El Obispo que se Enfrentó al Diablo en Plena Misa
- Canal Vida
- 17 jun
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Lo llamaban el Léonidas de la fe. En un mundo dividido por la herejía y el miedo, san Avito de Vienne no dudó. Enfrentó al diablo, convirtió a reyes y salvó almas en plena batalla espiritual. Su misa no era un rito: era una guerra contra el infierno.

Corría el siglo VI en la región de la Galia (actualmente Francia). El sol apenas iluminaba los vitrales de la catedral de Vienne cuando comenzó la misa. Los fieles se persignaban, las campanas sonaban, el incienso subía como oración. Pero algo oscuro se coló entre los bancos. No todos lo vieron. Pero él sí.
San Avito, obispo de esa jurisdicción eclesial, interrumpió la liturgia. Silencio. Miró al fondo de la nave. "En el nombre de Cristo, retírate", gritó. Algunos pensaron que hablaba con algún intruso. Otros entendieron enseguida: el prelado veía lo que nadie más podía ver.
El demonio se había manifestado en plena consagración. Una sombra, un frío, un susurro. Y el religioso no dudó: levantó el evangeliario, comenzó a rezar salmos en voz alta y prosiguió la misa como si estuviera en el Calvario. ¡La fe era su espada!
EL ÚNICO HOMBRE QUE SE ATREVIÓ A DESAFIAR AL ARRIANISMO EN SU PROPIA TIERRA
Avito no era un obispo común. Era noble, culto, valiente. Hablaba latín, escribía con una elocuencia temida hasta por los herejes. En una época donde los visigodos y burgundios abrazaban la herejía arriana —negando que Cristo fuera verdaderamente Dios—, él se plantó con firmeza.
"Prefiero perder la vida antes que negar la divinidad del Verbo", dijo en un concilio donde se jugaba la unidad de la Iglesia. No era solo un mitrado: era un escudo contra la corrupción doctrinal, un guerrero que enfrentaba príncipes, soldados y brujos con la sola fuerza de la fe.
Su defensa del catolicismo ortodoxo lo llevó a ser perseguido, insultado y marginado por las cortes. Pero él sabía que lo esperaban cosas peores: enfrentamientos con demonios, tentaciones ocultas, y la prueba más difícil... convertir a un rey.

EL MILAGRO DE LA CONVERSIÓN DEL REY SEGISMUNDO
El rey Segismundo de Borgoña era arriano. Había crecido negando la divinidad de Cristo, combatiendo a los católicos. Pero una noche, un sueño lo sacudió: una luz lo cegó, y una voz le dijo: "Busca al hombre de Dios. Solo él tiene la verdad".
Al día siguiente convocó a Avito. El obispo llegó con una cruz en mano, vestido de humilde lino. No negoció. No intentó congraciarse. Le habló del Verbo hecho carne, de la salvación, del juicio eterno. El rey lloró. Se arrodilló. Y se convirtió.
Segismundo no solo abrazó la fe verdadera. Construyó monasterios, reparó iglesias, pidió perdón públicamente y hasta murió como mártir. Su conversión fue una victoria del cielo. Y tuvo un solo nombre: Avito.

EL OBISPO QUE ESCRIBÍA COMO UN APÓSTOL Y PREDICABA COMO UN PROFETA
San Avito no solo fue un pastor de almas. Fue poeta, teólogo y orador. Sus sermones eran tan poderosos que se copiaban y circulaban por toda Europa. Cada homilía era un combate contra el error, una defensa de la encarnación, una invocación a la misericordia.
Sus escritos contra el arrianismo marcaron la historia del pensamiento cristiano. No discutía desde la ira, sino desde la belleza de la verdad. Y cuando se paraba en el atril, se encendía el fuego del Espíritu Santo.
"Cristo es Dios. Lo es en la carne, lo es en la gloria, lo es en la cruz. Y si alguien lo niega, niega su propia salvación", decía mientras los herejes bajaban la cabeza.

MUERTE DE UN HOMBRE SANTO... Y EL INICIO DE SU LEYENDA
San Avito murió hacia el año 518. No en un campo de batalla, sino en el silencio de la oración. Su rostro se transfiguró mientras pronunciaba su última bendición. Los fieles dicen que una fragancia inundó la iglesia.
Desde entonces, su tumba fue lugar de peregrinación. Allí se dieron milagros, conversiones, sanaciones. Porque su lucha no había terminado. Aún desde el cielo, el obispo de Vienne sigue siendo espina para los demonios y consuelo para los fieles.

LOS RESTOS DEL OBISPO QUE DESAFIÓ AL INFIERNO
San Avito de Vienne, el obispo que se atrevió a enfrentarse al diablo en plena misa y convirtió a un rey con la fuerza del Evangelio, tiene su tumba en la antigua ciudad de Vienne, en el sureste de Francia. Allí, entre las colinas del valle del Ródano, reposan los restos del santo que desafió a los herejes y defendió la divinidad de Cristo en tiempos oscuros. Aunque el lugar original de su sepultura fue venerado durante siglos, las guerras, invasiones y el paso del tiempo afectaron su conservación, y hoy solo quedan vestigios de su tumba en la iglesia de Saint-Pierre, uno de los templos cristianos más antiguos del país.

Algunas de sus reliquias, sin embargo, fueron trasladadas con el correr de los siglos y se veneran actualmente en diferentes puntos de Francia. Las más importantes se conservan en el altar mayor de la catedral de San Mauricio de Vienne, donde cada 17 de junio se celebra una misa especial en su honor. Durante siglos, miles de peregrinos se acercaron allí buscando intercesión ante enfermedades espirituales, dudas de fe y ataques del demonio. No pocos aseguran haber sido liberados tras invocarlo.
La memoria de san Avito se conserva viva en la liturgia de la Iglesia, especialmente en las diócesis galas. La figura del obispo de lino blanco, cruz en mano, sigue inspirando a quienes luchan por la verdad, aun cuando las tinieblas acechan desde dentro de los templos. Su tumba, aunque modesta, sigue siendo un altar de batalla.

UN LEGADO QUE DESAFÍA LOS TIEMPOS
Hoy, en una era donde la verdad se relativiza y el mal se disfraza de tolerancia, san Avito se levanta como faro. Su historia nos recuerda que la misa no es solo un ritual, que la fe no es una opinión y que el diablo existe... pero tiembla ante los santos.
Porque hubo un hombre que lo enfrentó cara a cara en plena Eucaristía. Y lo venció. Con el poder de Cristo, con la espada de la verdad, con el fuego del amor.
Ese hombre fue san Avito de Vienne. Y su historia merece ser contada, rezada... y vivida.
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