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El Mártir que Predijo su Muerte: Jerzy Popiełuszko, el Cura que Anunció su Propio Final

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 19 oct
  • 4 Min. de lectura
El 19 de octubre de 1984, un joven sacerdote desafió al régimen comunista con una homilía que le costó la vida. Lo secuestraron, lo golpearon, lo arrojaron a un río… pero su voz aún resuena: “El mal se vence solo con el bien”.
Jerzy Popiełuszko
Jerzy Popieluszko, el sacerdote polaco que fue la voz del Evangelio en el régimen criminal comunista.

Era octubre de 1984. En las iglesias de Varsovia se rezaba con miedo. Los muros estaban llenos de micrófonos, y cada homilía podía costar la vida. En medio de esa Polonia sitiada por el comunismo, un joven sacerdote hablaba con una voz que hacía temblar al régimen: Jerzy Popiełuszko, el cura que convirtió el altar en trinchera.


Sabía que lo vigilaban. Sabía que lo iban a matar. Y, sin embargo, siguió predicando.

Debemos vencer al mal con el bien, incluso si eso nos cuesta la vida”, dijo en su última homilía. Aquella frase fue su sentencia. Días después, su cuerpo aparecería atado, golpeado y arrojado a un río helado. Pero su voz no se hundió: se multiplicó.






UN SACERDOTE BAJO VIGILANCIA

El padre Jerzy no era un político ni un agitador: era un hombre de fe. Tenía apenas 37 años cuando empezó a celebrar misas por la patria, donde mezclaba el Evangelio con el dolor de su pueblo. Miles acudían. En sus palabras había fuego, y en ese fuego el régimen vio peligro.


Los servicios secretos polacos lo marcaron como “enemigo interno”. Lo seguían, lo amenazaban, lo esperaban en las esquinas. Su teléfono estaba intervenido. Pero él seguía visitando hospitales, cárceles y fábricas. Llevaba el rosario en el bolsillo y la Biblia bajo el brazo, como quien carga un arma de luz.


Una mujer que lo conoció recordó: “Tenía una paz que desarmaba. Cuando hablaba, parecía que el miedo retrocedía”.

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LA PROFECÍA DE SU FINAL

Unos días antes de morir, Jerzy celebró misa en Varsovia ante una multitud. Su voz era firme, pero su mirada parecía ver más allá. Dijo: “Rezaré por aquellos que me persiguen. Que Dios los perdone, porque no saben lo que hacen”.


Esa homilía fue grabada. Hoy suena como un testamento. Al terminar la misa, varios amigos le advirtieron que no viajara al norte del país. Pero Jerzy respondió: “El pastor no huye cuando el lobo se acerca”. Tenía razón. El lobo ya estaba al acecho.



EL SECUESTRO

La noche del 19 de octubre de 1984, el padre Jerzy regresaba de una misa en Bydgoszcz junto a su chofer, Waldemar Chrostowski. En la carretera, un automóvil les cerró el paso. Hombres de la policía secreta los encañonaron. Golpearon al sacerdote, lo amordazaron y lo arrastraron fuera del vehículo.


Waldemar logró escapar. Corrió entre los árboles, herido, mientras oía los gritos de su amigo. Fue la última vez que alguien lo vio con vida.


Durante diez días, Polonia entera contuvo la respiración. El país rezaba. La televisión callaba. Y el gobierno mentía. Hasta que el 30 de octubre, pescadores del río Vístula encontraron un cuerpo hinchado, atado con cuerdas y piedras. Era él. Le habían destrozado la cara, roto las costillas, fracturado las manos. Pero el rosario seguía entre sus dedos.

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NO MATARON A UN HOMBRE… DIFUNDIERON LA PALABRA DE DIOS

El impacto fue inmediato. Cientos de miles de personas acudieron a su funeral. Los obreros del sindicato Solidarność lloraban junto a monjas y estudiantes. En el aire flotaba una certeza: el régimen había matado a un sacerdote, pero había liberado a un mártir.


Desde ese día, Jerzy Popiełuszko se convirtió en símbolo de la Polonia que no se rinde. En las paredes de Varsovia aparecieron pintadas: “Padre Jerzy vive. Cristo ha vencido al comunismo”.


Su tumba, en la parroquia de san Estanislao Kostka, se volvió un santuario. Hoy más de 20 millones de peregrinos la visitaron. Muchos afirman que allí ocurren curaciones y conversiones. Hay testimonios de exsoldados que dicen haber visto su figura en sueños, con la misma sonrisa de paz que tenía en vida.



EL CURA QUE VENCIÓ AL ODIO

El mensaje que dejó fue simple, pero devastador para el sistema que lo asesinó: “No se vence al mal con el mal. Solo con el bien”.


Sus verdugos intentaron destruir su cuerpo, pero no pudieron destruir su palabra.

El cardenal Stefan Wyszyński dijo: “Jerzy fue la conciencia que el régimen quiso ahogar… y el alma que Dios hizo flotar sobre el río”.


En 2010, fue beatificado por Benedicto XVI. Hoy, 41 años después de su martirio, su causa de canonización sigue avanzando. Pero para millones de polacos, ya es santo desde el día en que se negó a tener miedo.

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UN ECO EN LOS TIEMPOS MODERNOS

En una Europa donde la fe parece apagarse, Jerzy Popiełuszko se levanta como un faro incómodo. No fue un teólogo ni un místico: fue un hombre que eligió no mentir. Que no cambió el Evangelio por un carnet del partido. Que no negoció la verdad por su vida.


Su historia vuelve a resonar hoy, cuando tantos prefieren callar para sobrevivir. Su sangre sigue gritando desde el río: “La fe no se vende. La conciencia no se rinde”.



UN SANTO PARA LOS TIEMPOS OSCUROS

Cada 19 de octubre, Polonia lo recuerda con procesiones, velas y cantos. Pero más allá del homenaje, su figura encierra una advertencia profética: el mal no siempre llega con cuernos, sino con uniformes, discursos o promesas vacías.


Jerzy Popiełuszko lo entendió antes que nadie. Por eso no se exilió. No se escondió. Se quedó para morir en su puesto.


Cuando lo golpeaban, rezaba. Cuando lo insultaban, sonreía. Y cuando lo mataron, su voz siguió viva.


Hoy, su historia no pertenece solo a Polonia. Pertenece al mundo entero. Porque en cada época —en cada país donde la verdad cuesta caro— siempre habrá un nuevo Popiełuszko recordándonos que la fe no se impone: se encarna, se sufre y se entrega.


Y que, como él mismo dijo poco antes de morir: “No hay libertad sin verdad, ni verdad sin fe”.



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