La Paz que Cayó del Cielo: 90 Años del Milagro del Chaco
- Canal Vida
- hace 3 días
- 4 Min. de lectura
A 90 años de la Paz del Chaco, recordamos el testimonio del veterano Máximo Sosa: “Dios nunca nos abandonó”. Su fe en María Auxiliadora lo sostuvo en la guerra más cruel del continente. Un relato que emociona y estremece.

A nueve décadas del cese de una de las guerras más crueles y olvidadas del continente, la Guerra del Chaco (1932–1935), que enfrentó a Paraguay y Bolivia por el control del inhóspito y codiciado Chaco Boreal, lo que permanece en el corazón del pueblo no es el odio… sino el milagro. Aquel 12 de junio de 1935, cuando se firmó el armisticio, fue para muchos mucho más que un tratado político: fue una gracia, una respuesta del cielo.
Entre las voces que nunca olvidaron ese día está la de Máximo Sosa, veterano paraguayo fallecido en 2012, que compartió en una entrevista de 2010 un testimonio desgarrador y esperanzado. “Dios nunca nos abandonó”, dijo con la mirada fija en su pequeño santuario personal, repleto de estampas, una Biblia gastada, y una imagen de María Auxiliadora.
"Cuando veíamos caer a los compañeros más queridos, el Señor siempre estaba ahí", aseguró con un nudo en la garganta. La escena era íntima y poderosa: detrás de él, una secuencia de fotos enmarcadas mostraba el día de su condecoración. Pero su verdadero tesoro era invisible: la fe que nunca soltó, ni siquiera entre el barro, el hambre y las balas.
UNA GUERRA INHUMANA, UNA FE INCENDIARIA
La Guerra del Chaco fue, en palabras de muchos historiadores, una de las más absurdas del siglo XX. Dos países enfrentados en el desierto por intereses petroleros que nunca se materializaron. Más de 85 mil muertos. Más de un millón de vidas marcadas. Y sin embargo, entre ese infierno, florecieron los gestos de compasión, las oraciones compartidas entre enemigos, los capellanes que celebraban misa entre trincheras… y la certeza profunda de que Dios caminaba con los soldados.

En los campamentos improvisados, los rosarios pasaban de mano en mano, las estampitas de la Virgen eran abrazadas como escudos, y el canto del Ave María se mezclaba con los lamentos. "La fe no era solo consuelo. Era fortaleza", señaló Sosa, al tiempo que subrayó: “Nos hacía caminar cuando ya no teníamos piernas”.

LA PATRONA DEL POLVORÍN: MARÍA AUXILIADORA
La devoción a María Auxiliadora fue un fuego encendido en medio de la devastación. Los salesianos habían sembrado esa fe entre los más humildes, y en el Chaco, esa semilla germinó con sangre y lágrimas. "Yo le hablaba a Ella todas las noches, aunque no tuviera fuerzas para levantarme", recordaba el veterano. Y no era el único. Muchos testimonios de ambos bandos reconocieron apariciones, sueños, señales. Como si la Madre no permitiera que la guerra lo devorara todo.

EL DÍA QUE VOLVIÓ LA PAZ… Y LA VIDA
El 12 de junio de 1935, con los países al borde del colapso, se firmó la paz en Buenos Aires. La guerra había terminado. En Asunción y La Paz sonaron las campanas de las iglesias. En los hogares, se encendieron velas. Y en el corazón de miles de soldados, una sola palabra fue susurrada entre lágrimas: gracias.

Máximo Sosa nunca olvidó ese momento. “Volvimos, pero dejamos mucho allá”, decía. Y aún así, reconocía que la paz fue un regalo. "Dios nos dio el don de la paz. No la merecíamos, pero Él la dio igual".
En su casa, al ser entrevistado, conservaba aún un trozo del uniforme, y una carta que jamás envió. Lo más valioso era su pequeño altar: una imagen de Cristo crucificado tallada por sus propias manos. “Esto me salvó más veces que un fusil”, confesó.

UN LLAMADO AL SIGLO XXI
Hoy, a 90 años de aquel armisticio, la memoria de Sosa resuena como un eco sagrado. Su testimonio no es solo historia militar: es catequesis viva. En un mundo cada vez más dividido, su fe en medio del horror nos recuerda que la esperanza es una opción, y la paz un milagro posible.
En cada escuela católica, en cada parroquia paraguaya, en cada corazón cristiano que aún reza por la paz del mundo, la Paz del Chaco no es solo una efeméride. Es una misión. Porque como decía Sosa: “El único ejército que no mata es el de la fe. Y en ese, todos deberíamos alistarnos”.
Comments