EL ÚLTIMO MONJE DEL PATÉ: LA ABADÍA QUE SOBREVIVE CON 70.000 FRASCOS DE FE
- Canal Vida

- 15 oct
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En una abadía francesa casi vacía, un monje de 86 años mantiene viva una tradición que mezcla oración, disciplina y sabor. El padre Marc elabora 70.000 patés al año, demostrando que la fe también se puede untar en pan.

En el corazón verde y húmedo de Normandía, donde la niebla parece rezar con los campanarios, se esconde una historia tan insólita como deliciosa: la del último maestro del paté santo. Tiene 86 años, se llama padre Marc, y desde su pequeña cocina-monasterio en la Abadía de Notre-Dame-de-Grâce de Bricquebec, fabrica uno de los patés más codiciados del planeta.
UN MONASTERIO QUE HUELE A ORACIÓN Y CERDO AHUMADO
Allí donde hace un siglo resonaban los cantos de 200 monjes trapenses, hoy apenas quedan 14 almas consagradas, y solo una —la del padre Marc— se encarga de mantener viva una tradición que desafía al tiempo, la economía y el silencio.
Entre los muros fríos de piedra, el anciano monje dirige 1.500 metros cuadrados de producción artesanal, de donde salen 70.000 frascos de paté al año, hechos con la misma receta que él creó hace más de medio siglo.
“El secreto no está en la carne, sino en el alma”, dice el religioso, mientras remueve lentamente la mezcla. En la etiqueta puede leerse: Les Charcuteries de la Trappe. Pero lo que no dice el envase es que detrás de cada terrina hay una oración y una historia de resistencia.

UN IMPERIO QUE RENACIÓ DE LAS CENIZAS
La abadía, fundada en 1823, conoció siglos de fuego, fiebre y guerra. Fue incendiada, invadida por soldados alemanes y golpeada por la crisis del siglo XX. De tener miles de cerdos y una fábrica de queso célebre en toda Francia, pasó a vender sus últimas vacas para sobrevivir.
Pero en 1969, cuando todo parecía perdido, el joven monje Marc —hijo de campesinos y novato en el arte de la charcutería— decidió devolverle vida al monasterio. Fundó una pequeña granja y comenzó a experimentar con recetas. Nació así su creación más famosa: el paté del Père Marc, elaborado con el cerdo entero, sin desperdicio, siguiendo el lema benedictino ora et labora. “Dios no tira nada”, bromea el monje: “Ni siquiera el tocino”.

EL MILAGRO DEL SABOR
Hoy, el aroma del paté bendice los pasillos de piedra donde antaño se rezaba por las almas de Europa. El taller del padre Marc se convirtió en un milagro gastronómico y espiritual: un monasterio que sobrevive gracias a la fe… y al foie.
Mientras en el resto del mundo las abadías se vacían, Bricquebec sigue viva, sostenida por un puñado de hombres que rezan siete veces al día y trabajan con las manos de los antiguos. “El trabajo —dice el padre Marc— también es oración. Cuando cocino, pienso en los pobres, en los enfermos, en los que no tienen pan. Este paté está hecho para ellos”.

EL ÚLTIMO GUARDIÁN DEL SABOR DIVINO
A sus 86 años, el monje no piensa retirarse. Supervisa cada detalle, prueba cada lote y mantiene el ritmo de los maitines: levanta a las 4:15, reza, y a las 6 ya está en la cocina. “Si me detengo, se detiene la oración”, dice.
Su historia recuerda a las antiguas parábolas del Evangelio: un hombre solo, en medio de la ruina, que logra mantener encendida una llama. Pero su fuego no arde en el altar, sino en los hornos donde se cocina el paté más místico de Francia.
En Bricquebec, el olor a santidad y a carne cocida se confunde. Y entre los vapores de vino blanco y ajo, el padre Marc sonríe. “Dios me dio la vida —susurra—. Yo solo puse el condimento”.









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