El Mártir que Murió Sonriendo: El Rostro que Aterrorizó a sus Verdugos
- Canal Vida

- hace 1 día
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Mientras lo apedreaban, san Esteban no gritó: sonrió. La Biblia dice que su rostro parecía el de un ángel. ¿Qué vio antes de morir? El misterio del primer mártir vuelve a interpelarnos hoy, en tiempos de violencia y división.

La plaza de San Pedro aún resonaba con las palabras del Papa cuando una frase quedó flotando en el aire como un eco antiguo: mansedumbre, valentía y perdón. No era una fórmula piadosa. Era una referencia directa a un hombre que murió de una forma tan extraña, tan desconcertante, que incluso sus verdugos quedaron paralizados al verlo.
Ese hombre fue san Esteban (5-36), el primer mártir de la historia cristiana. Y su muerte no fue común. Fue un misterio.
El rostro que nadie pudo explicar
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra un detalle inquietante. Mientras Esteban era juzgado, insultado y condenado, ocurrió algo que dejó sin palabras a todos los presentes: “Todos los que estaban en el Sanedrín fijaron los ojos en él y vieron que su rostro parecía el de un ángel.” (Hch 6,15)
No dice que gritara. No dice que implorara. No dice que se defendiera. Dice que su rostro cambió.
Los Padres de la Iglesia interpretaron este pasaje como una transfiguración interior visible, un fenómeno espiritual en el que el alma, al contemplar a Dios, irradia una luz imposible de ocultar.
Era el rostro de alguien que ya no estaba allí del todo.

Lo que Esteban vio… antes de morir
Minutos después, cuando las piedras comenzaban a caer, Esteban pronunció unas palabras que congelan la sangre: “Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios”.
Es el único pasaje de toda la Biblia donde Jesús aparece de pie junto al Padre. No sentado. No juzgando. De pie.
Los teólogos afirman que esta postura expresa algo extraordinario: Cristo se levanta para recibir a su mártir.
Esteban no estaba delirando. Estaba viendo lo que otros no podían ver.

El silencio de los verdugos
Los textos antiguos y la tradición cristiana coinciden en algo perturbador: hubo un instante de desconcierto entre los que iban a matarlo. No por compasión. Sino por temor.
El rostro de Esteban —dicen los primeros comentaristas cristianos— no reflejaba odio, ni dolor, ni miedo. Reflejaba una paz imposible, una serenidad que no era humana.
Algunos autores antiguos afirmaban que esa expresión fue tan impactante que varios testigos abandonaron el lugar sin arrojar piedras.
El cristiano estaba muriendo…pero parecía estar viendo algo que ellos no.

La sonrisa que desconcertó al infierno
Y entonces ocurrió lo impensado. Mientras las piedras golpeaban su cuerpo, Esteban hizo lo mismo que Jesús en la cruz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”.
No maldijo. No acusó. No pidió justicia. Perdonó.
Y ese perdón, según la tradición, fue el primer gran golpe espiritual contra la violencia organizada.
San Agustín diría siglos después: “Si Esteban no hubiera orado así, la Iglesia no tendría a Pablo”. Porque allí, entre la multitud, estaba Saulo. El futuro san Pablo. El perseguidor que sería convertido.

¿Por qué apedrearon a San Esteban? El discurso que desató la furia
San Esteban no murió por error ni por una confusión. Fue condenado porque se atrevió a decir la verdad. Ante el Sanedrín —la máxima autoridad religiosa judía— pronunció un discurso que hoy sigue siendo uno de los más incómodos de toda la Biblia. Repasó la historia de Israel y los acusó directamente de resistirse al Espíritu Santo, de perseguir a los profetas y, finalmente, de haber entregado y asesinado al Justo, al Mesías.
No insultó: desenmascaró. No gritó: habló con una claridad que quemaba. Cuando afirmó que veía “los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios”, el escándalo fue total. Para ellos, eso era blasfemia. Se taparon los oídos, lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon sin juicio formal. Esteban murió por decir que Jesús estaba vivo… y por no retractarse jamás.

La paz que nace del perdón
Por eso las palabras del Papa León XIV resuenan hoy con tanta fuerza: “El cristiano no tiene enemigos, sino hermanos”.
San Esteban murió demostrando eso. No con discursos. Con el rostro. Su sonrisa no fue debilidad. Fue una forma de resistencia espiritual. Una señal de que el odio no tiene la última palabra.
El misterio que aún interpela
¿Por qué sonreía Esteban? Porque ya no miraba a sus verdugos. Miraba al Cielo abierto. Miraba al Cristo vivo. Miraba la verdad que vence a la muerte.
Y quizá por eso su rostro —aún hoy— sigue incomodando.
Porque nos recuerda que el cristianismo no se defiende con violencia, sino con una paz que el mundo no entiende.
Una paz que nace del perdón. Una paz que comienza… con una sonrisa.
El Mártir que Murió Sonriendo: El Rostro que Aterrorizó a sus Verdugos
El Mártir que Murió Sonriendo: El Rostro que Aterrorizó a sus Verdugos









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