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Le Metieron una Manguera por la Garganta... Y Murió Rezando

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 6 jun
  • 5 Min. de lectura
Murió en un campo nazi con una manguera por la garganta. Era sacerdote. Rezaba mientras lo torturaban. El beato Józef Guz es uno de los mártires más olvidados… y su historia es una denuncia contra el odio y la tibieza.
Innocenty Guz
Mientras lo torturaban con una manguera por la garganta, el beato Józef Guz sostenía un crucifijo. Su fe fue más fuerte que el horror.

El 6 de junio de 1940, en un rincón helado del campo de concentración de Sachsenhausen (Alemania), un sacerdote polaco fue asesinado de la forma más brutal que se pueda imaginar. No hubo juicio. No hubo compasión. Solo odio. Y una manguera de incendio forzada por su garganta hasta que sus órganos internos colapsaron.


“Un sacerdote puede morir de mil maneras. Pero no puede morir negando a Cristo. Y él lo sabía.”

Su nombre era Józef Wojciech Guz (1890-1940). Pero sus hermanos franciscanos lo llamaban Innocenty, nombre religioso que significa "el Inocente". Hoy, casi nadie conoce su historia. Pero su muerte es una de las más violentas y estremecedoras que sufrió un cristiano en los campos de exterminio nazis.







UN SACERDOTE QUE NUNCA SE RINDIÓ

Nació en Lwów (ciudad que pertenecía a Polonia, antes de la Segunda Guerra Mundial, actualmente esta en Ucrania), en 1890, en un mundo que todavía no sabía cuánto dolor era capaz de infligir. Desde joven soñó con ser jesuita, pero le cerraron las puertas. En lugar de resignarse, eligió otro camino: ingresó entre los franciscanos y abrazó su vocación con más fuerza que nunca. Tomó el nombre de Innocenty —el Inocente— como si su destino ya estuviera escrito: sufriría como un cordero entre lobos. Fue ordenado en 1914, y desde entonces, su vida fue una entrega sin condiciones.


Innocenty Guz
Antes del martirio, hubo entrega. Innocenty Guz caminaba por las calles de Europa con la cruz al pecho y la fe en el alma. Sabía que su vocación lo llevaría al sufrimiento… y no retrocedió.

Era culto, amable, sencillo. Enseñaba teología, dirigía coros, formaba seminaristas y consolaba almas. Quienes lo conocieron decían que tenía un corazón de oro y una voz que convertía el canto en oración. Fue confesor en monasterios, formador en seminarios, y colaborador de san Maximiliano Kolbe, el mártir que cambiaría vidas con su sacrificio en Auschwitz. Pero el infierno de la guerra no perdonaba a los buenos. Cuando las tinieblas del totalitarismo se cernieron sobre Europa, Innocenty no escapó. Lo fueron a buscar. Por ser sacerdote.


Lo arrestaron primero los soviéticos. Luego los nazis. Lo golpearon, lo humillaron, lo exiliaron, pero nunca pudieron quebrar su fe. Cada traslado era una cruz. Cada prisión, un calvario. Pero Innocenty Guz no pedía clemencia. Rezaba. Su alma no buscaba venganza, solo fidelidad. Era un hombre de Dios en tiempos del demonio. Y eso —para los poderosos de la época— era imperdonable.

Pedro Kriskovich
CUANDO SER SACERDOTE ERA UN DELITO

Primero llegaron los soviéticos, que lo arrestaron en 1940 por el simple hecho de ser un sacerdote católico. Logró escapar. Pero poco después fue capturado por los nazis. Desde ese momento, su vida fue una cadena de traslados, prisiones, golpizas y trabajos forzados.


“Le arrancaron la vida, pero no pudieron arrancarle la fe.”

Finalmente fue enviado al campo de Sachsenhausen, uno de los más crueles centros de exterminio del Tercer Reich, donde el sadismo era ley. Allí, Innocenty fue obligado a trabajar con una pierna rota, hasta que su cuerpo dijo basta.

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LA MANGUERA QUE LOS MARTIRIZÓ

El cuerpo de Innocenty ya no respondía. Había trabajado con una pierna rota, había soportado las palizas, el frío y el hambre. Ya no podía caminar. Ya no podía sostenerse en pie. Pero seguía siendo sacerdote. Y eso, para los verdugos del campo de Sachsenhausen, era una provocación intolerable. Querían doblegarlo. Querían callarlo. Pero como no podían vencer su alma, decidieron destruir su cuerpo de la forma más sádica imaginable.


Tomaron una manguera de incendio, la conectaron a presión, y la forzaron por su garganta. El chorro letal le rompió por dentro los pulmones, la tráquea, el estómago. Fue una tortura lenta, meticulosa, diseñada para quebrar no solo el cuerpo, sino la dignidad. Pero Innocenty no gritó. No suplicó. No insultó. Con las manos aferradas a un crucifijo, ofreció su dolor como un sacrificio. En ese infierno, fue Cristo otra vez en el Gólgota.


Los que lo vieron —y vivieron para contarlo— dijeron que no hubo lamento, ni odio, ni miedo. Solo oración. Murió como había vivido: fiel. La manguera que pretendía borrarlo de la faz de la tierra lo convirtió, sin saberlo, en un testigo eterno del amor más fuerte que la muerte. Un mártir que no fue vencido. Fue elevado.

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MÁRTIR DE LA IGLESIA

En 1999, san Juan Pablo II lo beatificó junto a un grupo de 108 mártires polacos de la Segunda Guerra Mundial. Su memoria se celebra el 6 de junio, el mismo día en que entregó su alma al Cielo.


Su muerte es una denuncia silenciosa contra el odio ideológico, contra el desprecio a la fe, y contra el olvido de tantos sacerdotes que murieron por confesar a Cristo en medio de la barbarie.



LUGAR SAGRADO

La tumba del beato Innocenty Guz se encuentra en el cementerio de Niepokalanów, en Polonia, un lugar que se convirtió en un santuario de peregrinación para quienes buscan inspiración en su ejemplo de fe y resistencia. Este sitio, donde también descansan otros mártires franciscanos, es visitado por fieles que desean rendir homenaje a su legado espiritual.

Innocenty Guz
Basílica de Niepokalanów, Polonia. Santuario fundado por san Maximiliano Kolbe y lugar donde se veneran las reliquias del beato Innocenty Guz, mártir del nazismo. Aquí, su memoria sigue viva entre peregrinos que buscan fuerza en su fe inquebrantable.

En el santuario de Niepokalanów, fundado por san Maximiliano Kolbe, se conservan reliquias de Innocenty Guz, incluyendo objetos personales y fragmentos de sus vestimentas religiosas. Estas reliquias son veneradas por los peregrinos y se consideran símbolos de su santidad y entrega.


“El cielo se abre para quienes mueren con el Nombre de Jesús en los labios.”

El santuario ofrece a los visitantes la oportunidad de conocer más sobre la vida y el martirio de Innocenty Guz a través de exposiciones y espacios de oración. Es un lugar de recogimiento y reflexión, donde los fieles pueden profundizar en su fe inspirados por el testimonio de este beato.



UN ESPEJO PARA LOS TIEMPOS DE TIBIEZA

En tiempos donde la corrección política pretende callar la historia, la vida de Innocenty Guz resplandece como una luz entre las tinieblas. No fue un revolucionario. No fue un guerrero. No fue un político. Fue un sacerdote que quiso ser fiel. Y por eso lo mataron.


Su historia no se lee en los manuales de la escuela. No hay películas sobre él. Pero su sangre grita desde Sachsenhausen que hay algo más poderoso que el odio: la fe vivida hasta el final.

GIN
UN EJEMPLO PARA HOY

El martirio del beato Innocenty nos desafía a ser valientes, a no avergonzarnos del Evangelio, y a comprender que hay quienes prefirieron morir antes que traicionar su vocación.

No es un testimonio del pasado. Es una profecía para el presente.



SU MUERTE NO FUE EN VANO

En los mismos lugares donde hubo dolor, hoy hay flores. En el mismo país que lo condenó, hoy se lo venera. Y en un mundo que intenta borrar a Dios de los corazones, el nombre de Innocenty Guz vuelve a ser pronunciado. No con miedo. Sino con esperanza.


La esperanza de que todavía hay almas dispuestas a dar la vida por amor. Aun cuando el precio sea una manguera asesina... y una oración final.



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