El Papa del Apocalipsis
- Canal Vida
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Fue monje, inquisidor, guerrero del espíritu y profeta del fin. En una Europa quebrada por la peste, la herejía y el miedo, san Pío V creyó que el fin del mundo estaba cerca… y se preparó para enfrentarlo. Esta es la historia del Papa que no tuvo miedo del Anticristo.

Corría el siglo XVI. Europa era una herida abierta. La peste negra aún rondaba en las memorias, las hogueras no se apagaban, y en cada esquina alguien murmuraba el nombre del Anticristo.
En medio del caos, un monje dominico de mirada ardiente y alma incorruptible se alzó en el trono de Pedro. Su nombre era Michele Ghislieri, pero el mundo lo conocería como san Pío V, el Papa del Apocalipsis.
Instituyó el rezo del rosario como arma espiritual contra el mal y declaró a la Virgen María como la Reina de las Victorias.
Fue elegido en 1566. No tenía carisma, ni astucia política, pero ostentaba lo que nadie se atrevía a exigir: una fe brutal, que no temía la sangre, que creía que el mundo ardía… y había que purificarlo.
LA PROFECÍA DEL HUMO NEGRO
Una de sus primeras decisiones fue ordenar la limpieza de la Iglesia. No simbólicamente: mandó a exorcizar el Vaticano. “El humo de Satanás entró en la Iglesia”, diría años después otro Papa. Pero Pío V lo sintió antes que nadie.
Reformó el clero, limpió monasterios corrompidos, despidió cardenales impuros y persiguió a los que comerciaban indulgencias como si fueran monedas del diablo.
Según antiguos cronistas vaticanos, el Papa tuvo visiones. Lo veían orar de madrugada, temblando, con los ojos abiertos como platos, murmurando salmos en voz baja.
Una noche, gritó:“¡He visto al Dragón rojo sobre Roma!”. Los que lo acompañaban esa madrugada aún estaban rezando cuando el Papa terminó bañado en sudor, aferrado al crucifijo.

PORTESTANTES, BRUJAS Y PESTES: LA TRIPLE AMENZA
Para san Pío V, la Reforma protestante no era una disputa teológica, sino una señal del Apocalipsis. Lutero era el heraldo de una guerra espiritual que amenazaba con devorar Europa.
Combatió la herejía con decreto, excomunión y fuego. Firmó la bula Regnans in Excelsis excomulgando a la reina Isabel I de Inglaterra, lo que convirtió al catolicismo inglés en una religión clandestina y a sus fieles, en mártires.
Pero no fue su única guerra. Mientras Europa ardía en conflictos religiosos religiosas, las brujas eran perseguidas como mensajeras del Diablo. San Pío V aprobó severas penas para las prácticas ocultistas y paganas, convencido de que cada hechicera era una grieta por donde se filtraban los demonios.
Y por si todo eso no bastara, la peste regresó. En Milán, en Roma, en Venecia. El Papa ordenó procesiones, ayunos, oraciones públicas. Caminaba entre los enfermos, rezaba en las puertas de los hospitales y rogaba a Dios que se contuviera su ira.

LA BATALLA QUE CAMBIÓ LA HISTORIA
Pero el capítulo más increíble de su vida sucedió lejos del Vaticano. En el mar.
Cuando el Imperio Otomano amenazó con invadir Europa, Pío V supo que el Anticristo podía venir del Este. Convocó a una cruzada marítima, algo que no se veía desde la Edad Media.
Organizó la Santa Liga: España, Venecia y los Estados Pontificios unieron sus flotas. El enemigo: el temible Almirante Ali Bajá. El lugar: el Golfo de Lepanto. La fecha: 7 de octubre de 1571.

Mientras los barcos cristianos se lanzaban al combate, Pío V oraba solo, con el rosario en la mano. Y fue ahí cuando ocurrió lo inexplicable: a la misma hora en que la flota cristiana vencía en el mar, el Papa se levantó de su oración en Roma, sonrió y dijo: “¡Victoria!”, sin que nadie le hubiera avisado nada aún.
Ese mismo día instituyó el rezo del rosario como arma espiritual contra el mal y declaró a la Virgen María como la Reina de las Victorias.

UN MUNDO EN LLAMAS Y UN ALMA DE FUEGO
No fue un Papa cómodo ni simpático. Fue un fuego purificador. Su forma de gobernar era dura, pero su objetivo era claro: salvar almas del infierno.
Redactó el Misal Romano, uniformó la liturgia, defendió la Eucaristía como presencia real de Cristo y obligó a los obispos a residir en sus diócesis. Los que no obedecían, eran destituidos.
Pío V creía que la tibieza era una forma de apostasía. Por eso, incluso en los días más oscuros, caminaba descalzo, dormía en tabla, se flagelaba y ayunaba como un monje pobre.
Los que lo vieron morir, contaron que fue rezando con los ojos en el crucifijo, como si esperara a Cristo en persona.

CANONIZACIÓN Y LEGADO SILENCIOSO
San Pío V fue canonizado en 1712. Su cuerpo incorrupto está en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, donde hoy esta enterrado el Papa Francisco. Fue trasladado allí en 1698 y se conserva en una urna de cristal. Su rostro está cubierto por una máscara de cera, pero los fieles afirman que aún transmite fuerza.
Su figura fue silenciada durante siglos. Se lo consideró “demasiado severo”, “poco conciliador”, “oscuro”.
En tiempos de corrección política, su fuego molesta. Pero para muchos fieles, es un ejemplo de fe sin miedo, de batalla espiritual sin tregua, y de profecía cumplida. Si hoy el mundo parece tambalear, ¿acaso no será que Pío V ya lo había visto todo?
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