La Santa que Derrotó un Ejército con el Santísimo
- Canal Vida
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Enferma y frágil, Santa Clara se enfrentó sola a un ejército armado. Desde el convento, levantó la custodia y, en segundos, los invasores huyeron despavoridos. El milagro medieval que aún conmueve al mundo y consagra el poder de la fe.

Corría el 1240. Europa estaba desgarrada por luchas de poder, intrigas y ambiciones que ni siquiera las murallas de los monasterios podían detener. En el corazón de Umbría, en la ciudad de Asís, la paz parecía un recuerdo lejano. El convento de San Damián, donde vivía una comunidad de mujeres pobres y devotas bajo la guía de santa Clara (1194-1253), era un lugar de oración, ayuno y silencio… hasta que el ruido metálico de armaduras rompió la calma.
La amenaza venía de lejos, pero avanzaba rápido: un grupo de sarracenos mercenarios, contratados por el emperador Federico II, se acercaba. Eran hombres curtidos por la guerra, acostumbrados a saquear aldeas y profanar templos. No tenían piedad. La noticia corrió por Asís como un viento helado: el convento de las pobres damas estaba en peligro.
UNA MUJER FRENTE AL HORROR
Clara estaba enferma, postrada en cama desde hacía tiempo. El ayuno extremo, las noches de oración y su frágil constitución habían debilitado su cuerpo, pero no su espíritu. Cuando las hermanas corrieron a su celda para avisarle del inminente ataque, la encontraron pálida, pero con los ojos encendidos.
"Hijas mías, no teman", dijo con voz suave, pero firme, y sentenció: "Cristo defenderá su casa".
Los cascos de los caballos resonaban ya a pocos metros. El polvo cubría el horizonte. Era cuestión de minutos para que las puertas fueran derribadas.

EL GESTO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA
Clara pidió que la ayudaran a levantarse. Se sostuvo apenas en un bastón y, con pasos vacilantes, se dirigió a la capilla. Allí, sobre el altar, estaba el Santísimo Sacramento, custodiado en un pequeño relicario.
Se cuenta que sus manos temblaban, pero no de miedo: era la emoción de saber que estaba a punto de poner a Cristo en el centro de la batalla. Mandó abrir la caja de plata donde se guardaba la Hostia consagrada, y, ante la mirada asombrada de las monjas, la sostuvo en alto.
"Señor —susurró—, protege a tus siervas. Yo no puedo, pero Tú puedes".

LA VISIÓN QUE PARALIZÓ A LOS INVASORES
En ese momento, los soldados irrumpieron en el patio. Pero algo extraño ocurrió. Según los relatos, apenas levantó la custodia, una luz sobrenatural salió de ella y se proyectó hacia los atacantes. Los caballos se encabritaron, los cascos chocaron contra el suelo, y el miedo —un miedo inexplicable, ajeno a la guerra— se apoderó de los mercenarios.
Algunos cayeron de rodillas, otros gritaron palabras ininteligibles, y en cuestión de segundos, el grupo entero huyó desordenado, dejando atrás armas y escudos. Lo que debía ser una masacre se convirtió en una retirada humillante.

EL MILAGRO CONFIRMADO
Las hermanas quedaron en silencio. Clara, exhausta, volvió a su lecho y sonrió. "No a mí, Señor, sino a tu Nombre sea la gloria", murmuró, antes de cerrar los ojos y descansar.
La noticia corrió por toda la región. En pocos días, la gente de Asís hablaba del “milagro de la custodia”, y en toda Italia se empezó a ver a Clara como la mujer que venció a un ejército sin derramar sangre.

UNA VIDA DE FUEGO
Pero el milagro no fue un hecho aislado. Desde joven, Clara había demostrado un amor radical por Cristo. De familia noble, lo dejó todo para seguir la enseñanza de San Francisco de Asís. Fundó la Orden de las Damas Pobres —hoy conocidas como clarisas— y abrazó una vida de pobreza extrema.
Dormía sobre ramas, comía apenas lo necesario y pasaba noches enteras en oración. Su fortaleza no venía del cuerpo, sino de una convicción inquebrantable: quien tiene a Cristo, lo tiene todo.

EL SEGUNDO ASEDIO
Dos años después, el convento volvió a ser amenazado, esta vez por tropas aún más numerosas. La historia se repitió: Clara tomó la custodia, la levantó, y los enemigos huyeron. Para las monjas, no había duda: era un escudo celestial.

MUERTE Y GLORIA
Santa Clara murió el 11 de agosto de 1253, rodeada por sus hijas espirituales. San Francisco ya había partido al Cielo, pero el espíritu de su pobreza y amor a Cristo seguía vivo en ella.
Su funeral fue multitudinario y su canonización, apenas dos años después, fue una de las más rápidas de la historia.
Siglos después, Pío XII la declaró patrona de la televisión, inspirado por una anécdota: estando enferma y sin poder ir a misa, Clara tuvo la visión de la celebración proyectada en la pared de su celda, como si estuviera presente. Era una “transmisión” divina antes de que existiera la tecnología.

EL LEGADO VIVO
Hoy, en cada convento de clarisas, se recuerda aquella jornada en que una mujer frágil se convirtió en una muralla invencible. Cada 11 de agosto, las iglesias se llenan para honrar a la santa que demostró que la fe no es un refugio de cobardes, sino el arma más poderosa contra la violencia.
En Asís, el relicario con el que Clara enfrentó al ejército aún se conserva, y miles de peregrinos suben hasta San Damián para ver el lugar exacto donde el cielo se abrió para defender a las pobres damas.

LA LECCIÓN ETERNA
En un mundo que mide la fuerza en armas y dinero, santa Clara recuerda que el verdadero poder está en las manos vacías que se alzan para orar. Su custodia no solo apagó un ejército: encendió siglos de fe.
Porque hay batallas que se ganan sin disparar… y victorias que se escriben en la luz de una Hostia.