El Santo que No Llegó a Navidad… y Murió Esperando
- Canal Vida

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Murió en Adviento. No escuchó villancicos ni vio el pesebre. Mientras el mundo esperaba la Navidad, un santo cerró los ojos en silencio. Su historia revela una verdad incómoda: esperar también es confiar, incluso cuando todo parece perdido.

Murió en Adviento. No escuchó villancicos. No vio luces ni pesebres. No llegó a Navidad.
Y, sin embargo, murió esperando.
El 14 de diciembre de 1591, cuando la Iglesia ya contenía el aliento ante la cercanía del nacimiento de Cristo, san Juan de la Cruz cerró los ojos en una celda fría, enfermo, humillado y prácticamente solo. Tenía 49 años. No pidió milagros. No reclamó consuelo. Esperó.
La espera que no tuvo recompensa visible
La historia cristiana suele narrar la espera como un camino que culmina en alegría: el parto de María, el sueño de José, el canto de los ángeles. Pero no todas las esperas terminan con luz inmediata. Algunas concluyen en la oscuridad. Y no por eso fracasan.
San Juan de la Cruz —doctor de la Iglesia, místico mayor, poeta del alma— murió sin ver el fruto visible de su obra, sin reconciliaciones públicas, sin homenajes. Su final fue humano, áspero, desconcertante.
Había sido perseguido por miembros de su propia orden. Había conocido la cárcel, el aislamiento, el desprecio. Fue acusado, incomprendido, marginado. El mismo hombre que escribió La noche oscura del alma vivió su última noche en silencio real, sin señales extraordinarias.
Y murió en Adviento.

Cuando Dios no llega “a tiempo”
Adviento es el tiempo de la espera confiada. Pero san Juan de la Cruz encarna una verdad incómoda: Dios no siempre actúa según nuestros plazos emocionales.
Mientras el mundo cristiano se preparaba para celebrar la luz, él expiraba sin verla. No hubo Navidad para él. Solo fe desnuda.
En sus últimas horas pidió que le leyeran el Cantar de los Cantares. No pidió alivio. No pidió explicaciones. Repetía una convicción que había marcado toda su vida espiritual: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor.”
Murió esperando ese examen.
Santos que no llegaron a la fiesta
San Juan de la Cruz no fue el único. La Iglesia recuerda que varios santos murieron en Adviento, en ese tiempo tenso donde todo parece prometer… pero todavía no cumple.
Santa Lucía, mártir de la luz, fue asesinada el 13 de diciembre.
San Nicolás, símbolo de la caridad silenciosa, murió el 6 de diciembre.
San Juan de la Cruz, el místico del despojo, murió el 14.
Todos murieron antes del nacimiento litúrgico de Cristo, como si su misión fuera recordarnos que la esperanza no depende del desenlace visible.
La fe que no negocia finales
El cristianismo moderno suele ofrecer una fe “resolutiva”: todo se arregla, todo se aclara, todo mejora. San Juan de la Cruz rompe esa lógica.
Su vida proclama otra verdad: esperar también es confiar cuando no hay respuesta.
Murió sin ver triunfar plenamente la reforma carmelita. Murió sin ser rehabilitado públicamente. Murió sin aplausos.
Y aun así, esperó.
Hoy es Doctor de la Iglesia. Pero él no lo supo. Murió sin saberlo.

Un mensaje incómodo para diciembre
En un tiempo donde diciembre exige sonrisas, balances positivos y finales felices, este santo incomoda. Porque recuerda que la fe no garantiza un cierre perfecto, sino una entrega total.
San Juan de la Cruz murió como vivió: despojado. Y ese despojo fue su victoria.
Su muerte en Adviento nos confronta con una pregunta brutal y necesaria: ¿Seguimos creyendo cuando la puerta no se abre? ¿Esperamos cuando el milagro no llega?
La esperanza que no decepciona… aunque duela
San Pablo escribió que “la esperanza no defrauda”. Pero no dijo que no doliera.
San Juan de la Cruz murió sin Navidad, pero no sin Cristo. Porque entendió algo que pocos comprenden: Dios no siempre llega cuando lo esperamos, pero nunca llega tarde.
A veces, el milagro no es ver la luz. A veces, el milagro es seguir esperando en la oscuridad.
Y eso —en Adviento— es la forma más alta de fe.

Oración para quienes esperan… y no ven llegar la Navidad
Señor, cuando el tiempo se acorta y la respuesta no llega, enséñanos a esperar sin condiciones.
Cuando la puerta parece cerrarse y la fuerza ya no alcanza, recuérdanos que también ahí estás Tú.
No todos llegan al milagro visible, pero ninguno se pierde si confía hasta el final.
Danos la gracia de esperar sin exigir, de creer sin señales, de morir —si hace falta—con el corazón apoyado en Tu promesa.
Porque aun cuando no lleguemos a la Navidad, si Te esperamos, ya estamos en el Cielo.
Amén.
El Santo que No Llegó a Navidad… y Murió Esperando
El Santo que No Llegó a Navidad… y Murió Esperando









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