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El Cura que Llevaba Condenados al Patíbulo… y los Convertía en Santos

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 23 jun
  • 4 Min. de lectura
Lo llamaban “el sacerdote de la horca”. Acompañó a más de 60 condenados a muerte… y logró que muchos se convirtieran antes de morir. San José Cafasso transformó lágrimas, cadenas y horrores en un camino hacia el cielo.
José Cafasso
Un paso antes del patíbulo… y un abrazo eterno con Dios. San José Cafasso, el cura que no salvaba cuerpos, pero rescataba almas.

Tenía una joroba, voz suave y un corazón de fuego. Medía poco más de un metro y medio, caminaba despacio y vestía de negro. A simple vista, nadie hubiese imaginado que ese cura minúsculo era capaz de lo que logró. Se llamaba José Cafasso. Nació en el Piamonte italiano en 1811. Y pasó a la historia como el Sacerdote de la Horca. “Los llamaba mis santos colgados. Yo los vi llorar antes de morir”, decía.


“Los que están por morir no necesitan miedo. Necesitan a alguien que les hable de la vida eterna.” (San José Cafasso)

Durante años, acompañó a los condenados a muerte. Se calcula que guio espiritualmente a más de 60 personas hacia la ejecución. Muchos de ellos eran asesinos, ladrones, criminales endurecidos. Pero bajo su voz suave, su oración incansable y su presencia firme, algo cambiaba.







EL HORROR DEL PATÍBULO

En la Italia del siglo XIX, la ejecución por horca era un espectáculo público. La gente se reunía para ver a los condenados subir al cadalso. Muchos iban gritando, blasfemando, llorando. Pero cuando Cafasso llegaba, todo cambiaba.


Él caminaba al lado de los que iban a morir. Les hablaba. Los escuchaba. Rezaba con ellos. Y en muchos casos, los confesaba. Se cuenta que muchos subieron al patíbulo con paz, incluso con una sonrisa. “No por la muerte, sino por Quién los esperaba”, decía Cafasso.


En lugar de odio o venganza, lo que dejaba en el aire era un perfume de misericordia. El verdugo temblaba. El pueblo se callaba. Y un alma se entregaba a Dios.


José Cafasso
En pleno siglo XIX, el silencio lo decía todo. Mientras los condenados subían al cadalso, una figura pequeña caminaba a su lado: era el padre Cafasso. No llevaba gritos ni látigos… llevaba fe. Y con ella, transformaba la horca en altar.
EL APÓSTOL DE LOS CONDENADOS

San José Cafasso no solo visitaba las cárceles. Vivía para ellas. En las más temidas de Turín, era recibido como un ángel. Ningún recluso lo rechazaba. Tenía un don: sabía llegar al corazón incluso de quienes ya lo creían perdido. Y lo hacía sin gritar, sin castigar, sin imponer.

“Los tocaba con la gracia”, decía su amigo san Juan Bosco. “Tenía la capacidad de ver la chispa de Dios donde otros solo veían oscuridad”, aseguró una vez el patrono de los jóvenes.


Muchos criminales, al ser confesados por Cafasso, rompían en llanto. No por miedo a la muerte, sino por la paz de sentirse perdonados. De saberse, por fin, hijos.

Pedro Kriskovich
EL AMIGO DE DON BOSCO

José Cafasso fue el mentor espiritual de san Juan Bosco. Lo guio, aconsejó, le enseñó a amar a los jóvenes perdidos y a no tener miedo del dolor ajeno. Don Bosco lo llamaba “el modelo perfecto de sacerdote”.


Fue él quien apoyó a Bosco para fundar los oratorios que salvarían a miles de chicos. Y fue también quien, con discreción y sin buscar aplausos, sembró en el corazón de Turín una revolución de ternura.


José Cafasso
José Cafasso y Don Bosco: dos almas unidas por la fe y la ternura. En esta escena imaginada, el joven Bosco escucha con atención a su mentor, el “sacerdote de la horca”, que le enseñó a no temerle al dolor ajeno y a abrazar la redención de los más olvidados. Juntos, cambiarían la historia de Turín… y de miles de almas perdidas.
NO ERA UN SANTO COMÚN

No hacía milagros espectaculares. No fundó grandes congregaciones. No salió en procesión con luces y aplausos. Su santidad era invisible para el mundo, pero estremecedora para el Cielo.


Sus milagros eran del alma. Convertir un asesino en un penitente. Acompañar a un ladrón al cadalso y lograr que suba cantando salmos. Sanar la herida de un niño violento con una simple mirada.


A Cafasso lo llamaban “el santo del silencio”. Pero los infiernos temblaban cuando entraba a una celda.

gin
LA HORA DE LA MISERICORDIA

Murió en 1860. A los 49 años. Fue beatificado en 1925 y canonizado en 1947. Hoy, su cuerpo reposa en la iglesia de San Francisco de Asís, en Turín. Y su figura crece. Porque en un mundo que olvida, él recuerda. Porque en un tiempo de venganza, él predicaba el perdón.

“Los que están por morir no necesitan miedo. Necesitan a alguien que les hable de la vida eterna”, decía.


Y eso fue san José Cafasso. Un profeta de la ternura. Un sacerdote de la horca. Un apóstol de las últimas horas. El que hacía temblar las cárceles del infierno.


Porque no hay condena que no pueda ser redimida. Ni muerte que no pueda ser vencida por el amor.



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