El Milagro de Santa Teresita: La Oración que Derribó a un Criminal Empedernido
- Canal Vida

- 1 oct
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Santa Teresita, con apenas 14 años, desafió al mundo entero orando por un asesino que nadie creía salvable. Su plegaria logró un milagro en el patíbulo y demostró que ninguna alma está perdida cuando se eleva una oración con fe.

Corría el año 1887 cuando Francia entera quedó sacudida por un crimen atroz. Henri Pranzini, un hombre sin fe ni arrepentimiento, asesinó brutalmente a su amante, a la hija de ella —de apenas 12 años— y a su ama de llaves.
El caso se propagó como un incendio en toda Europa: diarios, panfletos y hasta cafés parisinos hablaban del monstruo que la justicia había condenado a la guillotina. Sin embargo, en medio del ruido y el escándalo, una joven de Lisieux —que parecía invisible para el mundo— iba a cambiarlo todo.
Esa muchacha era Teresa Martín, quien más tarde sería conocida como santa Teresita del Niño Jesús. Tenía apenas 14 años y, mientras la sociedad clamaba por venganza, su corazón eligió otro camino: el del perdón y la oración.
LA JOVEN QUE LE HABLABA A DIOS EN EL SILENCIO
Teresita nació en 1873 en Alençon, Francia, en el seno de una familia profundamente católica. Desde niña soñaba con entregarse a Cristo, y a los 15 años ingresó en el Carmelo de Lisieux, donde viviría en el anonimato y en la oración hasta su temprana muerte en 1897, a los 24 años.
Era pequeña, frágil, casi insignificante para un mundo que buscaba héroes de bronce. Pero lo que no sabían sus contemporáneos es que su “pequeño camino” de confianza y amor la convertiría en una de las santas más grandes de la Iglesia.
Cuando supo del criminal Pranzini, Teresa no vio un monstruo. Vio un alma en peligro. Y decidió hacer lo impensado: ofrecer oraciones y sacrificios por su conversión.

EL DESAFÍO A LA JUSTICIA HUMANA
Los periódicos narraban que Pranzini rechazaba cualquier intento de acercamiento religioso. Los sacerdotes eran expulsados de su celda, y él se jactaba de no querer “nada con Dios”.
Para muchos, era la prueba de que no había redención posible. Pero Teresita doblaba rodillas, encendía su fe y ofrecía penitencias en silencio. No pidió la anulación de la justicia terrenal —la Iglesia siempre reconoció la misión del Estado de castigar el crimen—, pero sí pidió que antes de morir, aquel hombre pudiera tocar la misericordia divina.
EL MILAGRO EN EL PATÍBULO
El 31 de agosto de 1887, Pranzini fue conducido a la guillotina. La multitud lo esperaba como espectáculo. Los diarios registraban cada paso con morbo. Nadie esperaba arrepentimiento alguno.
Y entonces sucedió. A segundos de su ejecución, Pranzini pidió el crucifijo al sacerdote que lo acompañaba. Lo besó tres veces. Nadie lo esperaba. Ni los guardias, ni los jueces, ni el pueblo que gritaba sediento de sangre.
Para Teresita fue la señal. Ella misma lo escribió en su autobiografía, Historia de un alma: aquel beso fue la prueba de que Dios había respondido su súplica. Lo llamó su “primer hijo espiritual”. El criminal endurecido había cedido ante la ternura de la gracia.

EL PODER DE LA ORACIÓN
Este episodio muestra una verdad que el cristianismo jamás se cansa de repetir: nadie está fuera del alcance de la misericordia de Dios.
La sociedad, herida por el crimen, pedía condena. Dios, en cambio, buscaba redención. Y la llave fue una joven de rodillas, desconocida para casi todos, pero grande en la fe.
La oración de santa Teresita nos enseña que rezar no es una evasión ni un gesto vacío. Es entrar en la batalla más decisiva: la de las almas.
EJEMPLO DE ORACIÓN Y REDENCIÓN
Vivimos en tiempos donde la violencia, el narcotráfico, los abusos y los crímenes parecen multiplicarse. La tentación del odio, del “que se pudran en la cárcel” o del “no tienen salvación” está a la orden del día.
Pero la Iglesia nos recuerda que la justicia no se opone a la misericordia. El Catecismo enseña que el castigo debe existir, pero siempre con la esperanza de corrección y conversión.
Santa Teresita no pidió que Pranzini escapara de la justicia humana. Pidió que, en el último instante, su alma fuera alcanzada por la luz de Cristo. Y lo consiguió.
UNA LECCIÓN DE HUMILDAD Y FUEGO
Hoy, fiesta de santa Teresita, la Iglesia proclama el mensaje de esta joven carmelita: lo pequeño puede derribar lo imposible. Su vida sin estridencias, su amor en lo oculto y su oración por un criminal muestran que la santidad no se mide por las obras visibles, sino por la fidelidad al amor de Dios.
En un mundo que glorifica el éxito, el dinero y la fama, Teresita nos recuerda que incluso en lo cotidiano —una oración antes de dormir, un rosario por un pecador, un sacrificio ofrecido en silencio— podemos salvar almas.

EL SANTO BESO AL CRUCIFIJO
El beso de Pranzini al crucifijo no fue solo un gesto. Fue la prueba de que la oración rompe cadenas más fuertes que el hierro.
Teresita lo supo: aquel criminal se había convertido en su primer hijo espiritual. Y así inició la misión que ella misma prometió después de morir: “Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra”.
EL LLAMADO
Hoy, frente a tanta ira social, la pequeña santa nos pide algo que parece revolucionario: rezar por los peores pecadores. Porque, como escribió: “Confío en que el amor lo conseguirá todo, incluso lo imposible”.
Y si una niña de Lisieux pudo torcer el destino de un asesino con su oración, ¿qué no podría hacer la fe unida de millones de creyentes hoy?









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