Murió en Adviento. No escuchó villancicos ni vio el pesebre. Mientras el mundo esperaba la Navidad, un santo cerró los ojos en silencio. Su historia revela una verdad incómoda: esperar también es confiar, incluso cuando todo parece perdido. Murió en Adviento, con los ojos puestos en el Cielo.  No llegó a celebrar la Navidad, pero su espera no fue en vano: su última vigilia fue un acto supremo de fe, abandono y esperanza contra toda lógica humana. Murió en Adviento. No escuchó

San Juan de la Cruz no murió en silencio: escuchó una voz celestial que lo llamó por su nombre y sonrió antes de partir. Una muerte anunciada desde el Cielo, un misterio que la ciencia no puede explicar… y un legado espiritual que aún estremece. En la última madrugada de su vida, San Juan de la Cruz levantó la mirada… y sonrió. Dijo haber escuchado su nombre pronunciado desde el Cielo, como un llamado dulce y definitivo. Así murió: con las manos unidas, el alma encendida y la