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El Papa que Le Rogó a Guadalupe que Detenga el Odio del Mundo

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 3 horas
  • 2 Min. de lectura
En la misa de Guadalupe, el Papa León XIV lanzó una súplica que estremeció al mundo: pidió a la Virgen que enseñe a las naciones a no dejar que el odio escriba su historia ni divida definitivamente a la humanidad.
Papa León XIV Guadalupe
En la solemnidad de la Virgen de Guadalupe el Papa pidió recostarse sobre la Madre para que custodie la dignidad humana.

En una basílica de San Pedro colmada de silencio y emoción, León XIV pronunció una de las homilías más intensas de su pontificado al celebrar la solemnidad de la Virgen de Guadalupe. No habló de diplomacia ni de estrategias humanas. Habló del odio que marca la historia de las naciones… y le pidió a una Madre que lo detenga.


“¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?”, recordó el Papa, citando las palabras que María dirigió a san Juan Diego. Para León XIV, esa frase no pertenece solo al siglo XVI: es un grito actual frente a un mundo desgarrado por conflictos, injusticias y dolores que parecen no tener fin. Guadalupe —dijo— es la promesa viva de que Dios no abandona cuando la vida se vuelve insoportable.


El Pontífice puso el acento en la maternidad de María como antídoto contra la lógica del enfrentamiento. Quien escucha “yo soy tu madre”, explicó, se reconoce hijo. Y quien se reconoce hijo, deja de ver enemigos. Desde esa clave, elevó una súplica directa y poderosa: que la Virgen enseñe a las naciones a no dividir el mundo en bandos irreconciliables ni permitir que el odio escriba su historia ni que la mentira conserve su memoria.

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Fue una oración con tono profético. El Papa pidió a María que forme gobernantes capaces de ejercer la autoridad como servicio y no como dominio; que custodie la dignidad humana desde el inicio hasta el final de la vida; que transforme los países en hogares donde cada persona pueda sentirse bienvenida.


León XIV encomendó especialmente a los jóvenes, expuestos al crimen, las adicciones y el vacío existencial, para que encuentren en Cristo la fuerza de elegir el bien cuando el mundo empuja en otra dirección. También rogó por los alejados de la Iglesia, pidiendo a la Virgen que derribe los muros que la mirada humana no logra atravesar.


La homilía culminó con una imagen decisiva: como san Juan Diego, los cristianos no son dueños del mensaje, sino servidores. Y ante un planeta herido por la división, el Papa confió su ministerio —y el destino de los pueblos— a una Madre que sigue repitiendo, siglo tras siglo, que el amor todavía puede cambiar la historia.




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