El Cura que Atendía 300 Personas por Día… y Luchaba Contra el Diablo Cada Noche
- Canal Vida
- 4 ago
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No tenía fuerza ni fama, pero derrotó al demonio con oración y ayuno. San Juan María Vianney confesaba 16 horas por día, vivía en penitencia extrema y fundó, sin saberlo, la Iglesia de los Pobres. Su historia te sacude el alma.

No tenía una voz poderosa. No era un intelectual brillante. Ni siquiera fue aceptado fácilmente en el seminario. Y sin embargo, ese hombre de rostro macilento, ojos transparentes y cuerpo huesudo se convirtió en una leyenda viviente. Le decían el Curé d’Ars —el cura de Ars—, pero el infierno lo llamaba de otra manera: “el martillo de Satanás”.
San Juan María Vianney, cuya fiesta se celebra cada 4 de agosto, no solo es el patrono de los sacerdotes. Es también un símbolo vivo de lo que ocurre cuando un alma pobre se entrega completamente a Dios. Luchó cuerpo a cuerpo con el demonio, lloró por los pecados del mundo, convirtió multitudes, vivió como un mendigo y construyó, sin saberlo, la primera “Iglesia de los Pobres” que estremeció a toda Europa. Este es su legado… y su batalla.
UNA GUERRA SECRETA QUE EMPEZÓ EN LA NOCHE
Todo comenzó cuando lo enviaron a Ars, una aldea francesa perdida en el mapa. Nadie lo conocía. Él mismo, al llegar, dijo: “No hay amor aquí. Dios será amado aquí, o yo moriré en el intento”.
Pero lo que encontró fue peor de lo que esperaba: campesinos que se emborrachaban los domingos, niños sin bautizar, y una iglesia vacía con telarañas. Era una comunidad que se había olvidado de Dios… y el demonio reinaba tranquilo. Hasta que llegó él.
Las noches en Ars se volvieron un campo de batalla espiritual. Durante años, Vianney fue atormentado por el demonio. El infierno lo sacudía en su cama, lo arrastraba por el piso, le quemaba las sábanas, y en una ocasión, ¡hasta incendió su habitación! ¿Su respuesta? Rezaba más. Ayunaba más. Y jamás dejaba de confesar.

EL HOMBRE QUE CONFESABA 16 HORAS AL DÍA
Dicen que su confesionario era un calvario de lágrimas y milagros. Al principio, venía una docena de personas. Luego, cientos. Después… miles.
Confesaba hasta 16 horas por día. A veces no comía, no dormía, y casi no hablaba. Pero cuando un alma se acercaba… él la veía por dentro. Como si Dios le diera una radiografía del alma del penitente. “Hace 9 años cometiste este pecado. ¡Arrodíllate!”, le dijo una vez a un joven arrogante. El muchacho cayó de rodillas y lloró como un niño.
Le bastaba una mirada para quebrar corazones. A eso llamaban sus fieles “el rayo de Ars”.

LA MISA QUE HACÍA TEMBLAR EL CIELO
Celebrar la Eucaristía para él era un momento de agonía sagrada. Lloraba en silencio antes de cada misa. “Si supiéramos lo que es una misa, moriríamos de amor”, decía. Subía al altar como quien sube al Gólgota. No había espectáculo, ni música, ni luces. Solo el silencio… y un hombre que se consumía de amor por Cristo.
El diablo, furioso por perder almas, lo llamaba “el ladrón de almas” y lo atacaba más ferozmente. Pero él no retrocedía. “¡Qué pequeño es Satanás cuando se lo enfrenta con fe!”, afirmaba.

UN PAN DURO, UNA CAMA DE PAJA… Y UN CORAZÓN EN LLAMAS
¿Su dieta? Pan viejo y papas hervidas. ¿Su cama? Un colchón miserable sobre tablas. ¿Su ropa? Una sotana remendada. Pero su caridad… era infinita.
Donaba todo. Dicen que vendió su cama en invierno para darle de comer a un pobre. En plena noche, cuando lo veían agotado, sonreía y decía: “Es bello morir agotado por Dios”.
Nunca se quejaba. Nunca descansaba. “Debemos ser santos. ¡Cueste lo que cueste!”, gritaba a quienes lo rodeaban. Porque sabía que el mundo moderno se dormía en la tibieza, y él estaba dispuesto a despertar a todos, aunque fuera con lágrimas.

MILAGROS… Y UNA PROFECÍA DE FUEGO
Las curaciones comenzaron a multiplicarse. Ciegos, paralíticos, endemoniados… todos llegaban a Ars. Y muchos sanaban. Pero él se negaba a hablar de milagros. “Dios no necesita publicidad”, decía.
En una ocasión, una mujer estéril lo abordó desesperada. Él la miró, rezó en silencio, y dijo: “Tendrás un hijo que será sacerdote”. Así ocurrió. Y no fue el único.
Una vez dijo que en los tiempos por venir, muchos curas se rendirían ante el mundo y abandonarían la cruz. Pero también dijo que Dios levantaría “sacerdotes escondidos entre los pobres, que brillarán como estrellas en la noche”.

CUANDO LE ROGARON SER OBISPO, HUYÓ AL BOSQUE
Varios obispos lo querían en cargos importantes. Le ofrecieron mitras, títulos, y hasta cargos en París. Pero él huyó.
Una vez se escapó al bosque para no ser nombrado obispo. “No nací para la gloria, nací para los pecadores”, decía.
Ars se convirtió en el centro de la fe popular. En los últimos años de su vida, llegaban 100.000 peregrinos al año. Muchos esperaban días para verlo. Él confesaba hasta quedar en los huesos. Y cuando le preguntaban cómo resistía, respondía: “La Virgen me sostiene”.

UN CORAZÓN QUE SIGUE LATIENDO
Murió el 4 de agosto de 1859, a los 73 años, después de decir: “¡Qué bello es morir cuando se ha vivido en la cruz!”. Murió pobre, agotado… y feliz.
Su cuerpo está incorrupto. Su corazón fue extraído y colocado en un relicario… ¡y aún conserva su forma! Muchos dicen que en ciertas fiestas… late.
San Juan María Vianney fue declarado santo en 1925, y patrono de los párrocos en 1929. Hoy, cuando la Iglesia enfrenta tibieza, escándalos y abandono, su ejemplo es más urgente que nunca. Porque él no construyó una megaestructura. No tuvo redes sociales. No hizo política. Pero convirtió una aldea olvidada en un faro de santidad… y fundó con su vida la Iglesia de los Pobres.
¿Y vos? ¿Estás dispuesto a vivir la fe hasta las últimas consecuencias? Este cura venció al infierno con un rosario, una mirada y una sotana remendada. El mundo de hoy necesita menos lujos… y más almas como la suya.
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