El Secuestrado que Asistía a Misa en su Mente
- Canal Vida
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Secuestrado durante nueve meses, Bosco Gutiérrez Cortina descubrió en un cuarto oscuro la paz más profunda de su vida: asistía a Misa en su mente, rezaba con sus captores y vio cómo la oración transformó el odio en lágrimas y compasión.

El 29 de agosto de 1990, un miércoles común para el mundo pero inolvidable para el cielo, la vida del arquitecto mexicano Bosco Gutiérrez Cortina dio un giro brutal. Salía de Misa cuando dos hombres armados lo arrancaron de la calle, lo golpearon, lo vendaron y lo arrojaron a un cuarto donde pasaría nueve meses de cautiverio.
Lo que los secuestradores no sabían era que estaban encerrando a un hombre con un arma que ellos no podían destruir: la fe.
LA ESCUELA DEL DOLOR QUE LO CONVIRTIÓ EN UN MAESTRO DE ORACIÓN
Desnudo, vigilado, aislado del mundo exterior, los primeros días fueron un torbellino de rabia e incertidumbre. Pero en lugar de quebrarse, Bosco descubrió algo que jamás imaginó: una paz sobrenatural. “Me convertí en un experto en oración”, relató.
Rezaba día y noche, incluso dormido. En esa celda sin ventanas encontró una serenidad que nunca volvió a experimentar en libertad. Sentía —decía— como si Dios hubiera entrado al cuarto.
Organizó su tiempo como si aún viviera afuera: desayuno, comida, cena, lectura del Antiguo y Nuevo Testamento, media hora de oración por la mañana y otra por la tarde. Y lo más extraordinario: asistía a Misa en su mente, uniéndose espiritualmente a cada liturgia celebrada en cualquier parte del mundo. Su comunión era imaginar a su esposa Gaby recibiendo la hostia. Esa “vitamina diaria” lo sostuvo más que cualquier alimento.

NAVIDAD ENTRE SECUESTRADORES
El episodio que marcaría a todos ocurrió el 24 de diciembre. Bosco llevaba más de cien días sin ver la luz del sol. Aun así, escribió un mensaje insólito a sus captores: “Hoy no hay secuestrados ni secuestradores. Todos somos hijos de Dios. A las 8 de la noche vamos a rezar juntos”.
Los cinco hombres encapuchados aceptaron. Allí, en una escena digna del Evangelio, el cautivo leyó el nacimiento de Jesús, habló de su familia y rezó un Padre Nuestro y diez Ave Marías… mientras los secuestradores lloraban bajo las capuchas.
Al terminar, uno por uno le dieron la mano. Desde ese día lo trataron con más dignidad.

EL MILAGRO DE LA LIBERACIÓN
El 12 de mayo de 1991, tras meses de oración y una noche entera pidiéndole a Dios fortaleza, encontró silencio: sin música, sin guardias, sin vigilancia. Usó un alambre que él mismo fabricó en secreto. La puerta cedió.
Escapó entre pasadizos, atravesó un clóset y pasó junto a un secuestrador dormido. “Ahí pensé que moría”, dijo. Pero nadie lo detuvo. Salió como protegido por una mano invisible.
LA VERDADERA LIBERTAD
Bosco afirma que en esa celda encontró la paz más profunda de su vida. “El mundo puede quitarte todo, menos a Dios”, dice. Y aquel infierno se transformó en su mayor revelación: cuando se habla de Dios, siempre pasan cosas buenas.





