El Papa que se Escapó del Vaticano... y lo Encerraron Hasta Morir
- Canal Vida
- hace 1 día
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Fue elegido, no quiso asumir. Renunció al trono de Pedro cuando el poder lo asfixiaba. Soñaba con volver a su cueva de ermitaño, pero terminó encerrado en una celda por su propio sucesor. San Celestino V fue el Papa que se animó a decir "no", y por eso, muchos creen que lo pagó con la vida. Su historia, casi olvidada, vuelve a salir a la luz para incomodar al mundo eclesiástico.

Su nombre era Pietro del Morrone (1210-1296), y su sueño era desaparecer del mundo. Vivía en una cueva del monte Maiella, en los Abruzos italianos. Allí oraba, ayunaba y predicaba con humildad. Lo seguían monjes, penitentes y curiosos. Pero él huía del poder. Huía del ruido. Quedaba envuelto en una paz sobrenatural. Y desde ese silencio, llegaría a uno de los cargos más importantes de la tierra: el Papado.
En 1294, el trono de Pedro llevaba dos años vacante. Ningún cardenal se ponía de acuerdo. Entonces, alguien recordó al hombre santo de la montaña. Pietro, de 84 años, recibió la noticia: había sido elegido el 192º Papa. Se negó. Lloró. Suplicó. Pero no lo dejaron.
Fue coronado como Celestino V. Llegó montado en un burro. Lo acompañaban reyes, nobles y una multitud que aclamaba al "Papa de Dios". Pero lo que vendría después no sería gloria celestial, sino intriga, traición y encierro.

LLORABA EN EL CARGO PETRINO
Celestino no sabía gobernar. Tampoco quería. Su deseo era vivir en oración, pero el Vaticano no perdona la debilidad. La Cúria romana, plagada de ambiciones, lo presionaba. Firmaba decretos sin entenderlos. Lloraba en su aposento. Rogaba volver a su gruta.
Y entonces hizo lo impensado: renunció.

EL RENUNCIANTE QUE FUE SILENCIADO
El 13 de diciembre de 1294, tras solo cinco meses de pontificado, Celestino V abdicó. Dijo que lo hacía "por humildad". Y por deseo profundo. Quiso ser libre otra vez. Pero su libertad duraría poco.
Celestino V fue el hombre que le recordó al mundo que no todos los grandes están en los tronos. Algunos lo están en cuevas, en silencio, y en la voluntad de desaparecer para que solo Dios sea visto.
Su sucesor fue Bonifacio VIII, uno de los papas más duros y ambiciosos de la historia. Temiendo que Celestino fuera usado por sus enemigos como antipapa, lo hizo encarcelar. Lo encerró en una celda minúscula del castillo de Fumone. Sin luz. Sin compañía.
Allí pasó los últimos diez meses de su vida: rezaba, cantaba salmos, soñaba con su cueva y moría lentamente.

¿ASESINATO O MUERTE NATURAL?
Algunos historiadores sostienen que fue asesinado. Que Bonifacio no podía permitir su existencia. Que una espina clavada en su cráneo fue el arma del silencio.
Murió el 19 de mayo de 1296. Su cuerpo fue trasladado a la iglesia de Santa Maria di Collemaggio, en L'Aquila, donde aún se lo venera. Fue canonizado en 1313 por Clemente V.
Pero su historia no terminó allí. Porque Celestino V fue más que un Papa accidental. Fue un signo vivo de que el poder no es para todos. Y de que hay santos que prefieren la oscuridad antes que la gloria.

NO TENTARSE AL PODER
San Celestino V no escribió encíclicas. No convocó concilios. No dejó grandes frases. Pero su gesto habla con una potencia que atraviesa los siglos: dijo no al poder. Y lo hizo con una pureza que asusta.
En 2009, Benedicto XVI visitó su tumba. Cuatro años después, también renunció. Muchos vieron en ese gesto un eco de Celestino. Una continuidad. Un acto de humildad que rompe estructuras.

Hoy, en un mundo eclesial sacudido por escándalos, por ansias de protagonismo y luchas internas, la figura de Celestino arde como una antorcha silenciosa. No quiso brillar. No quiso reinar. Y por eso brilla más.
Fue el Papa que se escapó del Vaticano. Y que murió encerrado por no adaptarse a sus reglas. Pero también fue el hombre que le recordó al mundo que no todos los grandes están en los tronos. Algunos lo están en cuevas, en silencio, y en la voluntad de desaparecer para que solo Dios sea visto. San Pedro Celestino, ruego por nosotros.
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