Las Trampas Mortales del Orgullo: Lo Que Nunca Debés Hacer si Querés Alcanzar la Virtud de la Humildad
- Canal Vida
- hace 2 horas
- 3 Min. de lectura
La humildad no es rebajarse, sino descubrir el lugar real que tenemos ante Dios. Una virtud poderosa, difícil y luminosa, que transforma el corazón cuando dejamos de mirarnos a nosotros mismos y permitimos que Él sea el centro de nuestra vida.

La humildad no es debilidad, ni falta de autoestima, ni una auto-rebaja humillante. La verdadera humildad es —como decía santa Teresa— “andar en la verdad”: reconocernos como somos, criaturas amadas, dependientes de Dios, sostenidas por su gracia, incapaces de salvarnos por nuestras propias fuerzas. Pero en un mundo lleno de vanidades, aplausos fáciles y egos inflados, la humildad se convierte en un acto de rebeldía espiritual, una resistencia heroica contra la soberbia que lo arruina todo.
Y antes de conocer las claves para alcanzarla, conviene recordar lo que nunca debemos hacer, porque ahí se esconden los peligros que destruyen el alma.
❌ LO QUE NUNCA DEBÉS HACER SI QUERÉS SER HUMILDE
– No te creas autosuficiente. Pensar “yo puedo solo” es el veneno más silencioso que separa a las almas de Dios.
– No te compares constantemente. La comparación enferma el corazón: o te infla o te aplasta.
– No busques reconocimiento. La humildad florece cuando lo bueno queda entre vos y Dios.
– No impongas tu opinión como verdad absoluta. El soberbio discute para ganar; el humilde escucha para aprender.
– No ignores tu fragilidad. Quien no acepta su pequeñez jamás descubrirá la fuerza de Dios.
Cuando olvidamos estas trampas, el alma se vuelve un terreno fértil para la soberbia; y cuando la soberbia crece, Dios se aleja… porque no puede entrar en un corazón lleno de sí mismo.
Por eso, estas cinco claves son un camino directo hacia la humildad profunda, esa que no se finge, sino que nace de un corazón que dejó espacio para Dios.

5 CLAVES PARA ALCANZAR LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
1. Ir a Dios: dejar que Él sea el centro
Nadie puede ser humilde sin rezar. La oración nos revela nuestra dependencia absoluta: todo lo que somos viene de Él. El soberbio se mira a sí mismo; el humilde mira a Dios. Ese desplazamiento interior cambia la vida.
2. Hacerse pequeño: agacharse para poder ver
El que camina con la frente demasiado alta se pierde la realidad. Solo quien se inclina puede transformar el mundo desde adentro. Dios actúa en la fragilidad. Cuando aceptamos nuestra pequeñez, Él hace grande lo que somos incapaces de hacer solos.
3. Ser agradecidos: la memoria que salva
La gratitud es el idioma del Espíritu Santo. Quien agradece recuerda que nada es suyo y que todo ha sido regalo. El soberbio cree que merece; el humilde sabe que recibe.
4. Dar: ofrecer lo poco para que Dios haga lo mucho
Dios no necesita grandezas, necesita disponibilidad. Un minuto ofrecido, un gesto cotidiano, un trabajo bien hecho… Él lo multiplica todo .La humildad no consiste en achicarse, sino en poner la vida en manos del que puede engrandecerla.
5. Volver siempre a Dios: la verdadera victoria
Cuando la soberbia nos vence —y siempre lo hará en algún momento— la humildad está en volver. Volver arrepentidos, volver confiados, volver sabiendo que solo Dios puede hacernos humildes. Él ocupa el lugar central y el alma encuentra el suyo.
Como dijo el Papa Francisco: “Solo la humildad nos conduce a Dios y, por eso mismo, nos lleva a lo esencial de la vida”.
La humildad no es ser menos: es dejar que Dios sea más.





