El Santo que Veía a los Demonios: San Lorenzo de Brindis, el Fraile que Hablaba 9 Lenguas
- Canal Vida
- 21 jul
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Místico, exorcista, políglota, doctor de la Iglesia, predicador de batalla y genio de la fe: san Lorenzo de Brindis no solo hablaba nueve idiomas, sino que sabía hacerse entender por el cielo y resistir al infierno.

—¡Allí están! —gritó san Lorenzo mientras señalaba un rincón del convento. Nadie más los veía, pero él sí: demonios, temblorosos ante un fraile que los discernía como si fueran humo negro en un mundo de luz.
Nacido el 22 de julio de 1559 en Brindis, Italia, Lorenzo Russo (su nombre de pila) se convertiría en uno de los santos más asombrosos de la historia de la Iglesia. Ingresó muy joven a la orden de los Capuchinos, y pronto quedó claro que no era un fraile común: hablaba latín, griego, hebreo, árabe, italiano, español, francés, alemán y siríaco. Pero más aún, hablaba el lenguaje de Dios.
—Este hombre tiene fuego en la lengua —decían los cardenales. Porque no solo hablaba... predicaba como si el mismo Espíritu Santo lo habitara.
EL PREDICADOR QUE SILENCIABA A LOS HEREJES
Mientras Europa ardía en guerras religiosas y las herejías se extendían como un virus imparable, un fraile franciscano se convirtió en la espada más afilada del Vaticano. No llevaba armas, pero sí algo invencible: la Palabra de Dios. San Lorenzo de Brindis fue enviado a los rincones más peligrosos del protestantismo para una misión casi suicida: convertir con la fe a quienes ya no creían en la Iglesia. Y lo hizo sin gritar, sin castigar, sin perseguir. Lo hizo con inteligencia, fuego interior… y un talento sobrenatural.
Frente a auditorios repletos de teólogos, nobles y hasta soldados, se paraba solo, con una Biblia en la mano y una serenidad inexplicable en el rostro. Cuando comenzaban los debates, los herejes lo subestimaban. Pero pronto quedaban paralizados. Respondía a cada ataque citando capítulos enteros de las Escrituras… ¡en hebreo y latín! Sin leer. De memoria. Como si Dios mismo hablara a través de él. Incluso los más altivos se vieron obligados a callar. No podían rebatirlo. No podían igualarlo. Lo único que podían hacer… era escuchar.
Las conversiones fueron tantas que el Papa lo llamó su "general invisible". No ganaba territorios: ganaba almas. Las multitudes se rendían ante su claridad, su dulzura y su fuego sagrado. Allí donde predicaba, se cerraban templos luteranos… y se abrían iglesias católicas. No por imposición, sino por impacto espiritual. Él no solo debatía. Derrumbaba dudas, levantaba corazones y devolvía la fe con una fuerza que nadie podía explicar. Porque no era solo un fraile… era el trueno de Dios en tierra de oscuridad.

EL MÍSTICO QUE VEÍA AL DEMONIO
San Lorenzo de Brindis no solo hablaba nueve lenguas y convertía multitudes con su voz de fuego. Tenía otro don que estremecía incluso a los más creyentes: podía ver al demonio. Sí, con los ojos del alma y la pureza de su corazón, distinguía lo que los demás apenas intuían entre sombras. Donde otros veían confusión, él detectaba al enemigo invisible. Y cuando lo hacía, lo señalaba con valentía. No temía decirlo. En una ocasión, en medio de una multitud fervorosa, se detuvo súbitamente en el púlpito, miró a su alrededor y exclamó con voz firme: "¡Está aquí! El enemigo quiere confundir."
El silencio fue absoluto. Algunos rieron con nerviosismo. Pero Lorenzo no vaciló. Levantó su crucifijo, entonó un exorcismo en latín y con una fuerza que parecía brotar de otro plano espiritual, comenzó a orar como si fuera una batalla. De repente, un hombre cayó al suelo entre espasmos, gritando con una voz que no era suya. La multitud retrocedió aterrada. El demonio, expulsado por la fe ardiente del fraile, salió del cuerpo entre alaridos, dejando al hombre en paz y a todos los presentes en estado de shock.
Muchos cayeron de rodillas. Otros comenzaron a llorar. Fue un día inolvidable, no por el milagro, sino por la sensación de haber estado frente a lo sobrenatural. Nadie olvidó lo que vio ni lo que sintió. Aquel día, como tantos otros en su vida, el oriundo de Brindis no solo predicó: combatió al mal cara a cara. Porque donde otros callan, los santos gritan la verdad que arde… aunque el infierno los escuche.

GUÍA DE LOS EJÉRCITOS DE DIOS
Fue también capellán de los ejércitos cristianos durante las guerras contra los otomanos. Y no predicaba desde el altar, sino que entraba al campo de batalla, Biblia en mano, sin escudo ni espada. Como si fuera un general de Dios, alentaba a los soldados: "Cristo es nuestra victoria. No teman a quien mata el cuerpo, sino a quien pierde el alma".
Su sola presencia bastaba para cambiar el ánimo de los soldados. Incluso, se cuenta que un día, montado en un caballo, con el crucifijo en alto, cargó junto a ellos como si fuera un comandante celestial.

BILOCACIÓN Y SENSIBILIDAD
No era un truco de magia ni leyenda medieval. San Lorenzo de Brindis fue uno de esos elegidos a quienes Dios les concede lo que la ciencia considera imposible: el don de la bilocación. Testimonios de la época aseguran que mientras se encontraba en un convento rezando en éxtasis, también era visto predicando con fuego en otro pueblo lejano. Era como si el cielo lo multiplicara cuando el infierno apretaba. Su sola presencia bastaba para convertir corazones endurecidos. Allí donde aparecía —o reaparecía— se desataban conversiones masivas, lágrimas, curaciones y reconciliaciones imposibles.
Pero el don más desgarrador no era la bilocación. Era su capacidad de sentir el dolor de Dios. Lloraba como un niño al ver cómo el mundo se volvía sordo al lenguaje divino. ¡Y eso que hablaba nueve idiomas con fluidez absoluta! Decía que el verdadero idioma que faltaba era el del alma. Entre milagros y visiones, nunca dejó de conmoverse hasta las lágrimas por la tibieza de los cristianos. Su sensibilidad era tan intensa que muchas veces terminaba sus predicaciones deshecho en llanto… y con toda una multitud llorando con él. Porque cuando un santo llora, el cielo también se conmueve.

LA MUERTE DEL PREDICADOR DE FUEGO: EL DÍA QUE EL CIELO CALLÓ
San Lorenzo de Brindis murió lejos de su tierra, pero no de su misión. El 22 de julio de 1619, a los 60 años, su cuerpo se apagó en Lisboa, Portugal, luego de una vida intensa de milagros, visiones, predicaciones fulminantes y batallas espirituales. Había viajado como embajador del Emperador del Sacro Imperio para mediar en conflictos políticos… pero ya no era el mismo fraile joven de Brindis que incendiaba púlpitos con su palabra. Su cuerpo estaba agotado, pero su alma ardía más que nunca. Dicen que en sus últimas horas pidió un crucifijo, y que lo abrazó con una ternura estremecedora, como quien regresa a casa. Murió en paz, pero con lágrimas por los pecadores que aún no se convertían.

Su cuerpo fue venerado de inmediato. Actualmente, sus restos descansan en el convento de Clarisas Descalzas de la Anunciada, en Villafranca del Bierzo, un lugar que hoy se convirtió en un foco de devoción silenciosa y poderosa.
Aunque no es un santuario masivo como el de otros santos, los peregrinos que llegan allí aseguran sentir una presencia distinta: algo vivo. En varias ciudades europeas también se conservan reliquias suyas —partes de su hábito, fragmentos óseos— que son guardadas con celo por los capuchinos. No tiene una gran catedral con su nombre, pero quienes se detienen a rezarle sienten que están ante un profeta del fuego. Su tumba no brilla por el oro. Brilla por el temor que inspira al infierno y la esperanza que enciende en los fieles. Allí donde yace san Lorenzo de Brindis, no hay silencio: hay eco de batalla espiritual.

EL SANTO DE LA PALABRA DE DIOS
Fue beatificado en 1783, canonizado en 1881 y proclamado Doctor de la Iglesia en 1959 por Juan XXIII. Es patrono de Brindis, de los capuchinos y de los que enfrentan el mal cara a cara.
Hoy, más que nunca, su historia impacta. En un mundo donde se niega lo espiritual, él nos recuerda que los demonios existen, pero que también existe el fuego del Espíritu Santo que los vence.
Porque hay santos que rezan. Y hay santos que luchan. San Lorenzo hacía ambas cosas. Y no con espada... sino con la Palabra.
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