La Champions de las Almas: Cuando el Fútbol se Viste de Fe
- Canal Vida
- hace 2 días
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Esta tarde no solo hay una final: se juega una historia de fe, dolor y redención. En el Allianz Arena, PSG e Inter buscarán la gloria, pero detrás de los botines hay cicatrices, oraciones y promesas al cielo. Luis Enrique, marcado por la muerte de su hija, guía a su equipo con el alma en la mano. Jugadores que rezan, que creen, que luchan con Dios como brújula. Porque esta Champions no solo se gana… se ofrece.

Esta tarde, el fútbol puede llorar… o rezar. Cuando el árbitro pite en el Allianz Arena (Múnich, Alemania) (16 de Arg.-Py / 13 Mx / 14 Col), millones de ojos estarán puestos en una pelota. Pero detrás de los reflectores, de los cánticos y de los millones de euros, hay algo que ni las cámaras ni las estadísticas muestran: el alma de quienes saltan al campo. Esta final entre el PSG (Francia) y el Inter (Italia) no es solo un duelo deportivo. Es un duelo de historias. De heridas. De fe.

Porque el entrenador del Paris Saint-Germain, Luis Enrique, no dirige con pizarras: dirige con el corazón roto. Perdió a su hija Xana en 2019. Y desde entonces, su vida cambió para siempre. Pero en vez de esconderse en el dolor, se hizo más fuerte. Volvió al fútbol con una mirada distinta. Camina la línea de cal como quien camina entre la tierra y el cielo. Esta noche, como tantas otras, mirará al cielo antes de empezar. Y no será por superstición.
Y mientras los equipos se preparan para disputar la copa más deseada de Europa, hay algo invisible que también está en juego: la certeza de que la fe puede tocar hasta las tribunas del fútbol. Porque hay quienes rezan antes de patear. Hay quienes ayunan, se persignan, cantan salmos. Hay quienes ofrecen su carrera a Dios. Hoy, bajo las luces de Múnich, la Champions League se viste de Evangelio.
LA FE TRAS LA TRAGEDIA
Luis Enrique perdió algo que no se recupera: a su hija Xana, de apenas 9 años. El diagnóstico fue devastador: osteosarcoma. Un cáncer cruel que no tuvo piedad. Y aun así, el técnico español —que había conquistado títulos, estadios y ovaciones— descubrió que había una batalla que ningún trofeo podía aliviar. Pero no se rindió. No se quebró del todo. En el silencio de su casa, en medio de la noche más oscura de su vida, eligió creer.

"Xana está viva", repite con una convicción que desarma. No habla de memoria. Habla de presencia. La siente en los pequeños gestos, en la música, en el viento. Luis Enrique no perdió la fe: la transformó en misión. Fundó la Fundación Xana, que hoy acompaña a niños que atraviesan enfermedades gravísimas. En lugar de recluirse, abrió las puertas. En vez de odiar, decidió amar más. Donde la muerte quiso arrasar, él sembró consuelo.

Y esta noche, en Múnich, cuando lo veas dirigir, sabé que no está solo. Su hija va con él. En su mirada firme. En sus decisiones. En cada victoria y cada caída. Porque hay dolores que no se curan, pero pueden volverse alas. Y fe. Y fuego. Luis Enrique entrena con el alma quebrada… y con el corazón lleno de eternidad.

JUGADORES DE FE
Mientras miles se arrodillan solo por una copa, hay quienes aún lo hacen ante Dios. En esta final de Champions, no todo se juega con botines. Algunos llevan rosarios ocultos, biblias en el bolso, oraciones en el corazón.
Son futbolistas que, en medio de la fama, la presión y los millones, no se avergüenzan de su fe. La profesan. La viven. La proclaman. Esta tarde los equipos de París y Milán no solo ponen talento en la cancha: ponen testimonio.
Achraf Hakimi, defensor del PSG, fue claro más de una vez: “Dios guía cada paso que doy”. En un fútbol muchas veces teñido de ego, el marroquí sorprende por su humildad. A pesar de la polémica mediática que lo rodeó en los últimos años, nunca abandonó su vínculo con lo sagrado. Lo dijo sin titubeos: “Soy lo que soy gracias a Dios”. Reza antes de cada partido y confiesa que, sin fe, no habría resistido los golpes de la vida pública. Su talento brilla, pero su raíz es espiritual.

Henrikh Mkhitaryan, el experimentado mediocampista del Inter, es otro caso impactante. De raíces armenias, su familia vivió la fe como resistencia cultural y espiritual. Es devoto de san Gregorio el Iluminador, y en cada gol, en cada victoria, levanta los ojos al cielo. Fue embajador de UNICEF, habló en foros internacionales sobre el perdón y la paz, y donó parte de sus premios a iglesias destruidas en Medio Oriente. En él, el fútbol no es un fin: es un puente hacia el bien. Un estadio puede ovacionarlo, pero él se inclina ante un altar.

Y si hay un líder espiritual en el PSG, ese es Marquinhos. El capitán brasileño, con voz suave y mirada firme, se transformó en referente no solo deportivo, sino humano. “Sin Dios, no sé quién sería”, dijo en entrevistas. Publica versículos en sus redes, comparte momentos de oración con su esposa e hijos, y se convirtió en faro para jóvenes jugadores del club. Cuando el PSG cayó dolorosamente en finales anteriores, fue él quien habló de perdón, aprendizaje y fe. Hoy, antes de salir al campo, siempre hace la señal de la cruz. Porque sabe que, gane o pierda, la victoria verdadera se juega en el alma.

MÁS QUE UN PARTIDO
Esta final no es solo un enfrentamiento entre dos equipos de élite; es un testimonio de cómo la fe y los valores pueden coexistir con la competencia deportiva. Es un recordatorio de que, incluso en el escenario más grandioso del fútbol europeo, las historias humanas de superación y creencia en algo más grande que uno mismo siguen siendo las más poderosas.
En Canal Vida, creemos que el deporte puede ser una vía para expresar y fortalecer la fe. Hoy, mientras el balón rueda en Múnich, recordamos que detrás de cada jugada hay historias de vida que nos inspiran a todos.
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