire de la plaza de San Pedro parecía distinto. Miles de peregrinos lloraban y aplaudían mientras siete rostros descendían simbólicamente de los tapices colgados en la fachada vaticana.
En el centro, con la voz firme y los ojos cerrados por la emoción, León XIV pronunció las palabras que atravesaron las almas: “Una tierra sin fe es una tierra sin Padre.”
No fue una ceremonia más. Fue un exorcismo espiritual contra la indiferencia. Un llamado urgente a un mundo que, como dijo el Papa, “vive respirando ciencia, pero dejó de respirar fe”.
SIETE ROSTROS, SIETE LLAMAS
Los nombres resonaron uno a uno, como en una letanía que atravesó los siglos: Ignacio Choukrallah Maloyan, Pedro To Rot, Vincenza María Poloni, María del Monte Carmelo Rendiles, María Troncatti, José Gregorio Hernández y Bartolo Longo.
Cada uno, explicó, “fue una lámpara que no se apagó”. Y el viento de la tarde, que ondeaba las banderas de Venezuela, Italia, Turquía y Papúa Nueva Guinea, pareció confirmarlo.
Eran hombres y mujeres de carne, de dolor, de lucha, de fuego. Mártires que murieron perdonando, médicos que curan después de morir, monjas que encendieron hospitales donde solo había selva y hambre.
“No son héroes de un ideal humano, sino testigos de la ternura divina”, señaló el Pontífice con una voz que resonó como un trueno sereno.

LA FE QUE RESPIRA
El sucesor de Pedro usó una imagen que quedará grabada: “Así como no nos cansamos de respirar, no nos cansemos de orar. Porque la oración sostiene la vida del alma, como la respiración sostiene la vida del cuerpo”.
Las cámaras enfocaron entonces a un niño con una imagen del dr. José Gregorio Hernández en las manos. Su madre, desde Caracas, había viajado sola para dar gracias: su hijo sobrevivió a una caída mortal, y los médicos no supieron explicarlo.
El Pastor de la Iglesia miró hacia los fieles y dijo lo impensable: “Cuando clamamos al Señor: ‘¿Dónde estás?’, Él ya está donde sufre el inocente. No hay lágrima que esté lejos de su corazón”.
A su alrededor, el silencio se volvió oración. Era como si los santos recién proclamados caminaran invisibles entre la multitud.

CUANDO LA FE CURA EL MUNDO
El Santo Padre no habló de perfección, sino de heridas. “Dios no elige a los impecables”, dijo, “elige a los que creen aun cuando sangran”. Recordó al arzobispo armenio Ignacio Maloyan, que enfrentó el fusil por no renegar de Cristo. Al catequista Pedro To Rot, estrangulado por defender el matrimonio cristiano. A la Madre María Troncatti, que levantó hospitales entre los shuar del Ecuador. A la beata Poloni, que vio en cada enfermo el rostro de Jesús.
Y cuando mencionó a los venezolanos José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, la plaza estalló en aplausos. Muchos agitaban banderas, otros lloraban en silencio. “Son el signo de una fe que no muere, incluso entre ruinas”, declaró.

EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA
El Papa no rehuyó las sombras del mundo actual: habló del dolor, la guerra, la violencia y la pérdida del sentido. Pero su mensaje fue una rebelión espiritual: “Sin fe, el hombre sigue vivo, pero su corazón muere. Los santos nos devuelven la respiración del alma”.
La homilía, cargada de imágenes poéticas y místicas, fue también una advertencia: “Quien no acoge la paz como un don, no sabrá donarla”.
León XIV recordó que estos siete no fueron superhéroes, sino creyentes comunes que eligieron orar en lugar de rendirse. En ellos, dijo, “el mundo ve la justicia de Dios: la que no condena, sino que perdona”.
UNA IGLESIA QUE NO SE APAGA
Cuando el Papa elevó la mirada hacia las imágenes colgadas sobre la basílica, el sol se reflejó en los dorados marcos como si las figuras cobraran vida. Y en una frase que quedará para la historia, concluyó: “Ellos son las siete llamas que el Cielo ha encendido para iluminar el siglo XXI”.
La multitud respondió con un aplauso que se transformó en canto. Campanas, lágrimas, alegría.
Roma no presenció solo una canonización, sino una declaración de guerra espiritual contra la desesperanza.
Comentarios