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EL SANTO QUE ESCONDÍA EL ROSTRO DE CRISTO

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 23 jul
  • 4 Min. de lectura
Fue el primer hombre que vio el trono de Dios… y cayó de rodillas. San Ezequiel no habló por años, pero escribió lo que ni los ángeles se atreven a mirar. Hoy, su nombre estremece hasta a los exorcistas.
San Ezequiel
San Ezequiel, el profeta que contempló el trono de Dios envuelto en fuego y misterio. Su rostro, sereno pero desafiante, custodia el secreto de las visiones más impactantes del Antiguo Testamento, aquellas que prefiguraron el Apocalipsis.

Su rostro no brillaba, pero sus ojos miraron lo imposible. San Ezequiel, el profeta del exilio, el hombre que vio el trono de Dios rodeado de fuego, criaturas aladas y ruedas que giraban con ojos encendidos… El mismo que, al final de su vida, fue enterrado en el silencio.


Hoy, cada 23 de julio, Oriente recuerda al santo que ocultó en su pecho un secreto que la humanidad aún no se atreve a comprender.







EL PROFETA QUE CAYÓ DE RODILLAS

Ezequiel no fue un hombre común. Sacerdote por linaje, profeta por mandato divino, vivió en Babilonia durante el exilio del pueblo judío en el siglo VI a.C. Mientras todo se derrumbaba a su alrededor, fue elegido por Dios para convertirse en la voz de lo invisible.


Una noche, cerca del río Quebar, los cielos se abrieron y Ezequiel vio. No soñó, no imaginó, no deliró: vio. Fue testigo de una escena que ningún mortal osó describir sin temblar: “Una nube de fuego resplandeciente, un torbellino, y en medio, cuatro seres vivientes con alas, rostros múltiples y pies como de becerro. Bajo ellos, ruedas entrelazadas repletas de ojos, y sobre ellos… un trono de zafiro. Y sobre el trono, una figura semejante a un hombre”.


¿Quién era ese hombre? Ezequiel no lo nombra. Pero los Padres de la Iglesia lo dijeron sin titubear: ese era el Hijo de Dios. Era Cristo antes de su encarnación.

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EXILIADO POR DIOS, HABITADO POR EL CIELO

Ezequiel profetizó en la oscuridad del destierro, cuando los hebreos habían perdido su Templo, su tierra y su identidad. Y en medio de ese vacío, él se convirtió en templo viviente de una visión que lo consumía.


Durante años vivió encerrado en su casa, sin hablar, sin mirar a nadie, sólo escribiendo y obedeciendo las órdenes de un Dios que le exigía dramatizar el futuro como un actor sagrado: acostarse de un lado durante 390 días, comer pan cocido sobre excremento (aunque luego Dios se lo permitió sobre estiércol animal), y anunciar destrucción, muerte y purificación.


Pero lo que nadie sabía es que su silencio ocultaba una verdad mayor: había visto el rostro glorioso de Cristo, antes que naciera.


San Ezequiel
El profeta que vio el Trono de Dios: San Ezequiel contempla su visión más misteriosa —un cielo lleno de querubines con ruedas de fuego y ojos resplandecientes. Una imagen que estremeció a Israel y que hoy sigue desafiando al alma del mundo.
LAS RUEDAS ENCENDIDAS Y EL TRONO DEL APOCALIPSIS

La visión del trono en el capítulo 1 del Libro de Ezequiel es tan poderosa y misteriosa que inspiró a san Juan al escribir el Apocalipsis. Ambas descripciones coinciden: un trono rodeado de seres vivientes, relámpagos, fuego, alabanzas eternas y una figura divina que brilla como el metal ardiente.


¿Coincidencia? Imposible. Lo que Ezequiel vio fue una revelación anticipada del juicio final. Fue el primer profeta en describir lo que Juan vio siglos después en Patmos.


San Ireneo de Lyon, san Jerónimo y otros Padres lo afirmaron: Ezequiel es el profeta del Fin de los Tiempos. Por eso algunos santos orientales lo llaman “el evangelista del Antiguo Testamento”.

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EL SANTO OLVIDADO QUE LOS ÁNGELES NO OLVIDAN

La tradición oriental celebra a san Ezequiel el 23 de julio. No hay procesiones. No hay multitudes. Solo una fecha que pasa casi inadvertida para el mundo… pero no para el cielo.


Según los relatos del Midrash y textos apócrifos, Ezequiel murió en Babilonia y fue enterrado cerca de las ruinas de Nippur. Su tumba se convirtió en lugar de veneración para judíos y cristianos. Algunos incluso afirmaban haber visto luces flotando sobre su sepulcro.


Los monjes del desierto decían que si uno rezaba en su nombre durante tres noches, tenía sueños que revelaban el futuro. Los rusos ortodoxos afirman que su espíritu intercede en guerras invisibles contra fuerzas demoníacas. Y en Siria, los cristianos maronitas lo llaman “el portador del fuego divino”.


San Ezequiel
San Ezequiel, con el rostro cubierto y la mirada encendida por la visión de Dios, contempla el misterio que pocos pudieron soportar: el trono ardiente del Altísimo rodeado de querubines y ruedas vivientes. Una imagen que conmueve, inquieta… y revela lo oculto.
EL HOMBRE QUE TOCÓ EL JUICIO

Pero lo más impactante es que, según varios comentaristas bíblicos y místicos medievales, Ezequiel no solo vio el rostro glorioso de Cristo, sino que también fue tocado por Él. En su visión, una mano lo levantó por los cabellos y lo llevó entre el cielo y la tierra.


Esa mano, que brillaba como bronce, era la misma que curaría ciegos y multiplicaría panes siglos después en Galilea. Era la mano de Jesús antes de tener carne. Una mano que lo separó del mundo para siempre.


Desde entonces, Ezequiel nunca volvió a ser el mismo. Cada vez que hablaba, temblaban las piedras. Cada vez que callaba, se abrían los cielos.

Mariano Mercado
EL PROFETA DEL MISTERIO QUE CALLÓ PARA SIEMPRE

Sus últimas profecías fueron escritas sin palabras. Fue en su mirada, en su ayuno, en su entrega total. Se dice que, antes de morir, dibujó un ojo dentro de una rueda en la pared de su habitación. Nadie entendió el símbolo hasta siglos después, cuando los sabios cristianos reconocieron: era el ojo de Dios que todo lo ve, en la rueda de la historia.


Murió sin aplausos. Fue enterrado lejos del Templo. Pero su visión quedó grabada para siempre. Y su nombre resuena entre los que se atreven a mirar hacia lo alto.



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