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El Examen de Conciencia que Nadie Quiere Hacer Antes de Fin de Año

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 7 horas
  • 3 Min. de lectura
Si hoy fuera tu última noche del año… ¿qué tendrías que pedir perdón?
Examen de conciencia
Cuando el ruido se apaga y queda el alma sola, aparece la pregunta que nadie quiere hacerse… pero que define todo.

El año se termina. Las luces se encienden, los brindis se preparan, los mensajes de “feliz año” empiezan a circular. Pero hay una pregunta que casi nadie quiere hacerse, y que la Iglesia —en silencio— sigue repitiendo desde hace siglos: ¿cómo está tu alma?


No cómo están tus planes. No cómo está tu cuenta bancaria. No cómo te fue en el trabajo.

Sino algo mucho más incómodo: ¿qué hiciste con tu conciencia este año?


Porque cerrar el calendario no es lo mismo que cerrar las heridas. Y comenzar un nuevo año no borra, por sí solo, lo que cargamos dentro.







El examen que evitamos

Hay un examen que no aparece en redes sociales, que no se imprime en agendas ni se menciona en las fiestas. Es el examen de conciencia. Ese momento de silencio brutal en el que uno se atreve a mirarse sin excusas.

Y duele.


Duele preguntarse:

  • ¿A quién herí y nunca pedí perdón?

  • ¿Qué prometí y no cumplí?

  • ¿A quién usé, ignoré o descarté?

  • ¿Qué hice sabiendo que estaba mal?

  • ¿Cuántas veces callé cuando debía defender la verdad?


No son preguntas cómodas. Por eso se evitan. Por eso muchos prefieren ruido, alcohol, distracción, pantallas. Porque el silencio revela.


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La trampa de “cerrar el año” sin sanar

Vivimos en una cultura que repite frases vacías: “Borrón y cuenta nueva”. “Lo pasado, pisado”. “Este año sí empiezo de cero”.


Pero la fe cristiana es clara: no se empieza de nuevo sin arrepentimiento.


No hay Año Nuevo real sin conversión. No hay paz sin verdad. No hay futuro sin reconciliación.


Dios no pide perfección. Pide sinceridad. Y esa es la parte que más cuesta.



Lo que acumulamos sin darnos cuenta

A lo largo del año se van acumulando cosas invisibles:

  • resentimientos que se enquistan,

  • enojos que se justifican,

  • pecados que se normalizan,

  • excusas que se vuelven costumbre.


Se acumula soberbia. Se acumula indiferencia. Se acumula una doble vida: una pública, correcta… y otra interior, llena de silencios culpables.


Y entonces llega diciembre, y con él la sensación rara: fiestas, pero también vacío. Risas, pero también nostalgia. Brindis, pero también una inquietud que no se va.

No es casualidad.








Cerrar el año o huir de él

Hay dos formas de llegar al 31 de diciembre.

Una es huir:

— Tapar lo que duele

— Fingir que todo está bien

— Brindar sin mirar atrás


La otra es enfrentar:

— Reconocer errores

— Pedir perdón

— Perdonarse

— Volver a Dios


La primera anestesia. La segunda libera.


Por eso la Iglesia insiste —aunque incomode— en el examen de conciencia. No como castigo, sino como medicina. Porque nadie sana lo que no se atreve a mirar.



Dios no acusa: espera

Muchos creen que Dios es un juez severo que espera el error para condenar. Pero el mensaje cristiano es exactamente el contrario.

Dios no persigue. Dios espera.


Es el Padre del hijo pródigo. Es el que sale al encuentro. Es el que perdona antes de que termines la frase.


Pero hay algo que Dios no hace: no obliga.


El perdón está disponible. La decisión es humana.


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La pregunta que lo cambia todo

Antes de brindar. Antes de abrazar. Antes de desear “feliz año”. Hay una pregunta que puede cambiarlo todo: “Si hoy fuera mi última noche del año… ¿qué tendría que pedir perdón?”.


No para castigarte. No para hundirte. Sino para empezar liviano. Porque el año nuevo no se inaugura con fuegos artificiales. Se inaugura con un corazón en paz.


Y ese, muchas veces, solo se alcanza cuando uno se anima a hacer el examen que nadie quiere hacer…pero que todos necesitan.

El Examen de Conciencia que Nadie Quiere Hacer Antes de Fin de Año

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