Francisco, a través de una carta, se unió a la celebración de los 500 años de la llegada de san Ignacio de Loyola a Barcelona. En la misiva recordó que las crisis y las dificultades ayudan a la conversión.
San Ignacio de Loyola (1491-1556).
“Por medio de las crisis Dios nos dice que no somos nosotros los señores de la historia, ni siquiera de nuestras propias historias, y por más que somos libres de corresponder o no a las llamadas de su gracia, es siempre su diseño de amor el que dirige el mundo”, manifestó Francisco en una carta dirigida al cardenal Juan José Omella y Omella, arzobispo de Barcelona y Presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), con ocasión de la celebración de los 500 años de la llegada de san Ignacio de Loyola a dicha ciudad.
En la misiva recordó que el 14 de noviembre de 1522 “un pobre soldado” llegó a Barcelona cuando iba de camino a Tierra Santa y paradójicamente, cinco siglos después, las autoridades civiles y religiosas de esa región, junto al prepósito general de la Compañía de Jesús, se reúnen de forma institucional para celebrar este acontecimiento.
“Nuestro protagonista después de haber servido al rey y a sus convicciones hasta derramar su sangre, iba herido en el cuerpo y en el espíritu, se había despojado de todo y tenía el propósito de seguir a Cristo en pobreza y humildad”, destacó el sucesor de Pedro, e indicó que al santo en ese momento “poco le importaba hospedarse en albergues para pobres o tener que retirarse en una cueva para orar, menos aún que esto supusiera ser «estimado por vano y loco» (E.E. 167)”.
UN HOMBRE ÍNTEGRO Y COHERENTE EN SUS CONVICCIONES
Sobre el fundador de la Compañía de Jesús el Santo Padre observó que para llevarlo a la conversión Dios se sirvió de una guerra y de una peste.
La guerra que lo sacó de Pamplona y fue el detonante de su conversión, y la peste que le impidió llegar a Barcelona y lo retuvo en la cueva de Manresa.
Es en estas circunstancias que, señaló el Santo Padre, las crisis se convierten en oportunidades de conversión, cuando se reconoce la primacía de Dios.
“Ignacio se mostró dócil a esa llamada, pero lo más importante es que no retuvo esta gracia para sí, sino que la consideró desde el principio como un don para los demás, como un camino, un método que podía ayudar a otras personas a encontrarse con Dios, a abrir su corazón y dejarse interpelar por Él”, subrayó el vicario de Cristo.
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