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EL SANTO QUE ESCUCHABA LOS GRITOS DEL INFIERNO

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 3 horas
  • 4 Min. de lectura
San Leonardo de Noblac no temía al infierno: lo escuchaba. En las noches, las almas condenadas gritaban su dolor, y él rezaba hasta silenciar su tormento. Un monje que enfrentó el abismo y halló, incluso allí, el eco de la misericordia.
 san Leonardo de Noblac
En la penumbra del monasterio, san Leonardo de Noblac aparece inmerso en oración, mientras sombras y luces se confunden con los ecos de las almas que, según la tradición, él oía desde el infierno. Su rostro sereno refleja el misterio de quien intercede entre el dolor y la esperanza eterna.

Dicen que cuando san Leonardo de Noblac oraba, el silencio no era silencio. En medio de la noche, se oían gritos. No venían de su celda, sino del otro lado. Voces desesperadas, rugidos de almas encadenadas, clamores que parecían salir del mismísimo infierno.


Los monjes del monasterio francés juraban escuchar lamentos bajo el suelo, y cada vez que eso ocurría, Leonardo desaparecía. Lo encontraban horas después frente al altar, bañado en sudor, con el rostro pálido y los labios moviéndose como si hablara con alguien invisible.

Él lo confirmaría años más tarde: “El Señor me mostró los dolores de los condenados. Y me pidió que rezara por ellos”.







EL HOMBRE QUE REZABA POR LOS PERDIDOS

Nacido en la antigua Galia, hacia el siglo VI, fue discípulo de san Remigio, el mismo obispo que bautizó al rey Clodoveo. Pero mientras otros buscaban púlpitos o abadías, eligió el bosque. Se internó en la soledad de Limoges, donde levantó una ermita que pronto se volvió leyenda.


No necesitó campanas ni torres. Bastaba el eco de sus oraciones para que los presos, los endemoniados y los desesperados lo buscaran. Se dice que muchos prisioneros, al pronunciar su nombre, veían abrirse sus cadenas como por un milagro.


Sin embargo, su mayor batalla no fue contra los barrotes de hierro, sino contra los del alma. Sostenía que el peor cautiverio no era físico, sino espiritual: “No hay prisión más oscura que la del pecado —decía—. Pero aun allí, la misericordia alcanza”.

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LOS GRITOS DEL MÁS ALLÁ

Las crónicas medievales cuentan que, una noche de invierno, Leonardo fue visto arrodillado frente a la cruz, con el rostro encendido por una luz extraña. Los monjes oyeron un estruendo que pareció venir de las entrañas de la tierra, seguido de un coro de lamentos.

Al amanecer, el santo escribió en un pergamino una frase que los siglos no olvidaron: “El infierno existe, pero también allí llega el eco de una oración”.


Desde entonces, se decía que en sus sueños descendía al purgatorio, guiado por la Virgen, para liberar almas que aún esperaban el perdón. Algunas visiones lo mostraban enfrentando demonios que gritaban su furia: “¡No puedes con nosotros!”. A lo que él respondía: “No yo, sino Cristo”.


El relato se propagó por toda Europa. Y aunque la Iglesia trató de calmar los rumores, miles de fieles acudían a su tumba en busca de intercesión para sus difuntos. Muchos aseguraban que, al rezar allí, oían un susurro: “Ya es libre”.

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EL SANTO DE LOS ENCADENADOS

Con el tiempo, san Leonardo fue proclamado patrono de los prisioneros, los poseídos y las mujeres en parto. Su devoción cruzó fronteras: desde Francia hasta Polonia, desde España hasta América.


Pero en su leyenda perdura un misterio inquietante: los testimonios sobre su lucha espiritual. Un manuscrito del siglo XIII hallado en la abadía de Noblat menciona que “el demonio lloró” en su presencia. “Lloró —dice el texto— no de arrepentimiento, sino porque entendió que había perdido un alma”.


Aquel documento, firmado por fray Hugo de Limoges, describe cómo Leonardo, en una visión, vio a un alma que caía al abismo. Corrió hacia ella y gritó: “¡Jesús te espera!”. Entonces, la figura demoníaca que la arrastraba soltó un grito tan fuerte que “las piedras del suelo temblaron”.



EL MILAGRO DE LAS LLAVES ABIERTAS

Entre los muchos milagros que se le atribuyen, uno de los más célebres ocurrió con un prisionero condenado a muerte. La noche anterior a su ejecución, el reo rezó con desesperación: “San Leonardo, rompe mis cadenas si Dios me perdona”.


Al amanecer, el carcelero encontró la celda vacía y los grilletes abiertos. El hombre fue hallado a kilómetros de allí, frente a la ermita del santo, llorando y pidiendo confesión.


Años después, el Papa Eugenio III reconocería oficialmente el “milagro de las llaves abiertas”, afirmando que “la gracia puede más que el hierro”.

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UN SANTO PARA LOS TIEMPOS OSCUROS

En tiempos donde muchos niegan el mal, san Leonardo de Noblac recuerda una verdad olvidada: que el infierno no es solo un lugar, sino una distancia del amor. Y que incluso en ese abismo, la oración puede ser una cuerda que rescata.


Su historia sigue viva. En Noblat, los peregrinos aún dejan velas junto a su tumba. Algunos aseguran sentir un leve temblor, como si el suelo respirara. Otros dicen que al cerrar los ojos, escuchan un murmullo lejano.


No es miedo lo que sienten, sino esperanza. Porque aquel monje que oyó los gritos del infierno no los escuchó para asustarse, sino para salvar.



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