El Santo que se Hacía el Loco para que Nadie Descubriera que Hablaba con Dios
- Canal Vida
- 21 jul
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Fingía no estar bien psicológicamente, pero expulsaba demonios, curaba enfermos y hablaba con Dios. Su vida fue un "escándalo" que descoloca a creyentes y ateos por igual. Descubrí al santo que se escondía detrás del ridículo.

En el corazón del desierto sirio del siglo VI, un hombre recorría las calles de Emesa cometiendo disparates. Se lo veía entrar a las iglesias con nueces en la cabeza, romper los puestos del mercado, hacer chistes pesados, patear íconos sagrados y fingir embriaguez. Era el hazmerreír del pueblo. Lo llamaban loco, endemoniado, blasfemo. Pero lo que nadie sabía… es que aquel “loco” hablaba con Dios. Y los demonios lo sabían.
Su nombre era Simeón Salus, más conocido como san Simeón el Loco, uno de los más impactantes y desconcertantes santos de la Iglesia Oriental. Un loco por Cristo. Un actor celestial. Un sabio encubierto. Un exorcista que no necesitaba imponerse con solemnidad: bastaba su presencia grotesca para hacer huir al maligno.
LA LOCURA COMO MÁSCARA DE DIOS
Simeón no siempre fue un “loco”. Durante años llevó una vida ascética como monje, en silencio, oración y ayuno radical. Vivía con san Juan el Silencioso en el desierto. Ambos vieron cosas que los mortales no comprenden. Pero aquel que caminaba por Emesa comprendió algo más: el ego también habita en la santidad.
Por eso decidió lo impensado: regresar al mundo y fingir demencia. No para escapar de la gloria de Dios, sino para esconderla. Su vida se volvió un teatro absurdo donde solo los de alma pura podían ver lo que realmente ocurría: cada acto “insano” era un acto de humillación voluntaria. Cada burla, una ofrenda. Cada carcajada, un latigazo al demonio.

EL EXORCISTA ENCUBIERTO
Un día, en medio de la plaza, comenzó a bailar como un poseso, murmurando sonidos extraños. La gente lo rodeó para reírse. Pero entonces, una joven poseída comenzó a gritar desde el fondo: “¡Me quema, me quema!”. Nadie entendía. Menos aún cuando la muchacha se desplomó al suelo y Simeón, sin cambiar su tono burlón, le dijo al aire: “Ya te vas, sabandija. No sos bienvenido aquí”.
El demonio huyó. El santo siguió su pantomima y desapareció entre risas. Pero la joven se levantó curada. Nadie lo entendió. Pero todos lo recordaron.

MILAGROS TRAS FINGIR LOCURA
Aunque se hacía el tonto, sus milagros eran imposibles de ocultar. Una vez, vio a un niño agonizando y, sin decir nada, lo alzó en brazos, le sopló en la boca y lo dejó en el suelo. El niño se levantó como si nada hubiera pasado.
En otra ocasión, una pareja se burlaba de él en la calle. Simeón los miró con sus ojos ardientes, sonrió como si nada, y les dijo: “No rían tanto, que en nueve meses van a llorar… pero de amor”. Nueve meses después, nacía un niño que sería luego sacerdote.
A pesar de su fachada desquiciada, los milagros lo delataban. Su santidad irradiaba por las grietas del teatro que había construido para sí mismo.

HUMOR PROFÉTICO Y SARCASMO DIVINO
El "santo loco" usaba el humor como instrumento profético. Decía verdades en forma de chistes. Cuando un líder religioso corrupto pasaba frente a él, fingía adorarlo como a un ídolo, haciendo reverencias exageradas. Todos reían. Nadie se animaba a corregirlo. Pero el corrupto entendía. Se marchaba humillado… y más de uno se convirtió.
O cuando un hombre se jactaba de su fe frente a todos, Simeón lo interrumpía diciendo: “¡Si tu fe es tan grande, vendéla por monedas y comprá humildad!”. Lo trataban de bufón, pero muchos quedaban pensativos. El “desequilibrado” había tocado algo en sus almas.

EL LUGAR QUE NADIE QUERÍA… DONDE DIOS YA HABÍA ENTRADO
Vivía en los márgenes. Dormía con perros, comía restos del mercado, se cubría con harapos. Muchos decían que era un demonio. Otros, un tonto. Pero los más pobres y despreciados lo adoraban. Porque él no solo los entendía… los amaba. Se reía con ellos. Comía con ellos. Los curaba sin decir nada. Y rezaba sin que nadie lo notara.
Fue uno de los pocos santos que no buscaba fama ni devoción, sino el olvido. Pero el cielo tenía otros planes.

LA MUERTE DEL HOMBRE QUE SE ESCONDIÓ DE LA GLORIA
Murió solo, en silencio, sin aplausos ni multitudes. Su cuerpo fue hallado por unos niños, que al intentar jugar con él, notaron que no respondía. El loco había muerto… y el cielo lloró.
Fue enterrado sin ceremonia. Pero al poco tiempo, comenzaron a surgir testimonios: curaciones cerca de su tumba, conversiones repentinas, apariciones misteriosas en sueños. Simeón había regresado. Esta vez, sin máscaras.
Aunque las guerras y el paso del tiempo borraron los rastros físicos exactos de su sepulcro, durante siglos se veneraron reliquias atribuidas a él en Siria y Constantinopla, algunas hoy ocultas o perdidas. No tiene un santuario oficial… pero su figura se volvió leyenda viva entre los cristianos del oriente.
La Iglesia tardó siglos en reconocerlo. Su figura desconcierta incluso hoy: ¿cómo puede ser santo alguien que se burlaba de todo? ¿Cómo puede Dios actuar en el ridículo?

EL SANTO QUE HABLABA EL LENGUAJE DE LOS SIMPLES
La verdad es que Simeón hablaba el idioma que todos entendemos y pocos respetamos: el humor, la burla, la ternura en lo absurdo.
Mientras otros santos usaban mitras, él usaba sarcasmo. Mientras otros predicaban desde púlpitos, él lo hacía desde el lodo. Y mientras otros buscaban el cielo mirando hacia arriba… Simeón lo encontraba en los rincones olvidados del mundo.
Hoy es venerado como uno de los más misteriosos “locos por Cristo”, parte de una corriente de espiritualidad radical en la Iglesia Ortodoxa. Su ejemplo sigue interpelando a los que creen que la fe debe ser solemne, callada y previsible. Porque a veces, Dios se disfraza de escándalo para tocar las almas más endurecidas.

¿QUÉ NOS ENSEÑA UN "LOCO"?
Nos enseña que la santidad no siempre viene en forma de ángel. Que el humor puede ser más cortante que la espada. Que ser loco por Cristo es, quizás, el último acto de cordura espiritual en un mundo que idolatra las apariencias.
Nos enseña que los verdaderos profetas a veces visten harapos y huelen mal. Pero llevan dentro de sí un fuego que ni el infierno puede apagar.
UNA VIDA QUE DESCOLOCA… Y SALVA
San Simeón Salus no buscó que lo recordáramos. Y sin embargo, aquí estamos, siglos después, hablando de él. Porque hay algo en su figura que nos incomoda… y por eso mismo nos salva.
Porque si un loco puede hablar con Dios… tal vez aún haya esperanza para nosotros. ¿Quién se anima a mirar el mundo con sus ojos?
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