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León XIV enciende la Plaza San Pedro: “Dios mira el corazón y no las riquezas”

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 28 sept
  • 4 Min. de lectura
En una plaza San Pedro colmada de catequistas, el Papa lanzó una homilía que sacudió conciencias: “El rico sin nombre perdió su alma, pero Lázaro fue recordado por Dios”. Una llamada urgente contra la indiferencia.
León XIV
El Santo Padre sacudió con su homilía a todos los fieles presentes en la plaza San Pedro. (Fotografía: Vatican Media)

La mañana del 28 de septiembre quedará grabada en la memoria de los 35.000 peregrinos reunidos en la Plaza San Pedro. Bajo un cielo radiante, León XIV celebró la Misa del Jubileo de los Catequistas y lanzó una homilía que no fue una mera reflexión litúrgica, sino un grito ardiente contra la indiferencia del mundo moderno.


Sus palabras, ancladas en el Evangelio del rico epulón y el pobre Lázaro, resonaron como un juicio profético: “Dios está cerca de los olvidados, pero el hombre que vive en la abundancia y se olvida del prójimo pierde hasta su nombre”.







LÁZARO, LOS POBRES Y EL ESPEJO DE LA HUMANIDAD

Con tono grave, el Papa recordó que en cada esquina de la opulencia se encuentran “Lázaros modernos”: pueblos enteros devastados por la guerra, migrantes a la deriva, familias hundidas en la miseria mientras la cultura del descarte sigue banqueteando.


“Uno resucitó, Jesucristo. Si no lo escuchamos, nuestro corazón seguirá muerto.” (León XIV)

En esa línea denunció la ceguera de quienes, encerrados en sus lujos, no ven el dolor de los que mueren en las puertas de sus mansiones. Y fue más allá: “El rico del Evangelio no tiene nombre, porque se perdió en sí mismo. Así también hoy, quienes viven solo de consumo terminan vacíos, sin identidad, sepultados en sus riquezas”.


“No den lo que no tienen. Llenen su corazón de Cristo, y entonces sí, den al mundo la catequesis más fuerte: la de una vida transformada por el amor.” (León XIV)

El Santo Padre aseguró que las llagas de los pobres son catequesis vivas que nos obligan a despertar: “Cada Lázaro nos grita que el Evangelio no es un adorno, sino una opción de vida”.

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Catequistas: sembradores de esperanza

En medio de esa denuncia ardiente, el Obispo de Roma se dirigió con ternura a los catequistas: “Ustedes son eco vivo del Evangelio. No instruyen solo con palabras, sino con la vida. Un catequista que no ama no siembra nada”. Y recordó que los primeros formadores en la fe son los padres, alrededor de la mesa familiar, donde la espiritualidad se transmite como se transmite la lengua materna.


“Cuando nos cerramos al clamor de los pobres, nos cerramos a Dios.” (León XIV)

También citó a san Agustín para iluminar la misión: “Explica de modo que al escucharte crean, creyendo esperen, y esperando amen”. Esa fue la hoja de ruta que entregó a los catequistas del mundo.


León XIV
Miles de fieles colmaron la plaza San Pedro. (Fotografía: Vatican Media)
EL EVENAGELIO EXIGE DECISIÓN

Pero la homilía no fue complaciente. El vicario de Cristo advirtió que el mensaje de Jesús no admite neutralidad. Retomando las palabras de Abraham al rico, recordó: “Aunque resucite un muerto, no creerán si no escuchan a Moisés y a los Profetas”. Y con fuerza señaló: “Uno resucitó, Jesucristo. Si no lo escuchamos, nuestro corazón seguirá muerto”.


“Dios está cerca de los olvidados, pero el hombre que vive en la abundancia y se olvida del prójimo pierde hasta su nombre.” (León XIV)

Con esta afirmación, puso a la Iglesia frente a su misión esencial: anunciar al Resucitado con obras y no solo con discursos. “Escuchar no basta —clamó—: hay que amar al Evangelio, porque solo el amor lo hace fecundo”.

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TIEMPO DE CONVERSIÓN

El Jubileo de los Catequistas se transformó, con esta homilía, en un llamado mundial a la conversión. El sucesor de Pedro advirtió que la indiferencia es la gran plaga de nuestro tiempo, capaz de matar más que las guerras y las hambres. “Cuando nos cerramos al clamor de los pobres, nos cerramos a Dios. Cuando despreciamos a Lázaro, despreciamos a Cristo”, subrayó.


Con voz firme, pidió que el Jubileo sea un tiempo de perdón, justicia y paz: “Si no nos convertimos, seremos como el hombre sin nombre, sepultados en la nada. Pero si abrimos el corazón, el Señor nos dará un nombre eterno, como a Lázaro”.



UNA PLAZA ESTREMECIDA

La multitud de catequistas, familias y religiosos estalló en aplausos cuando León XIV concluyó: “No den lo que no tienen. Llenen su corazón de Cristo, y entonces sí, den al mundo la catequesis más fuerte: la de una vida transformada por el amor”.


La homilía no fue un simple comentario bíblico: fue un llamado a despertar, una campana que resuena para el mundo entero. En San Pedro, el Papa no habló solo a los catequistas; habló a los ricos sin nombre, a los Lázaros olvidados y a cada cristiano tentado por la indiferencia. Fue, en definitiva, una homilía sensacional que recordó lo esencial: Dios no se fija en lo que poseemos, sino en cuánto amamos.



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