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Las Religiosas que Vencieron al Mercado: El Milagro Cosmético de Chantelle

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura
En una abadía escondida entre los montes de Auvernia, un grupo de monjas benedictinas desafía al mercado global con su secreto celestial: cosméticos hechos entre rezos y silencio. Perfumes y cremas nacen de la oración… y del milagro cotidiano de la fe.
Monjas Benedictinas
En el corazón de la Abadía de Saint-Vincent de Chantelle, las monjas benedictinas transforman el silencio en fragancia. Entre rezos y cánticos, elaboran cosméticos naturales siguiendo recetas centenarias. Dicen que cada frasco encierra no solo perfume… sino oración.

En el corazón verde de Auvernia (Francia), entre colinas bañadas por el silencio, un grupo de monjas benedictinas desafía al mundo moderno con una mezcla de oración, alquimia y fe. Allí, en la milenaria Abadía de Saint-Vincent de Chantelle, nacen cosméticos bendecidos por la devoción.



EL PERFUME DEL CLAUSTRO

Fundada en el año 937 por san Odón de Cluny, esta abadía sobrevivió a guerras, revoluciones y siglos de olvido. Hoy, sus muros de piedra románica guardan un secreto celestial: un laboratorio donde las hermanas elaboran jabones, cremas y aguas de colonia que, dicen los peregrinos, “huelen a cielo”.


La Madre Pascale, actual superiora, guía con manos firmes esta “empresa divina”, donde la fe se mezcla con la ciencia. “Creamos belleza que respeta la creación de Dios”, repite mientras revisa las fórmulas. Cada producto es fruto del trabajo manual, del rezo y del silencio.

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EL MILAGRO DE LOS COSMÉTICOS BENEDICTINOS

En 1954, animadas por Pío XII, las monjas decidieron producir sus propios cosméticos para sostener el monasterio. Así nacieron las primeras botellas de leche limpiadora y agua de colonia, mezcladas entre cánticos gregorianos. Su éxito fue inmediato. Pronto, sus productos cruzaron las fronteras de Francia y llegaron a toda Europa como un símbolo de pureza, oración y belleza interior.


Hoy, diez monjas continúan esa tradición sagrada. Oran siete veces al día, reciben peregrinos y llenan frascos de luz y aroma. En un mundo dominado por lo superficial, ellas recordaron algo esencial: la belleza más duradera nace del alma.


Dicen que quien se unge con sus perfumes no solo huele bien… sino que también reza sin darse cuenta.



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