El Papa Lloró por Damasco: León XIV y la Misa que Estalló en Sangre
- Canal Vida
- 24 jun
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El Santo Padre recibió de madrugada la noticia del atentado en Damasco y lloró en silencio. La misa terminó en sangre. Veinticinco muertos. Y un grito del Pontífice que estremeció al mundo: “Cristo sigue muriendo en su altar”.

Roma tiembla. Siria sangra. Y el mundo vuelve a mirar el altar convertido en trinchera.
Una iglesia llena. Una misa de domingo (22 de junio). Un pueblo que aún cree, aunque los escombros griten. Fue allí, en la iglesia ortodoxa de San Elías, en el corazón del castigado barrio Dwelaa de Damasco, donde el infierno irrumpió con forma humana. Un hombre armado, cargado de explosivos, irrumpió durante la celebración litúrgica. Disparó. Y luego se inmoló. Veinticinco muertos. Más de sesenta heridos. Niños. Madres. Ancianos. Sacerdotes.
Y una noticia que llegó hasta el Vaticano como un puñal.

"¿DÓNDE ESTABAS, SEÑOR”
Esa fue, cuentan algunos, la primera reacción que León XIV susurró al enterarse. Lo supo en la madrugada romana, cuando su secretario personal tocó la puerta con ojos enrojecidos. Dicen que el Papa, que ya había dejado de cenar desde que empezó la guerra en Gaza, se levantó, fue a la capilla de Santa Marta… y lloró. Silencio. Dolor. Y una pregunta que retumbó en la capilla vacía: “¿Dónde estabas, Señor, cuando te mataron en tu casa?”
El Papa no necesitó cámaras. No convocó multitudes. Pero hizo temblar el mundo con un telegrama. En él, firmado por el cardenal Pietro Parolin, expresó su “profundo dolor” y su “sincera solidaridad” con los hermanos ortodoxos de Siria, y especialmente con las víctimas del ataque. Pero también dejó entrever algo más: la angustia de un padre que ve morir a sus hijos en el altar.
LA IGLESIA COMO CAMPO DE BATALLA
La iglesia de Mar Elias no era un objetivo militar. Era un templo. Un refugio. Un respiro en medio del caos de una Siria desgarrada. Pero para el odio, todo lo sagrado se vuelve amenaza.

Las imágenes difundidas por medios locales helaron el alma: columnas negras, vitrales rotos, charcos de sangre donde antes se rezaba el Padrenuestro. El altar, partido. El ambón, quemado. Y entre los restos, las páginas del Evangelio cubiertas de ceniza.
León XIV supo entonces que no bastaba con rezar. Que había que gritar. Que el mundo tenía que mirar. Que si una misa podía terminar en muerte, nadie podía seguir en silencio.

LA SANGRE QUE UNE
La tragedia de Damasco recordó al mundo que los cristianos siguen muriendo por su fe. Desde Roma, el Papa habría ordenado encender una vela en cada iglesia del mundo por las víctimas. No como acto simbólico, sino como desafío: que el mundo recuerde que todavía hay quienes mueren por rezar.
LA ÚLTIMA PALABRA
El atentado de Damasco fue uno de los ataques más atroces contra cristianos en lo que va del año. Pero León XIV no respondió con miedo. Respondió con ternura, con oración, con firmeza. Como el Buen Pastor. Como quien sabe que la cruz no es el final.
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