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El Papa Que Le Habló al Corazón del Diez: Cuando Francisco Cambió la Fe de Maradona

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 11 horas
  • 3 Min. de lectura
El pontífice que lo hizo llorar al "Diez", reconciliarse con sus hijos y volver a creer. La historia íntima que revive mientras el juicio por su muerte se suspende y el país lo sigue extrañando. Una historia de redención que nadie contó… hasta ahora.
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Un abrazo eterno, una sonrisas cómplices. Un Papa que creyó en Maradona.

Diego Armando Maradona se había peleado con Dios. Y con razón. El chico nacido en Villa Fiorito que deslumbró al mundo con una pelota no podía entender cómo la Iglesia hablaba de pobres bajo techos de oro. La bronca se le escapó en cada declaración: “¡Vendé el techo, fiera, hacé algo!”, le gritó alguna vez al Vaticano desde su trinchera de ídolo herido.


Pero un día, en 2013, el cielo lo sorprendió. El mundo tenía nuevo Papa. Y era argentino. Y villero. Y hablaba como él. Se llamaba Jorge Mario Bergoglio, y su primer gesto fue rechazar los lujos que tanto habían indignado a Diego.


Lo que siguió fue una historia que pocos contaron y que hoy, mientras el juicio por su muerte se suspende en Argentina, vuelve a latir con fuerza: el encuentro de un futbolista que no creía en nada… con un Papa que creyó en él.






UN ABRAZO QUE CAMBIÓ TODO

El 1° de septiembre de 2014, Maradona llegó al Vaticano para participar del Partido por la Paz, organizado por Francisco junto a Scholas Occurrentes. Se esperaban goles y fotos. Pero nadie anticipó lo que sucedería en privado. Francisco lo abrazó como a un hijo. Diego, el rebelde, bajó la guardia. Lo miró. Y se quebró.



“Francisco me trata como a un ser humano”, dijo después. En ese gesto había algo que Diego no encontraba desde la muerte de Doña Tota. Hablaron de fútbol, claro. Pero también de muerte. Diego le preguntó qué había después. Y el Papa le habló de paz, de descanso, de un Dios que no castiga, sino que espera.

Pedro Kriskovich
LA REDENCIÓN DE UN "ÍDOLO"

Fue entonces cuando Francisco le pidió algo imposible: “Diego, lo necesito para pelear por la paz del mundo y contra el hambre. ¿Me ayuda?”. El 10 cerró los ojos. Vio a su madre. Y aceptó. Desde ese momento, Maradona empezó a transformarse.



El Papa no le pidió plata, ni fama, ni arrepentimiento. Le pidió que amara. Y Diego lo entendió. En una charla íntima, Francisco lo animó a reconocer públicamente a sus hijos. Lo hizo.



Viajó a Italia, se encontró con Diego Jr., se mostró con Jana en Buenos Aires, reunió a todos. Los abrazó. Y empezó a construir la familia que la fama le había destrozado.

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LA FE DEL "POETA FRÁGIL"

En 2016, otra audiencia, otro milagro: Maradona, que se había ofendido por un protocolo fallido, fue visitado por un emisario del Papa a medianoche. Francisco lo quería ver.


Al día siguiente, el Santo Padre se disculpó de rodillas: “Entró el argentino más importante al Vaticano. Si querés, me arrodillo”. Diego lloró. Y volvió a creer.



Ese mismo día, al salir de la reunión, Maradona gritó en el Vaticano como un niño emocionado: “¡Gracias, Francisco!”. Luego confesó: “Ahora me puedo morir tranquilo”.


Maradona
Amor eterno y complicidad: Diego Maradona le obsequia la camiseta de la selección Argentina son la "10" y el nombre de Francisco.
EL LEGADO ESPIRITUAL QUE NADIE VIO

Cuando Diego murió, en 2020, el Papa no lo celebró como ídolo. Lo despidió como lo que realmente era: un hombre frágil que buscó redención. “Fue un poeta en el campo de juego… y un hombre frágil”, dijo Francisco. Y lo lloró.



En noviembre de 2022, los hijos y hermanas de Maradona viajaron a Roma. El Papa los recibió. Les mostró el cuadro pintado por Diego —una imagen de su famoso gol a Inglaterra— y les dijo: “Es uno de los tesoros más grandes que me regalaron”. En ese gesto final, había más que arte: había una amistad que cruzó el cielo.






EL JUICIO Y LA JUSTICIA NO ALCANZA

Hoy, mientras el juicio por su muerte se suspende en Argentina, mientras las pericias se cruzan y la verdad se diluye, hay una historia que nadie podrá borrar. Porque Diego no murió solo. Murió perdonado. Amado. Y en paz con Dios.


No por los altares. No por el Vaticano. Sino porque un Papa le habló como nadie. Y le recordó que —como decía su mamá— allá arriba también hay un potrero… y Dios está en la tribuna.




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