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La Santa que Se Arrancó los Ojos… y Siguió Viendo

  • Foto del escritor: Canal Vida
    Canal Vida
  • hace 8 horas
  • 3 Min. de lectura
Santa Lucía esconde uno de los misterios más perturbadores del cristianismo primitivo. Ojos arrancados, fe intacta y una visión que no dependía del cuerpo. ¿Mito piadoso o verdad incómoda? La historia que sigue inquietando a creyentes y escépticos.
santa Lucía Ojos, Virgen
Santa Lucía sostiene en silencio el símbolo más perturbador de su fe: los ojos que perdió según la tradición. La iconografía no habla de mutilación, sino de una visión más alta, donde la luz de Dios vence a toda oscuridad humana.

Hay santos que murieron por la espada. Otros, por el fuego. Pero hay una santa cuya historia quedó marcada por algo aún más perturbador: la pérdida de la mirada. Santa Lucía de Siracusa no es solo una mártir del cristianismo primitivo. Es, quizá, la figura más inquietante de la santidad antigua, porque alrededor de ella se construyó una pregunta que atraviesa los siglos: ¿se puede ver sin ojos?


La tradición que la rodea es una de las más oscuras, impactantes y tempranas del cristianismo. Y no nació siglos después. El vínculo entre Lucía y los ojos aparece muy pronto en la devoción, en himnos, oraciones y representaciones que la muestran sosteniendo un plato con ojos humanos. No es un símbolo suave. Es una imagen brutal.







¿Se arrancó realmente los ojos?

Los relatos más antiguos del martirio de santa Lucía no son unívocos. Algunos no mencionan los ojos de manera explícita. Otros, en cambio, introducen un elemento perturbador: la agresión directa contra su mirada.


En versiones posteriores —ya en los primeros siglos de la Edad Media— aparece la tradición más extrema: Lucía habría perdido los ojos durante el martirio… o incluso se los habría arrancado para preservar su fe.


La Iglesia, con prudencia, nunca definió este punto como hecho histórico comprobado. Pero tampoco lo eliminó de la devoción. ¿Por qué? Porque, aun si no puede afirmarse como dato literal, el tema de los ojos se convirtió en el corazón espiritual de Lucía.

casa betania

La patrona de los ciegos

No hay otro santo con una asociación tan directa y universal: santa Lucía es patrona de la vista, de los oftalmólogos, de los ciegos y de quienes temen perder la visión. Desde Sicilia hasta Escandinavia —donde su fiesta es una de las más celebradas— su nombre está ligado a la luz. No por casualidad: Lucía viene de lux, luz.


Pero aquí aparece la paradoja: la santa de la luz es la santa de los ojos perdidos. En la espiritualidad cristiana primitiva, esto no era una contradicción. Era una proclamación radical: ver no es solo un acto físico.



Ver sin ojos: el escándalo teológico

Los Padres de la Iglesia insistieron una y otra vez en una idea peligrosa para cualquier poder: hay una visión que no depende del cuerpo.


Santa Lucía se convirtió en la encarnación extrema de esa verdad. Incluso privada de la mirada física, seguía “viendo”: la verdad, la fe, el rostro de Cristo. En ese sentido, su historia es una provocación. Para el Imperio romano primero. Para el mundo moderno después.


Porque plantea una pregunta incómoda: ¿cuántos ven… y están ciegos?



La mirada que el poder quiso apagar

En las actas del martirio —más allá de sus variaciones— hay un punto constante: el poder no pudo dominarla. No pudieron moverla cuando intentaron arrastrarla. No pudieron quebrarla cuando la expusieron al fuego. Y no pudieron apagar lo que veía, aun cuando su cuerpo fue destruido.


Por eso el ataque a los ojos no es un detalle macabro. Es un símbolo de control. El poder siempre intenta lo mismo: impedir que alguien vea más allá del miedo, de la amenaza, de la mentira.


Con Lucía, fracasó.

pedro Kriskovich

La santa incómoda

Lucía no es una santa decorativa. Su iconografía incomoda. Su historia inquieta. Su patronazgo confronta. No es la dulzura del consuelo inmediato. Es la luz que arde.


Por eso sigue siendo invocada hoy por personas que enfrentan operaciones, diagnósticos irreversibles, ceguera física… y también por quienes sienten que el mundo los obliga a cerrar los ojos ante lo esencial.



La paradoja final

La tradición cristiana no conservó esta historia para glorificar el sufrimiento. La conservó para decir algo más peligroso: Hay verdades que no se ven con los ojos. Hay luces que aparecen cuando todo se oscurece. Y hay santos que, al perder la mirada, obligan al mundo a abrir la suya.


Santa Lucía no siguió viendo a pesar de perder los ojos. Según la fe de millones, empezó a ver de verdad cuando ya no los tenía.


Y por eso, siglos después, sigue siendo una de las santas más perturbadoras… y necesarias.




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