El Santo que Soñaba con Demonios… y Sanaba Gritando el Nombre de Jesús
- Canal Vida
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San Bernardino de Siena fue perseguido, censurado y acusado de hereje. Soñaba con demonios, pero no les temía. Los enfrentaba en la vida real con el arma más poderosa: el nombre de Jesús. El 20 de mayo la Iglesia celebra su fiesta, pero su vida sigue siendo más temida que contada. Esta es la historia del santo que desataba milagros con una palabra y que la Inquisición quiso hacer callar.

Bernardino Albizzeschi nació en Siena, Italia, en 1380. Huérfano desde joven, enfermizo y frágil, su destino parecía ser el silencio. Pero a los 20 años, durante una epidemia, se ofreció como voluntario para cuidar enfermos abandonados. No falleció. Pero algo murió en él: su miedo.
Entró a la Orden Franciscana, y desde el primer sermón en 1417, se convirtió en un fenómeno espiritual. Reunía multitudes de 30.000 personas. Sus sermones duraban horas. Hablaba de los vicios, de los demonios que habitan los corazones, de la conversión verdadera.
En varias ciudades intentaron matarlo. En Perugia le lanzaron piedras. En Milán lo esperaban con insultos. Pero cada vez que gritaba "Jesús", el odio retrocedía.
Y soñaba. Soñaba con demonios. Pero no eran pesadillas. Eran batallas.
Decía que los veía en sueños, disfrazados de comerciantes, clérigos o nobles. En algunos relatos que él mismo contaba, se burlaban de su voz ronca. Pero en el sueño, Bernardino gritaba “Jesús”, y las figuras se disolvían como humo.

EL SANTO QUE GRITABA "JESÚS"... Y LOS PUEBLOS SE CONVERTÍAN
No llevaba espada, ni cruz. Solo un cartel. Un simple retablo de madera con las letras IHS, el monograma de Jesucristo. Lo alzaba como un estandarte. Cada vez que lo levantaba, la multitud caía de rodillas.
San Bernardino es patrono de publicistas, comunicadores y de quienes quieren sanar heridas con palabras.
Decía que el nombre de Jesús tiene poder por sí mismo. Que es un exorcismo. Que ahuyenta el mal. Y la gente comenzó a contar milagros: curaciones, liberaciones, reconciliaciones.

TRATADO COMO HEREJE
Lo llamaban "el nuevo apóstol de Italia", pero no todos estaban felices. Algunos lo acusaban de fanático, otros de hereje. Su popularidad incomodaba. En 1427 fue denunciado ante la Inquisición de Roma. Lo querían hacer callar.
Lo interrogaron. Querían prohibirle usar el monograma. Pero no pudieron. El Papa Martín V, tras escuchar su defensa, quedó tan impresionado que le pidió predicar en Roma. Y Bernardino levantó su tabla con el "IHS" en pleno Vaticano.

CONTRA BRUJAS, BANQUEROS Y BLASFEMOS
Bernardino no se quedaba en los templos. Entraba en mercados, plazas y burdeles. Quemaba pócimas, libros de hechizos, dados de juego y títeres de lujuria. Decía que eran trampas del demonio.
Fue también el primero en denunciar la corrupción de los banqueros y la usura en público, con nombres y todo. Eso le ganó enemigos, pero también conversos. No predicaba desde el odio, sino desde el ardor.
Aún así, no lo dejaron en paz. En varias ciudades intentaron matarlo. En Perugia le lanzaron piedras. En Milán lo esperaban con insultos. Pero cada vez que gritaba "Jesús", el odio retrocedía.

LA MUERTE DE UN GUERRERO SIN ARMAS
Murió el 20 de mayo de 1444, en L’Aquila. Había predicado durante 50 días seguidos sin descanso. Tenía el cuerpo destrozado, pero el alma encendida. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Jesús, Jesús".
San Bernardino reunía multitudes de 30.000 personas. Sus sermones duraban horas. Hablaba de los vicios, de los demonios que habitan los corazones, de la conversión verdadera.
Fue canonizado apenas 6 años después, un récord para la época. Hoy es patrono de publicistas, comunicadores y de quienes quieren sanar heridas con palabras.

EL NOMBRE QUE NO PUDIERON SILENCIAR
San Bernardino de Siena no fundó ninguna orden. No levantó catedrales. Pero levantó almas. Y eso incomodó a los demonios.
Su tabla con el "IHS" se sigue usando en iglesias de todo el mundo. Su figura, con el dedo en alto y el nombre de Jesús en el aire, sigue exorcizando miedos.
En un mundo donde el mal toma formas sutiles, recordarlo es recuperar el coraje de nombrar a Cristo sin miedo, como él lo hizo.
San Bernardino, el santo que soñaba con demonios… y los vencía con una sola palabra.
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