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Jane Fonda y Dios: El Adviento Interior de una Mujer que Nunca Dejó de Buscar

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 48 minutos
  • 4 Min. de lectura
Jane Fonda nunca dejó de buscar a Dios. Ateísmo, dolor, fama y militancia marcaron su vida hasta que, en el silencio y la caída, algo cambió. Una historia real de fe inquieta, conversión interior y Adviento del alma.
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Jane Fonda fue criada en un hogar marcado por el silencio emocional tras el suicidio de su madre cuando ella tenía 12 años. Durante décadas evitó hablar de Dios, pero reconoció públicamente que esa herida fue el inicio de su búsqueda interior.

Hoy Jane Fonda cumple 88 años. Ocho décadas largas de cine, militancia, escándalos, reinvenciones y batallas públicas. Pero detrás de la actriz ganadora de dos Óscar, de la activista que desafió guerras, presidentes y sistemas, existe una historia menos conocida, más silenciosa y profundamente espiritual: la búsqueda persistente de Dios.


No es una conversión de manual. No es una fe cómoda ni encuadrada. Es una búsqueda con preguntas abiertas, heridas sin cerrar y un corazón que nunca dejó de inquietarse. Y en Adviento —tiempo de espera, de desierto, de luz que tarda— su historia dialoga, quizás sin saberlo, con una de las frases más célebres de san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.







Una infancia sin Dios… y con dolor

No creció rezando. Creció atea. Tenía 12 años cuando su madre se suicidó. Su padre, el legendario Henry Fonda, consideraba la religión una muleta para débiles. Cuando Jane quiso ir a misa en Nochebuena para escuchar villancicos, él la llamó hipócrita. La fe, para ella, no era una herencia: era un territorio desconocido.


Durante décadas, ese vacío se llenó con fama, militancia, relaciones intensas y una lucha constante con su propio cuerpo. Bulimia, ansiedad, miedo a la intimidad. Llegó a decir que durante mucho tiempo vivió “fragmentada”, actuando papeles —en la pantalla y en la vida— para ser aceptada.


San Agustín conocía bien ese estado. Antes de su conversión, buscó sentido en el placer, en el éxito intelectual y en el poder. Y fracasó en todos. Jane también.


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El quiebre: cuando todo se cae

El giro espiritual no llegó en una iglesia ni con un predicador. Llegó en soledad. Tras separarse de Ted Turner, dejó mansiones, propiedades y prestigio para mudarse a una pequeña habitación en la casa de su hija. Silencio. Pérdida. Humillación interior.


“Estaba de pie en esa habitación y sentí que me reencontraba. Y lo supe: esto es Dios”, contó en entrevistas con Oprah Winfrey y en podcasts posteriores. No fue una idea. Fue una experiencia. Una presencia. Una plenitud inesperada en medio del dolor.


San Agustín describió algo similar en las Confesiones: no encontró a Dios cuando lo buscaba afuera, sino cuando dejó de huir hacia adentro. Jane Fonda, sin usar ese lenguaje, vivió algo parecido.



Orar sin saber cómo… pero orar

Desde principios de los 2000, comenzó a orar. No por obligación. Por necesidad. “Sentí la mano de Dios en mi hombro”, dijo. “No se trataba de aprender sobre Dios, sino de experimentar su presencia”.


Para ella, Dios no era una idea abstracta, sino una fuerza que integraba lo que estaba roto. Jesús dejó de ser una figura cultural para convertirse en un maestro interior. “Eso es lo que quiso decir cuando dijo que Dios habita en nosotros”, afirmó, citando el Evangelio de Juan.


Aquí aparece un punto clave: la ganadora del Oscar por sus interpretaciones en Kluter (1972) y Coming Home (1979), no abraza un cristianismo dogmático. Rechaza el juicio, el patriarcado, la exclusión. Se aleja de iglesias que le exigen creer literalmente todo o nada. Y, sin embargo, permanece fascinada por Jesús.


San Agustín también tuvo problemas con la Iglesia de su tiempo. Dudó, discutió, se resistió. Pero nunca dejó de buscar la Verdad. Jane tampoco.


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A lo largo de su vida, Jane Fonda afirmó sentirse atraída por Jesús como figura moral antes que por una religión institucional. En entrevistas recientes confesó que reza en soledad y que el cristianismo la ayudó a reconciliarse con el perdón y la fragilidad humana.

Un cristianismo incómodo… pero real

La protagonista de la serie Grace and Frankie (2015-2022) sabe que muchos dirán que no es una “verdadera cristiana”. Ella lo acepta. “Creo en las enseñanzas de Jesús y trato de vivirlas”, responde. Misericordia, compasión, justicia, cuidado del prójimo. No dogma vacío. No fe sin vida.


San Agustín escribió que la Verdad no se impone: se reconoce. Jane Fonda reconoce una presencia que la sostiene.



La vejez como lugar de revelación

Uno de los aspectos más conmovedores de su testimonio es este: mientras su cuerpo envejece, su alma crece. “Siento menos miedo, incluso a la muerte”, dijo. La fe no la volvió ingenua. La volvió valiente.


Habla del “tercer acto” de la vida, ese tramo final donde todo cobra sentido. Para ella, la fe llegó tarde, pero llegó a tiempo. Como en el Evangelio: obreros de la última hora, llamados cuando ya parecía tarde.


San Agustín se convirtió a los 33. Jane Fonda comenzó su búsqueda explícita pasados los 60. Dios no mira el reloj.


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Una fe sin espectáculo

Jane Fonda no predica desde púlpitos. Reza en silencio. Medita. Lee la Biblia. Discierne. Se equivoca. Corrige. Sigue buscando. Adviento puro.


En un mundo que confunde fe con certeza absoluta, su testimonio incomoda porque es honesto. No promete respuestas rápidas. Habla de plenitud, de integración, de una presencia que no anula el dolor, pero lo atraviesa.


Hoy, a los 88 años, no se presenta como santa, sino como buscadora. Y quizás por eso su historia resuena tanto con este tiempo litúrgico. Adviento no es llegar. Es esperar. No es ver. Es confiar. No es poseer a Dios. Es dejarse encontrar.


San Agustín lo dijo con claridad eterna: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva… Tú estabas dentro de mí, y yo fuera”. Jane Fonda, después de toda una vida afuera, parece haber comenzado a mirar hacia adentro. Y ahí, en ese silencio, sigue buscando.

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