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León XIV Toma Posesión de la Cátedra Romana: El Papa que Promete Amar con Obras y No con Palabras

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • 25 may
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 26 may

Desde la basílica madre de la cristiandad, León XIV asumió como Obispo de Roma y dejó una huella: prometió amar con hechos, caminar con su pueblo y vivir la fe como servicio. No habló como monarca, lo hizo como hermano. Esta es la crónica de una posesión que no fue de poder… sino de corazón.
Leon XIV
León XIV tomó posesión como Obispo de Roma.

Basílica de San Juan de Letrán. Bajo los arcos milenarios de la “madre de todas las iglesias”, este domingo León XIV tomó posesión oficial como Obispo de Roma, en una ceremonia cargada de simbolismo, emoción y promesas que no se disimulan con frases diplomáticas.





“Les doy lo poco que tengo y lo poco que soy.” (León XIV, en su primera homilía como Obispo de Roma)

El nuevo Papa —que ya capturó la atención del mundo por su cercanía desarmante— pronunció su primera gran homilía romana con un mensaje claro: quiere ser padre, hermano y testigo, en una ciudad herida pero llena de esperanza.


No basta rezar, hay que amar con hechos, con escucha y sacrificio”, expresó, recuperando el espíritu de los mártires que fundaron la fe en suelo romano: Pedro, Pablo y los incontables testigos anónimos de Cristo.

Pedro Kriskovich

En su homilía, citó a Francisco, Agustín, León Magno, e incluso al beato Juan Pablo I. Pero no fue una clase de teología: fue una confesión pública de afecto. “Les doy lo poco que tengo y lo poco que soy”, dijo con la voz quebrada y la mirada firme. La iglesia lo escuchó en pie.


El Santo Padre bendijo a la ciudad con palabras que ya circulan como proféticas: Gracias por caminar conmigo. Cuentan siempre conmigo. Soy cristiano con ustedes, y para ustedes, obispo”.


“La Iglesia no manda desde tronos. Acompaña desde los caminos.” (León XIV, desde la logia de San Juan de Letrán)

El Papa que prometió escuchar antes que decidir, y llorar con su pueblo antes que juzgarlo, acaba de sentarse en la cátedra más antigua de la cristiandad. Y no para reinar, sino para servir.


Porque como él mismo dijo:La Iglesia no manda desde tronos. Acompaña desde los caminos”. Y Roma —una vez más— se rindió ante la humildad.

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