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“Mundo, Te He Conocido”: El Juicio que Transformó a un Abogado en Santo

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 20 horas
  • 4 Min. de lectura
Perdió en tribunales por una "trampa" legal. Dejó todo y gritó: “¡Mundo, te he conocido!”. Abandonó la abogacía, abrazó la cruz y fundó una orden que cambió la historia. Hoy es santo, doctor de la Iglesia y patrono de los abogados.
Alfonso María de Ligorio
Una escena barroca que retrata con dramatismo a san Alfonso María de Ligorio, sumido en el drama y la oración, mirando los documentos tras haber sido traicionado en un juicio. Su mirada de desilusión narra el instante en que, herido por la injusticia, pronunció la inolvidable frase: “Mundo… te he conocido”.

Nápoles, siglo XVIII. Un joven deslumbra a jueces, nobles y sabios. Con solo 16 años se gradúa como abogado, y su nombre comienza a resonar en los tribunales más prestigiosos del Reino: Alfonso María de Ligorio (1696-1787). Genio precoz, elocuente, recto, parecía destinado al poder, la fama… y al dinero.


Pero su historia no iba a ser como la de los otros. Porque, en el fondo, no solo buscaba justicia… buscaba la Verdad. Y la Verdad, a veces, se esconde donde nadie quiere mirar.







EL DÍA EN QUE PERDIÓ TODO

Tenía 27 años cuando lo designaron para un juicio clave. La causa era compleja, pero Alfonso la dominaba. Argumentó con brillantez, convenció al jurado, expuso con claridad. Todo parecía ganado.


Pero al final del proceso, en una jugada oscura, los jueces fallaron en su contra. Había sido víctima de una trampa legal, una maniobra de los poderosos. Alfonso no protestó. No alzó la voz. Solo bajó la cabeza, salió del tribunal y, mientras caminaba por las calles de Nápoles, repitió una frase que estremecería a generaciones: “¡Mundo, te he conocido!”.


Ese día, Alfonso entendió que la justicia humana podía comprarse. Que los honores eran humo. Que los aplausos eran traición. Ese día, abandonó para siempre su carrera de abogado… y abrazó la cruz.

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LA CONVERSIÓN: DE ABOGADO A PREDICADOR

La caída no fue un final. Fue el principio. Dolido, pero libre, Alfonso comenzó a buscar la voz de Dios en el silencio. Empezó a visitar enfermos, barrios pobres, a vivir con austeridad. Descubrió que Cristo no lo llamaba a ganar pleitos, sino almas.


A los 30 años fue ordenado sacerdote. Y allí empezó la verdadera revolución. Recorrió campos, montañas, ciudades, predicando con fuego y lágrimas. Sus sermones estremecían a pecadores y a príncipes. Pero no se quedaba solo en palabras: fundó casas para jóvenes abandonadas, organizó misiones populares, y escribió libros que cambiarían la historia.


Alfonso María de Ligorio
San Alfonso María de Ligorio predicando entre los más pobres, con la cruz en alto y el Evangelio en mano, despertando esperanza en rostros que claman consuelo.
LOS LIBROS QUE SALVARON ALMAS

Alfonso no era solo un orador: era un pensador, un escritor incansable. En su tiempo libre, escribía sin descanso. Sus obras más famosas, como “Las Glorias de María” y “La Práctica del Amor a Jesucristo”, fueron devoradas por el pueblo fiel.


Pero su libro más poderoso fue quizás “Teología Moral”, donde rescató el corazón del Evangelio para los confesores y los fieles. En tiempos de rigorismo, él defendió una moral centrada en la misericordia, donde el confesor debía ser como Cristo: firme, pero compasivo.

Gracias a ese enfoque, millones encontraron el camino del perdón y la paz. La Iglesia lo reconocería como uno de los más grandes moralistas de la historia.

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FUNDADOR DE UNA ORDEN CONTRA EL ABANDONO

En 1732 fundó la Congregación del Santísimo Redentor, más conocidos como los Redentoristas. Su lema era claro: “Predicar el Evangelio a los más pobres y abandonados”. No a los ricos ni a los teólogos: a los olvidados, los ignorados, los rotos.


Sus misioneros recorrían los lugares más duros de Italia, predicando en capillas derrumbadas, en plazas sin luces, en aldeas sin sacerdotes. Y donde llegaban, resucitaban la esperanza.


Alfonso les pedía oración, humildad, entrega total. Quería soldados del Amor, apóstoles del consuelo, hombres dispuestos a morir en las trincheras de la miseria espiritual.


Alfonso María de Ligorio
El fundador de los Redentoristas señala el cielo: su palabra arde, sus seguidores escuchan, los olvidados vuelven a creer. La misión recién comienza.
LAS TENTACIONES FINALES Y EL DOLOR

Los últimos años de su vida no fueron fáciles. Enfermo, con dolores terribles, casi ciego, fue incluso calumniado y removido de su cargo. Algunos de sus propios discípulos lo traicionaron. Pero Alfonso no respondió con ira. Solo repetía: “Dios lo permite. Eso me basta”.


A los 90 años, apenas pudiendo hablar, seguía orando. Murió en 1787, en la más profunda pobreza, pero con una paz que el mundo no puede dar.


Su legado era inmenso: 111 obras escritas, una orden misionera, decenas de miles de conversiones. El abogado humillado… había vencido.

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DOCTOR DE LA IGLESIA, PATRONO DE LOS ABOGADOS

En 1839 fue canonizado. En 1871, proclamado Doctor de la Iglesia. Y luego, declarado patrono de los confesores, los moralistas… y de los abogados.


¿Ironía divina? Quizás. O justicia celestial. Aquel que perdió un juicio en la tierra por una artimaña… fue coronado en el Cielo como defensor de la verdadera justicia. Su frase sigue resonando: “¡Mundo, te he conocido!”.


Porque san Alfonso María de Ligorio entendió que los títulos, las carreras, los triunfos… solo valen si nos llevan a Dios. Y si no, son estorbo.


Hoy, más que nunca —en su conmemoración—, su vida grita una verdad incómoda y gloriosa:

No se trata de ganar… sino de amar.



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