El Santo que Escapó de las Garras del Diablo
- Canal Vida

- 11 sept
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Un fraile que luchó cara a cara contra el demonio, vio las almas del purgatorio y multiplicó milagros con pan y oración. San Nicolás de Tolentino, el “exorcista de Dios”, sigue estremeciendo al mundo con su historia de fuego y esperanza.

El 10 de septiembre, la Iglesia celebra la memoria de un hombre cuya vida fue una batalla abierta contra el diablo, el purgatorio y los tormentos del más allá. Su nombre es san Nicolás de Tolentino (1245-1305), fraile agustino que se convirtió en el “Santo de las Almas del Purgatorio” y que fue célebre en toda Europa medieval por sus visiones, ayunos extremos y poderes para derrotar a los demonios.
Su historia no es la de un santo común: está llena de milagros eucarísticos, exorcismos y episodios que parecen sacados de una película de terror. Y, sin embargo, fue precisamente desde la oscuridad donde brilló con más fuerza la luz de su fe.
UN HOMBRE MARCADO DESDE EL VIENTRE
Nicolás nació en 1245 en Sant’Angelo in Pontano, en la región de Las Marcas, Italia. Sus padres, desesperados por no poder tener hijos, habían peregrinado al santuario de San Nicolás de Bari para pedir un milagro. Fue allí donde, después de años de esterilidad, recibieron la gracia de concebir. Por eso bautizaron al niño con el nombre de dicho santo.
Desde su infancia, mostró un carácter frágil, callado y contemplativo. Mientras los otros niños jugaban, él pasaba horas en la iglesia, ayunaba y soñaba con entregarse a Dios. Muy pronto descubrió que la oración y la penitencia eran su escudo contra las tentaciones.

LA VISIÓN QUE CAMBIÓ SU VIDA
A los 18 años entró en la Orden de San Agustín, inspirado por la predicación de un fraile mendicante. Ya como novicio, tuvo una visión escalofriante: vio a un monje fallecido pidiéndole auxilio desde las llamas del purgatorio. “Nicolás, ayuna y reza por nosotros, porque sufrimos terriblemente”, le suplicaba la aparición.
Esa visión lo marcaría para siempre. Desde entonces, decidió que su vida sería un sacrificio por las almas olvidadas del purgatorio. Pasaba noches enteras rezando y ofreciendo ayunos casi inhumanos, comiendo solo pan y agua, y celebrando la Misa con tal devoción que muchos aseguraban ver luces sobrenaturales sobre el altar.

LA GUERRA CONTRA EL DEMONIO
No tardaron en llegar los ataques del enemigo. Fue perseguido por visiones demoníacas: voces que lo insultaban en la celda, sombras que se aparecían en su lecho y hasta golpes físicos de los que salía con moretones.
Pero lejos de rendirse, intensificaba su oración. Según sus biógrafos, en varias ocasiones fue visto levantando la cruz contra figuras oscuras que desaparecían en un chillido desgarrador. Su arma era siempre la misma: Rosario, Eucaristía y ayuno.
En uno de los episodios más célebres, se cuenta que el demonio se le apareció en forma de una mujer desnuda para tentarlo. Nicolás hizo la señal de la cruz y gritó: “¡Señor, no permitas que el enemigo robe mi alma!”. En ese instante, la figura infernal se desvaneció.
Por estas victorias espirituales, el pueblo comenzó a llamarlo “el fraile que derrotó al infierno”.

MILAGROS EUCARÍSTICOS
San Nicolás de Tolentino también fue protagonista de episodios ligados a la Eucaristía. Se dice que, durante una Misa, al elevar la hostia consagrada, esta irradiaba un resplandor dorado que llenaba toda la iglesia.
En otra ocasión, un enfermo terminal le pidió que rezara por él. Nicolás bendijo pan y agua, y el hombre se recuperó de manera inexplicable. Desde entonces, nació la tradición de los “panecillos de san Nicolás”, pequeños trozos de pan bendecido que aún hoy se reparten en su memoria y a los que se atribuyen milagros de sanación.

EL SANTO DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
San Nicolás de Tolentino no se conformó con rezar por los vivos: su corazón ardía por aquellos que habían partido y aún sufrían en el purgatorio. Las crónicas de su tiempo lo describen como un sacerdote incansable que ofrecía misas día y noche, convencido de que cada Eucaristía arrancaba a un alma de las llamas. Su celda era un lugar donde el silencio se mezclaba con sus plegarias, y donde el humo del incienso parecía subir como un puente hacia el cielo para aliviar a los difuntos olvidados.
La tradición cuenta que, en el instante de su muerte, el cielo se abrió y centenares de almas liberadas se le aparecieron, formando una procesión luminosa que lo acompañó hasta la eternidad. Fue un espectáculo tan sobrecogedor que marcó para siempre la memoria del pueblo cristiano. Por eso la Iglesia lo proclamó Patrono de las Almas del Purgatorio, protector de quienes lloran a sus seres queridos y buscan consuelo en la certeza de que, con fe y sacrificio, la oración puede abrir las puertas del cielo. En san Nicolás, el sufrimiento de las almas se transformó en victoria eterna.

MILAGROS QUE LO HICIERON INMORTAL
Tras su muerte en 1305, su tumba en Tolentino se convirtió en un centro de peregrinación. Miles acudían para tocar el sepulcro y pedir favores. Se registraron curaciones inexplicables, liberaciones de posesiones demoníacas y conversiones súbitas.
La devoción creció tanto que el papa Eugenio IV lo canonizó en 1446, reconociéndolo como uno de los santos más milagrosos de la cristiandad.
Hasta el día de hoy, los panecillos bendecidos de san Nicolás siguen siendo distribuidos en su fiesta del 10 de septiembre, símbolo de su caridad y su poder intercesor.

UN MODELO PARA EL MUNDO DE HOY
¿Qué nos dice la vida de san Nicolás en pleno siglo XXI? Que la lucha espiritual no terminó. El diablo, aunque se disfrace con formas modernas, sigue tentando con el egoísmo, la lujuria, el poder y el orgullo.
Nicolás de Tolentino nos enseña que el ayuno, la oración y la Eucaristía siguen siendo las armas más poderosas. En tiempos de relativismo y comodidad, su ejemplo es un llamado radical a no negociar con el mal y a creer en la fuerza de la fe.

UNA HISTORIA QUE ATRAE MULTITUDES
Cada año, miles de devotos se acercan al santuario de Tolentino, donde reposan sus reliquias. Allí se conserva también la celda donde oraba y la cruz con la que enfrentaba a los demonios.
Las historias de luces misteriosas, apariciones y milagros alrededor de su figura alimentaron durante siglos una devoción que hoy, gracias a la globalización y las redes sociales, comienza a extenderse con fuerza en América Latina.
El “Santo de las Almas del Purgatorio” se convierte así también en el Santo de los Jóvenes que buscan sentido, de los pobres que buscan consuelo y de todos aquellos que luchan contra sus propios demonios.

LA AMPUTACIÓN MILAGROSA
En 1345, cuarenta años después de su muerte, los restos de San Nicolás de Tolentino fueron exhumados. Lo que encontraron estremeció a todos: su cuerpo permanecía incorrupto, pero los brazos fueron amputados para reliquias. Mientras los sacerdotes realizaban el corte, los brazos comenzaron a sangrar profusamente, como si aún vivieran en carne propia. Era como si el mismo santo gritara desde la tumba, confirmando que su presencia espiritual estaba viva y latente.
Pero la historia no termina ahí. Un siglo después, cuando se abrieron los relicarios que los contenían, ocurrió otro prodigio que desafía toda lógica: los brazos seguían perfectamente conservados y empapados en sangre fresca, como si el tiempo no los hubiera tocado jamás. Ese hecho milagroso selló su fama de protector extraordinario, aumentando la devoción hacia el fraile agustino y consolidándolo como el santo que ni la muerte —ni siquiera el paso del tiempo— pudo desgastar.
GESTOS QUE LIBERAN ALMAS
San Nicolás de Tolentino es más que un fraile medieval: es un signo de que la fe puede derrotar incluso al infierno. Un santo que supo escapar de las garras del diablo y que hoy sigue recordándonos que la batalla espiritual es real.
El 10 de septiembre, al recordarlo, no solo honramos su memoria: nos sumamos a su lucha, convencidos de que cada oración, cada ayuno y cada gesto de caridad tienen poder para abrir el cielo y liberar a las almas del purgatorio.









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