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El Regalo que Tocó el Cielo: Fe, Fútbol y Milagro en el Vestuario de Brasil

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 2 minutos
  • 2 Min. de lectura
Entre botines y oraciones, un regalo cambió el alma del vestuario brasileño. Carlo Ancelotti recibió un símbolo de fe que une fútbol y cielo: las imágenes de san Antonio y san Pío, santos de dos generaciones que siguen guiando desde lo alto.
Carlo Ancelloti
Carlo Ancelotti, el director técnico multicampeón devoto del Padre Pío.

En el corazón del vestuario de la Selección Brasileña, donde el ruido de los botines suele dominar, se hizo un silencio sagrado. Carlo Ancelotti —el técnico más sereno del fútbol moderno— recibió un obsequio que no venía de la táctica ni del marketing, sino del alma.

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Nike y la Confederación Brasileña de Fútbol prepararon para él una caja de madera con el poder de un relicario: dentro, las imágenes de san Antonio de Padua y san Pío de Pietrelcina, los santos de devoción de dos leyendas del fútbol: Mário Zagallo y el propio Ancelotti. A su lado, un escapulario, unas zapatillas con las palabras “Serenità” y “Fe”, y una chaqueta blanca con las iniciales C.A..

Padre Pio y Antonio de Padua
Las imágenes y escapularios de los santos Padre Pío y Antonio de Padua. Un regalo de fe y devoción al técnico italiano, de parte la marca que viste a la selección que hoy dirige: Brasil.

El mensaje que acompañaba el regalo no hablaba de victorias ni estadísticas, sino de oración: “Sabemos que usted reza todos los días. No por triunfos, sino por paz, salud y serenidad. Este presente habla de eso: de lo que no se entrena, pero se lleva en el pecho”.


Zagallo, fallecido pero presente en espíritu, era devoto de san Antonio, el “santo del número 13”, su amuleto en cada Mundial. Ancelotti, en cambio, confía en el Padre Pío, el místico que llevó los estigmas de Cristo. Dos santos. Dos entrenadores. Un solo hilo: la fe que une el cielo con el césped.


El día del regalo, Brasil goleó 5 a 0 a Corea. ¿Coincidencia o bendición? En el vestuario, entre lágrimas y sonrisas, nadie dudó: Dios también juega fútbol.



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