LEÓN XIV EN EL JUBILEO DE LOS MIGRANTES Y MISIONEROS: “LOS MARES Y DESIERTOS QUE ATRAVIESAN SON LUGARES DE SALVACIÓN”
- Canal Vida
- 5 oct
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En una emotiva homilía ante miles de fieles en el Jubileo de los Migrantes y Misioneros, el Papa pidió una Iglesia que “permanezca para acoger y consolar”, recordando que “los mares y desiertos que cruzan los migrantes son lugares de salvación”.

En una Plaza de San Pedro cubierta por una fina llovizna y los colores de miles de paraguas, León XIV presidió este domingo 5 de octubre la Santa Misa del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes, ante más de 30.000 fieles provenientes de los cinco continentes.
La homilía, de tono profundamente humano y espiritual, fue un llamado a la compasión, al compromiso y a una Iglesia que no se encierre en sí misma, sino que “permanezca para acoger, acompañar y consolar”.

EL GRITO DE LOS MIGRANTES Y EL SILENCIO DE DIOS
Con voz serena, pero firme, el Santo Padre describió la realidad de millones de migrantes que “han debido abandonar su tierra, muchas veces dejando a sus seres queridos, atravesando las noches del miedo, del hambre y la soledad”. Y en esa oscuridad, recordó, resuena el mismo clamor que el profeta Habacuc elevó hace siglos: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que Tú escuches?”.
El Papa habló del silencio de Dios no como ausencia, sino como misterio. “Ese silencio que duele —dijo— puede transformarse en oración si lo vivimos con fe. Porque Dios no se ausenta, espera que el ser humano vuelva a mirar con amor, incluso en medio del dolor”.
“Los migrantes no son un problema que resolver. Son un rostro que mirar, una historia que escuchar, una presencia de Cristo que abrazar”. (León XIV)
LA FE QUE SE CONVIERTE EN CAMINO
El Obispo de Roma retomó el mensaje del Evangelio de Lucas: la fe como semilla de mostaza, pequeña pero capaz de mover montañas. “No necesitamos poderes extraordinarios —explicó—, basta un poco de fe para abrir caminos de salvación. Esa fe es la que se traduce en servicio, en cercanía, en manos que no señalan sino que levantan”.
Asimismo, fue tajante: “No se trata de partir, sino de permanecer. Permanecer para mirar a los ojos al que sufre, para acogerlo, para abrirle el corazón”. En una frase que arrancó aplausos espontáneos, afirmó: “Los mares y los desiertos que atraviesan los migrantes son, en la Escritura, lugares donde Dios salva. Que en nuestras comunidades encuentren ese rostro de Dios que los ama y los espera”.

UNA IGLESIA EN ESTADO PERMANENTE DE MISIÓN
El Pontífice insistió en que el mundo vive “una nueva época misionera”, donde las fronteras ya no son geográficas, sino existenciales. “Las periferias —dijo— vienen hacia nosotros: el dolor, la pobreza, el deseo de esperanza llaman a nuestras puertas”.
Pidió a las Iglesias de Occidente “acoger la presencia de los hermanos del sur del mundo como una oportunidad para renovar la fe”. Y llamó a los jóvenes a descubrir la belleza de la vocación misionera: “Hoy más que nunca, el mundo necesita testigos que vivan el Evangelio sin miedo ni cálculo”.
UN MENSAJE DE ESPERANZA Y CONVERSIÓN
En el tramo final de su homilía, León XIV recordó que “los ancianos nos enseñan la humildad, los migrantes nos enseñan la fe, y los misioneros nos enseñan el coraje de partir con alegría”. Y añadió: “Este es el tiempo de ser una Iglesia en salida, que no sirve al dinero ni a sí misma, sino al Reino de Dios y a su justicia”.
El Papa concluyó confiando la misión a la Virgen María, “primera misionera de su Hijo”, y bendijo a los migrantes presentes: “Que nadie se sienta inútil ni abandonado. Todos somos peregrinos en busca de un mismo hogar: el corazón de Dios”.

UNA LLAMADA UNIVERSAL
La jornada jubilar, marcada por la emoción, la diversidad de culturas y los cantos en más de veinte idiomas, se convirtió en una verdadera imagen de la Iglesia universal. En el eco de las palabras del Papa, quedó una consigna que resonó como profecía: “Los migrantes no son un problema que resolver. Son un rostro que mirar, una historia que escuchar, una presencia de Cristo que abrazar”.
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