León XIV Proclamó desde el Vaticano: ¡Dios Escucha Incluso a los que No Oran!
- Canal Vida
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En una Plaza San Pedro colmada de fieles, el Papa León XIV dejó sin aliento con una catequesis ardiente: Bartimeo no solo gritó, ¡resucitó! Un llamado feroz a abandonar la tibieza y levantar la mirada hacia Dios.

Bajo un cielo diáfano en la plaza San Pedro, León XIV no solo ofreció una catequesis más: lanzó un grito que atravesó muros, corazones y heridas. Miles de fieles, peregrinos y curiosos oyeron lo mismo que hace dos mil años resonó en Jericó: «¡Ánimo! Levántate, Él te llama».
"Si estás hundido, ¡grita! Si estás roto, ¡llama! No hay ningún clamor que Dios no escuche" (León XIV)
La escena fue estremecedora. Cuando la voz del Pontífice resonó citando a Bartimeo, el mendigo ciego del Evangelio de Marcos, no se hablaba solo de un hombre del pasado. Estaba hablando de todos nosotros. De cada persona postrada por la desesperanza, por la soledad, por la enfermedad. Fue una catequesis, sí. Pero también fue una invitación al milagro.
En medio del Año Jubilar, y bajo el ciclo titulado «Jesucristo, nuestra esperanza», el Santo Padre enfocó su catequesis del 11 de junio en una de las escenas más conmovedoras del Evangelio. Y su interpretación fue clara, directa, y por momentos desgarradora.
BARTIMEO: EL HOMBRE QUE GRITÓ DESDE EL INFIERNO
El vicario de Cristo en la tierra comenzó situando el episodio: Jericó, «la ciudad bajo el nivel del mar», símbolo de nuestros infiernos personales. Allí, entre el polvo y la indiferencia, un ciego mendigo se atreve a gritar. «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Un grito que la multitud quiso acallar. Pero que Jesús escuchó.

León XIV profundizó en el nombre: Bartimeo, el “hijo del honor” que vivía en la vergüenza. Aislado, inmóvil, al margen del camino. Un símbolo perfecto del hombre contemporáneo: herido, paralizado por el miedo, encerrado en sus seguridades.
Pero ese hombre gritó. Y el Obispo de Roma fue directo: «Si estás hundido, ¡grita! Si estás roto, ¡llama! No hay ningún clamor que Dios no escuche». El rostro de los presentes se endureció, muchos comenzaron a llorar. La plaza San Pedro no fue escenario: fue hospital.

UN PAPA QUE CURA CON LA PALABRA
León XIV no ofreció fórmulas vacías. Habló de heridas reales: enfermedades emocionales, bloqueos espirituales, depresiones, angustias que paralizan. Y propuso algo radical: entregarle todo eso a Cristo, con confianza. «Llevemos al Señor nuestras zonas paralizadas, esos lugares donde ya no creemos en la luz», subrayó.
Bartimeo no solo pidió ver: pidió levantar la mirada. «Ver de nuevo, sí. Pero también recuperar la dignidad, la esperanza, el deseo de caminar». Con estas palabras, el Papa explicó que la verdadera curación no es solo física: es espiritual, es existencial.
Y entonces llegó el símbolo más fuerte: el manto. Ese objeto que protegía al mendigo, su único abrigo, también era su prisión. El Papa lo dijo con firmeza: «Lo que nos protege… muchas veces también nos encierra. Para ser curados, debemos dejar nuestras seguridades». Un llamado profético a una fe sin máscaras.

LA CURACIÓN QUE TRANSFORMA EN DISCÍPULOS
Jesús no obliga a Bartimeo a seguirlo. Le devuelve la vista y le dice: “Vete, tu fe te ha salvado”. Pero el ciego, libre, lo sigue. La catequesis del Papa subrayó eso: Jesús no esclaviza, libera. No impone, invita.
Y eso hizo el Papa con cada fiel en San Pedro: invitarlos a caminar, a levantarse, a gritar. Como Bartimeo. “A veces no queremos curarnos porque curarse exige compromiso”, advirtió León XIV. Silencio total en la Plaza.
Al final, todos rezaron el Padre Nuestro. El eco de las palabras “líbranos del mal” se oyó como si Bartimeo mismo estuviera allí. El Papa levantó sus manos y dio la bendición. Pero nadie se movió. Porque ese día, muchos recuperaron la vista. O al menos… levantaron la cabeza.

UN MENSAJE PARA EL MUNDO HERIDO
Esta catequesis no fue un discurso más. Fue un exorcismo contra la resignación. Fue un llamado a despertar de la ceguera del alma. Y fue, sobre todo, una promesa: que Cristo escucha cada grito, cada lágrima, cada suspiro que nace desde el fondo del corazón.
El Papa León XIV no habló desde un púlpito lejano. Habló como uno que también caminó por Jericó. Que también fue Bartimeo. Y que hoy nos repite, a todos: “¡Ánimo! Levántate. Él te llama”.
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